Dos reinas y un gran tenor

Con el papel estelar de Maria Stuarda, una cantante se la juega: o sube a los altares l¨ªricos si supera los escollos de la sublime y dificil¨ªsima plegaria final con coro, o se hunde en el empe?o. Con agallas y talento, Joyce DiDonato ha obtenido un merecido ¨¦xito en un papel que en el Liceo permanece ligado a las grandes noches de Montserrat Caball¨¦. La diva catalana estren¨® esta joya belcantista de Donizetti en 1969 y diez a?os despu¨¦s, en otra noche m¨¢gica, hizo historia; tras sostener hasta lo imposible un pian¨ªsimo sobre el Sol natural, hizo crecer, con un fiato prodigioso, la intensidad del sonido hasta alcanzar un Si bemol agudo que dej¨® extasiado al p¨²blico.

Desde su condici¨®n de mezzosoprano l¨ªrica, DiDonato ofrece una valiente e inteligente interpretaci¨®n, de fina musicalidad y riqueza expresiva. El papel tiene m¨¢s brillo cuando lo canta una soprano, pero hay que quitarse el sombrero ante la vida teatral y la intensidad de un canto que, en el c¨¦lebre choque de reinas, culmin¨® con una imprecaci¨®n de alto voltaje. Claro que en el foso, la sabia y experimentada direcci¨®n musical de Maurizio Benini dio vuelo l¨ªrico y teatral a una orquesta en buena forma.

Otra mezzosoprano, la valenciana Silvia Tro Santaf¨¦, sali¨® airosa de su primera Elisabetta; no es su mejor repertorio, pero su temperamental interpretaci¨®n fue a m¨¢s, mostrando el odio y la maldad del personaje con arrojo. Lo que no funciona bien es tener a dos mezzos como reinas enfrentadas: jugando con los colores de soprano y mezzo dram¨¢tica, el duelo vocal gana mucho.

El papel de Leicester, objeto del deseo en la disputa regia, es un poco ingrato para el tenor; la escritura vocal, que se mueve siempre en la zona alta de la tesitura, es dif¨ªcil y, sin una gran aria a su favor, solo puede lucirse en los d¨²os. Los aprovech¨® el gran tenor mexicano Javier Camarena de forma sensacional, con un fraseo elegante, agudos radiantes y una dulzura l¨ªrica en la expresi¨®n de sentimientos absolutamente cautivadora. La nobleza de acentos del bajo Michele Pertusi, y la incisividad del bar¨ªtono Vito Priante dieron relieve a los personajes de Talbot y Cecil, y el coro, muy bien dirigido por Peter Burian, resolvi¨® con empaque y bellos matices su importante cometido.

De la fea y mediocre puesta en escena de Patrice Caurier i Moshe Leiser poco bueno puede decirse; ver a un verdugo cortando una cabeza al inicio de la ¨®pera con un hacha que poco despu¨¦s acaba en manos de la reina Elisabetta, vestida de ¨¦poca, y sentada en un moderno sof¨¢, ya pone muy alto el list¨®n de desprop¨®sitos de una fallida dramaturgia que pretende convertir la obra en un alegato contra la pena de muerte y lo que consigue es arruinar la emoci¨®n musical de sus mejores escenas.