La man¨ªa de prohibir
Hay que prohibir cuando la acci¨®n de uno vulnera los derechos de otro. No porque moleste a la vista, vaya contra la moral propia, o produzca alarma social. Eso no tiene fundamento
Essaouira, la antigua Mogador portuguesa, es una peque?a ciudad situada en la costa atl¨¢ntica marroqu¨ª, a la altura de Marrakech. Durante siglos, Mogador fue el gran puerto de aquella zona. Su posici¨®n geogr¨¢fica, y algunas riquezas naturales, la convirtieron ya en un puerto importante durante el dominio romano. En la ¨¦poca moderna, fue un enclave colonial portugu¨¦s al servicio del comercio brit¨¢nico. Esta situaci¨®n cambi¨® a principios del siglo XX cuando Francia se hizo cargo del protectorado de aquella zona y se fue transformando la peque?¨ªsima ciudad a la que los franceses llamaron Casablanca en la gran urbe actual.
Hace veinte a?os, Essaouira apenas hab¨ªa sido descubierta por el turismo, tan s¨®lo algunos hippies la hab¨ªan frecuentado siguiendo la estela de Jimmy Hendrix, que pas¨® all¨ª alguna temporada. Era entonces una ciudad c¨®moda, de reducido tama?o, tranquila, refugio de artistas. Adem¨¢s, desde el punto de vista urbano, estaba ordenada con trazo racional debido a que, tras un incendio que la devast¨®, fue reconstruida por un arquitecto franc¨¦s.
En la playa, junto a la puerta de la ciudad, era frecuente ver como caminaban por el borde del agua, con los pies descalzos y cogidas de la mano, representantes de tres generaciones de una misma familia: abuela, madre e hija. La abuela vestida de negro, tapada una parte de su rostro con pa?uelo que le alcanzaba a la cabeza y con falda hasta los pies. La madre, cuarentona, con traje de ba?o completo, dise?ado con estilo para nosotros anticuado. La nieta, una adolescente, iba con un bikini, exactamente igual a los que podemos ver en cualquier playa espa?ola. Como he dicho, las tres cogidas de la mano, paseando y hablando, con total naturalidad, contentas de estar juntas.
Muchos a?os antes, en los primeros cincuenta, el alguacil de Llafranc, una pedan¨ªa de Palafrugell, entonces un min¨²sculo pueblecito de la Costa Brava, siempre andaba preocupado por sus dificultades en hacer cumplir la ley. Hab¨ªan aparecido en la playa las primeras extranjeras en bikini y un bando del Ministerio de la Gobernaci¨®n prohib¨ªa el uso de tal prenda por considerarla ofensiva para la moral y las buenas costumbres. El pobre hombre, Cipriano se llamaba, hac¨ªa todo lo posible para hacer ver que no las ve¨ªa, era un viejo liberal ampurdan¨¦s, caminaba despacio con viejo bast¨®n, un brazo y varios dedos de la otra mano amputados.
Contrabandista de tabaco en otros tiempos, Cipriano, muy querido por todos, explicaba fascinantes historias sobre el oficio de contrabandista, que entonces se segu¨ªa practicando en Llafranc con asiduidad y eficacia. Un a?o, al sorprenderlos en una redada, detuvieron a todos los hombres de Llafranc, no ser¨ªan m¨¢s de una docena, con el alcalde ped¨¢neo, hijo de Cipriano, al frente. ?Escena de Berlanga, no me digan! Precisamente, su minusval¨ªa f¨ªsica se deb¨ªa a que explot¨® antes de tiempo un petardo de pesca, m¨¦todo ya entonces no permitido.
?C¨®mo iba a prohibir este buen hombre que unas se?oras de buen ver se echaran al agua en bikini? ¡°He vist una francesa, prefereixo no mirar¡±, dec¨ªa y dec¨ªa bien. All¨¢ cada cual con sus costumbres. Total no hac¨ªan ning¨²n da?o. Al primer d¨ªa los veraneantes de una cierta edad, con disimulo, se daban una pasada por donde estaba la francesa en cuesti¨®n y lo comentaban con los amigos para que se dieran tambi¨¦n un garbeo por all¨ª. Al tercer d¨ªa ya nadie hac¨ªa caso a los bikinis, formaban ya parte del paisaje. D¨¦cadas despu¨¦s, con el top-less sucedi¨® lo mismo. Costumbres. No est¨¢n ni bien ni mal: simplemente cambian.
Pues bien, en esta ¨¦poca de puritanismo que nos ha tocado vivir, algunos municipios franceses, ?debido a la alarma provocada por los atentados terroristas!, han decidido prohibir el burkini, esa prenda que lo tapa todo excepto la cara, las manos y los pies. El criterio de esa prohibici¨®n es a primera vista el contrario, pero en el fondo se trata del mismo que ten¨ªa como consecuencia prohibir el bikini.
¡°Prohibido prohibir¡± dec¨ªan los chicos franceses de mayo del 68. ?Hombre, no tanto! Hay que prohibir cuando la acci¨®n de uno vulnera los derechos de otro. Este es el principio b¨¢sico que debe observarse para proteger la libertad de todos. Pero prohibir porque molesta a la vista, va contra la moral propia, o produce alarma social, no tiene ning¨²n fundamento. La tolerancia se ejerce con los otros, no con los tuyos ni contigo mismo.
Francesc de Carreras es profesor de Derecho Constitucional.
Hay que prohibir cuando la acci¨®n de uno vulnera los derechos de otro. No porque moleste a la vista, vaya contra la moral propia, o produzca alarma social. Eso no tiene fundamento
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