La deconstrucci¨®n del cine sueco
Molins construye un di¨¢logo c¨®mplice entre su propuesta dram¨¢tica y los elementos que introdujo Sj?berg en La se?orita Julia
Alf Sj?berg es el protagonista de J¨²lia, la adaptaci¨®n del drama de August Strindberg firmada por Raimon Molins. Segunda entrega de su Trilogia de la Imperfecci¨®. Sj?berg, el gran referente del Dramaten antes de la llegada de Ingmar Bergman, rod¨® en 1951 una premiada adaptaci¨®n cinematogr¨¢fica de La se?orita Julia, basada en su propia versi¨®n esc¨¦nica. Ese blanco y negro de filmoteca se extiende por las paredes de la Sala Atrium. Domina el rostro tan atormentado como inmaculado de Anita Bj?rk.
Sobre estas sombras proyectadas Molins construye ¡ªcon el concurso f¨ªsico de los tres int¨¦rpretes¡ª un di¨¢logo c¨®mplice entre su propuesta dram¨¢tica y los elementos que introdujo Sj?berg para socavar el naturalismo de Strindberg. Un ensayo en vivo sobre c¨®mo abrir, en el tiempo y el espacio, un relato que transcurre en el encierro de una cocina; sobre el eco de los experimentos de planos y montaje de Eisenstein; sobre c¨®mo modificar el discurso original con met¨¢foras psicoanal¨ªticas, sobre c¨®mo extraer de un texto naturalista la sustancia on¨ªrica de futuros t¨ªtulos de Strindberg.
Una deconstrucci¨®n a fondo de la osamenta dram¨¢tica a partir de un precedente con prestigio que relega el hecho teatral mismo, que instrumentaliza ¡ªquiz¨¢ en exceso¡ª el trabajo de los int¨¦rpretes. Un montaje que no se para en desarrollar la compleja y basculante relaci¨®n de dominaci¨®n entre una mujer joven y libre y su criado con aspiraciones sociales. Patr¨ªcia Mendoza (J¨²lia) y Jordi Llordella (Jan) encuentran pocas oportunidades para zafarse de las obligaciones de interactuar con las im¨¢genes hist¨®ricas, con las nuevas que intentan fundirse con el mundo creado por Sj?berg y las captadas en directo. Entregadas marionetas que s¨®lo en contadas ocasiones logran deshacerse de la tiran¨ªa de los hilos que maneja de manera muy visible el director. Quiz¨¢ cuando Mendoza abre su coraza de heredera caprichosa por los vapores del vino. Ah¨ª la actriz reclama su lugar en la funci¨®n y lo hace con sensibilidad, tom¨¢ndose el tiempo necesario para ser escuchada.
Tanto control ejerce sobre los protagonistas que un personaje secundario como Cristina, la cocinera que contempla como su prometido se le escapa de las manos se ve claramente favorecida. Mireia Trias comparte casi siempre el escenario con los otros personajes, aunque no lo mande el texto; soluci¨®n ya probada por Bergman. Su papel de observadora callada, interesada y humillada, con la figura hier¨¢tica que evoca la severidad del pietismo escandinavo (Pernilla August en Jerusalem), es particularmente inquietante. S¨®lo ella acumula como una bater¨ªa humana la malsana energ¨ªa que genera el texto y que no parece afectar al resto de la puesta en escena, por otra parte muy trabajada en su ejercicio metateatral.
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