Gana Goliat
No hay realmente nada que hacer. Es como si una maquinaria ciega se pusiera en marcha, expediente tras expediente, y ya no se pudiera parar
El n¨²cleo antiguo de Les Corts es un peque?o barrio de casas m¨¢s o menos altas, trufadas de edificios de pisos, con alguna joya escondida y envuelto todo en un silencio amable que viene de la ausencia de coches. No es se?orial como Sarri¨¤ o pintoresco como Sant Andreu: es m¨¢s bien anodino, si no fuera por las dos plazas hist¨®ricas que le dan vida. Jordi Hereu, oficiando de concejal de distrito, lo peatonaliz¨®, pero no consigui¨® dar vida a un comercio ahogado por la cercan¨ªa de dos monstruos, el Corte Ingl¨¦s y L'Illa. Aun as¨ª los vecinos aman este espacio, porque es el ¨²nico que les cuenta cosas de ¨¦pocas pasadas, el ¨²nico que los acoge maternalmente, por m¨¢s que por todas partes predomine el color gris del pavimento o el ocre deste?ido que caracteriza las edificaciones de Barcelona. S¨®lo hay dos jardines, uno de ellos la amigable terraza abierta de Can Deu, el centro c¨ªvico del barrio; el otro jard¨ªn est¨¢ condenado.
Esta es la historia de una desconfianza, en la que las palabras y los hechos no casan. Me la cuenta Marta Ollich, que es una vecina de a pie ¡ªaunque tiene el apoyo de todas las entidades del barrio¡ª, una mujer din¨¢mica que ha puesto muchas horas en este pleito. Miren, incrustrada en este espacio hist¨®rico, hay una gran residencia de sacerdotes, un edificio relativamente nuevo, discreto, que suele tener poco movimiento. Adosado a ¨¦l hay otro edificio, este antiguo y protegido, que est¨¢ vac¨ªo: es el "convictorio" sacerdotal, con sus cuatro plantas y su jard¨ªn. Se lo conoc¨ªa como "can Capellanets". En alg¨²n momento, el Arzobispado de Barcelona vio la luz: ese conjunto podr¨ªa transformarse en una residencia de investigadores ¡ªel distrito est¨¢ lleno de Universidades¡ª si se le agregaba una construcci¨®n de seis plantas, seis, justo donde ahora respiran los cipreses.
La normativa dice que hay que conservar el peque?o jard¨ªn condenado, pero una funcionaria de Urbanismo informa favorablemente la licencia diciendo que dicha conservaci¨®n "hay que interpretarla como la necesidad de conservar un espacio enjardinado alrededor de la pieza catalogada", cosa que contempla el proyecto, dos palmos y el resto fuera. Y ya est¨¢. El Arzobispado aduce que, cediendo el nuevo edificio a una empresa a cambio de un c¨¢non, podr¨¢ financiar mejor la residencia adjunta. Los vecinos sospechan que este albergue podr¨ªa finalmente ejercer funciones de hotel encubierto. Pero todo est¨¢ dentro de la ley. Los promotores han hecho alg¨²n retoque al proyecto ¡ªunas pocas habitaciones menos¡ª-, que aval¨® Xavier Trias, que sol¨ªa tener comprensi¨®n hacia este tipo de iniciativas.
Los vecinos respiraron con el cambio de gobierno. Le pidieron a Ada Colau una consulta popular. No la hubo ni la habr¨¢, porque la participaci¨®n la controla quien manda. Las peticiones al nuevo arzobispo, Juan Jos¨¦ Omella, tampoco dieron fruto: las podemos describir como de adusto y espeso silencio. No hay realmente nada que hacer. Es como si una maquinaria ciega se pusiera en marcha, expediente tras expediente, y ya no se pudiera parar. Tampoco es una cat¨¢strofe, de hecho mucha gente no notar¨¢ la diferencia cuando el bloque est¨¦ construido. Es simplemente una par¨¢bola de c¨®mo los vecinos son ajenos a su entorno, sin otro recurso que la pancarta. Las deciciones y las razones circulan por otro nivel y desembocan en los despachos donde los funcionarios revisan papeles y deciden que es m¨¢s f¨¢cil darle la raz¨®n a quien tiene el poder. Es el caso del hotel del Palau, de tantas permutas, de tantos desastres que parece que no pero acaban inaugurados y boyantes.
La ciudad es por definici¨®n un espacio colectivo. Donde algunos hacen negocios, otros defienden el bien com¨²n. Es dif¨ªcil conciliar los dos elementos, ambos necesarios, si los vecinos no pueden ejercer de bisagra, de vigilantes de la finca, porque son ellos los que tienen la primera intuici¨®n de aquello que los perjudica, de aquello que es un abuso. No siempre tienen raz¨®n pero habr¨ªa que, por lo menos, escucharlos. Y no es as¨ª. La maquinaria est¨¢ prevista para favorecer la econom¨ªa, por m¨¢s que hoy la econom¨ªa sea especulativa. Y eso no est¨¢ cambiando ni siquiera con un Ayuntamiento que dice querer cambiarlo todo. Goliat sigue ganando al peque?o David, porque leyes y gobierno no permiten que David crezca hasta hacerle sombra al gigante obtuso. Total, las pancartas no duran para siempre.
Patricia Gabancho es escritora.
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