Maragall por s¨ª mismo
El sentido de la ocasi¨®n le permiti¨® plegar a los dem¨¢s a sus objetivos: poner Barcelona en el mapa y recuperar la confianza de los ciudadanos
Pasqual Maragall, pensamiento y acci¨®n¡± es un libro colectivo que bien podr¨ªa titularse, al modo de una cl¨¢sica colecci¨®n francesa, ¡°Maragall par lui-m¨ºme¡±. Promovido por la Fundaci¨®n Catalu?a Europa, el acierto del proyecto est¨¢ en la perspectiva adoptada. No es una biograf¨ªa, tampoco un trabajo acad¨¦mico, es el intento de personas que le han conocido y han trabajado con ¨¦l de recuperar su voz, de reseguir su trayectoria a partir de sus propias palabras.
De la lectura de este trabajo me quedo con cuatro ideas: la singularidad de un pol¨ªtico con sentido tr¨¢gico; algunas ense?anzas sobre la gesti¨®n pol¨ªtica de las relaciones de fuerzas; la anticipaci¨®n de problemas que hoy son muy actuales; y, como coda, algunos debates de ayer que parece que no es de buen gusto recordar hoy, aunque sean riego subterr¨¢neo de nuestro presente.
Maragall se revela como un pol¨ªtico singular, porque combina la raz¨®n pol¨ªtica, la raz¨®n intelectual, la raz¨®n identitaria e incluso la raz¨®n tr¨¢gica. Un compuesto poco habitual que generaba desconcierto. La raz¨®n intelectual es dubitativa y la raz¨®n pol¨ªtica es maniquea, obligada a escoger bajo la presi¨®n de inercias ajenas a uno mismo. El propio Maragall lo expresa as¨ª: ¡°La acci¨®n continuada acaba por hacer olvidar las causas, los objetivos que las motivan¡±. La raz¨®n identitaria (que se nutre de los sentimientos y de la econom¨ªa del deseo) se articula en Maragall en un sistema de c¨ªrculos que van anill¨¢ndose: la familia, los amigos, la clase (el trasfondo de su condici¨®n burguesa), las patrias, el mundo. Y de ella emerge el sentimiento tr¨¢gico: Maragall tiene pleno sentido de la finitud y de la contingencia, propias de nuestra condici¨®n. Y lo trae a la pol¨ªtica. Hay un texto suyo de 2002 muy revelador: ¡°En eso, el marxismo y el nacionalismo se parecen mucho: los dos son del siglo m¨¢s optimista que ha habido hasta ahora, que es el siglo XIX. El reformista, aristot¨¦lico o kantiano, tiene la dificultad de tener que comprobar a trav¨¦s de la acci¨®n la licitud de su pensamiento¡±. Y la realidad es muy rugosa.
Maragall capta las relaciones, a veces se estrella, a veces se sale con la suya. Pero es notable la habilidad con la que utiliz¨® una marca internacional popular, los Juegos Ol¨ªmpicos, como instrumento para quebrar las resistencias de otros poderes ¡ªdesde la Generalitat convergente al gobierno socialista de Madrid. Nos dijo el ministro Fern¨¢ndez Ord¨®?ez a Mart¨ª G¨®mez a m¨ª que jam¨¢s se habr¨ªa imaginado que si un d¨ªa Espa?a organizaba unos Juegos Ol¨ªmpicos no fuera en Madrid. Y a?adi¨®: ¡°Si Barcelona se los llev¨® fue porque nos cogi¨® por sorpresa: cuando se lanz¨® el proyecto no nos lo cre¨ªmos y cuando nos dimos cuenta de que iba en serio ya era demasiado tarde¡±. El sentido de la ocasi¨®n: una lecci¨®n de estrategia generalizable, que le permiti¨® plegar a los dem¨¢s a sus objetivos: poner Barcelona en el mapa, actualizar las infraestructuras, convertirla en ciudad de acogida e inversi¨®n y recuperar la confianza de los ciudadanos en sus propias fuerzas.
Maragall ten¨ªa intuiciones que a veces le induc¨ªan a dar etapas por superadas antes de tiempo. Cuando todav¨ªa sonaban las fanfarrias del triunfo de Occidente en la guerra fr¨ªa, en pleno triunfo de la socialdemocracia bling-bling (Blair, Schroeder), Maragall se?al¨® ya tres cuestiones que veinte a?os m¨¢s tarde siguen pendientes y se reconocen como causas de la actual crisis de la democracia representativa: la urgencia de repensar las tesis de la socialdemocracia y las pr¨¢cticas del Estado del Bienestar; la obligaci¨®n de construir nuevas formas de relaci¨®n entre las instituciones, los partidos y la ciudadan¨ªa; y la necesidad de definir un nuevo marco de relaciones de los poderes p¨²blicos a escala catalana, ib¨¦rica y europea.
Al final del libro, Jaume Bad¨ªa recuerda la tregua ol¨ªmpica como una breve suspensi¨®n de las duras pugnas que Maragall sostuvo con su propio partido, con el pujolismo y con los gobiernos socialistas espa?oles. Una confrontaci¨®n ideol¨®gica que visti¨® el peculiar bipartidismo casi perfecto que permiti¨® a convergentes y socialistas repartirse el poder sin apenas disputarlo. La Catalunya-naci¨®n de Pujol y la Catalunya-ciudad de Maragall pueden parecer hoy un debate anacr¨®nico. Pero el bipartidismo termin¨® cuando Maragall fue elegido presidente. Al destaparse la olla se liber¨® una gran presi¨®n. De aquella inundaci¨®n surgi¨® un proceso de cambio que todav¨ªa no ha concluido.
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