Aprendices y brujos
Cuando hablamos de trabajo, hablamos tambi¨¦n de posiciones de poder y ¨²ltimamente no estoy seguro, no s¨¦ si me dicen que admire el talento o que tolere el abuso
Una vez, en la tele, escuch¨¦ como Ferran Adri¨¤ contaba la historia de un ayudante de cocina que viaj¨® desde Jap¨®n para trabajar en El Bulli. El aprendiz no solo no se desanim¨® despu¨¦s de la primera negativa, sino que se qued¨® a dormir en el camino varias noches. Disculpen si soy un tanto inexacto, pero creo que no traiciono las palabras de Adri¨¤, quien, al final, lo acept¨® en su equipo. No s¨¦ si el aprendiz hoy es un buen cocinero, pero al menos la historia s¨ª lo es, una historia de admiraci¨®n, trabajo, sacrificio y talento.
La hemos o¨ªdo mil veces, desde posiciones un poco diferentes. Es la cara B. Uno ya tiene una edad y ha ayudado en cocinas y servido mesas en restaurantes, con estrella y estrellados. Siempre sin contrato, por cierto, y cobrando en sobres, como los buenos. Pero ese no fue mi peor momento laboral. Cuando daba clases en la universidad, pagaba por hacerlo y tengo que decir que la experiencia global fue muy positiva, lo que aprend¨ª no lo he olvidado. La historia no es tan bonita como la de El Bulli, se trataba de equilibrar las cuentas del departamento y por eso se necesitaba un buen reba?o de asociados que pudiese permitir que los catedr¨¢ticos mantuviesen su estatus y sus michelines. Tambi¨¦n acompa?¨¦ algunos camiones, cosas que pasan.
No me da reparo decir que mientras daba clases me dedicaba a servir mesas o a preparar platos. Ha pasado tanto tiempo que aquel yo me parece otro yo y si lo cuento es porque a veces parece que tengas que contar de d¨®nde vienes para poder decir lo que dices. M¨¢s incluso, ya que nos ponemos sinceros¡ No trabaj¨¦ en la universidad por necesidad, de hecho, dej¨¦ un trabajo en el Departamento de Trabajo, al que llegu¨¦ despu¨¦s de que la misma universidad me hiciese perder el empleo y justo antes de que se me invitase a participar en unas oposiciones internas.
O sea, que pudiendo tener plaza fija, me fui a cobrar 400 euros al mes. Si alguna vez se preguntan c¨®mo se acaba escribiendo en EL PA?S, ¨¦sa es una posible v¨ªa. El trabajo en la universidad fue un desastre, pero a pesar de que encontr¨¦ m¨¢s mierda que en la granja que ten¨ªamos en casa, todav¨ªa hoy no me arrepiento de ello. Supongo que el aprendiz japon¨¦s tampoco. Fueron decisiones conscientes, las tom¨¦ sin mochila, sin tener bocas que alimentar y sin tener que cuidar de nadie m¨¢s que de m¨ª mismo. Lo de ser h¨¢bil en ser libre, que dec¨ªa el poeta. Tambi¨¦n dej¨¦ un puesto de trabajo fijo en diciembre de 2010, en lo peor de la crisis, porque me dio por viajar, escribir y reconstruir una casa. De oca a oca.
Como ven, he tocado m¨¢s teclas que las que ahora escriben en este teclado. He conocido verdaderos talentos, s¨¦ que los proyectos cuestan dormir muchas noches al raso y que sin esfuerzo no se consigue nada. Pero el cuadro estar¨ªa incompleto si no a?adi¨¦semos una constante: si de algo he huido ha sido del abuso. El abuso exist¨ªa en los viajes de cami¨®n, en la cocina del restaurante y por supuesto, en la universidad y hasta en el Departamento de Trabajo.
El abuso no entiende de glamour. Lo pueden padecer las chicas que aguantan los paraguas a los talentosos tenistas del trofeo Comte de God¨®. Lo pueden padecer los ayudantes de cocineros con estrellas, los periodistas que cobran una cuarta parte que los redactores jefes y quienes recogen las uvas para hacer los mejores vinos de las cartas.
He visto amenazar a aprendices de cocina en nombre del talento, amargar la vida a trabajadores para escarmentar a otros y usar el talento como excusa para casi todo. Todav¨ªa recuerdo las llamadas de alg¨²n catedr¨¢tico desde su chal¨¦ de vacaciones para pedirme que le hiciese las clases, examinase a sus alumnos, corrigiese los ex¨¢menes y luego atendiese las quejas. Pasaba por ser talentoso y era tan de izquierdas que en su despacho sonaba Manu Chao.
Cuando hablamos de trabajo, hablamos tambi¨¦n de posiciones de poder y ¨²ltimamente no estoy seguro, no s¨¦ si me dicen que admire el talento o que tolere el abuso. Aprender a abusar durante un contrato en pr¨¢cticas me parece el peor de los aprendizajes. Por eso, pedir esfuerzo sin pedir justicia significa legalizar el maltrato.
La exigencia laboral exige tambi¨¦n protecci¨®n e igualdad de oportunidades. Ponerse del lado del fuerte puede parecer muy agradecido, pero tiene un coste: se acaba durmiendo en la calle. Sin quererlo, claro est¨¢.
Francesc Ser¨¦s es escritor.
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