N¨¢ufragos en el or¨¢culo de la Dragonera
Hace 40 a?os un grupo de j¨®venes desembarc¨® en la isla para reclamar su protecci¨®n integral
Hace cuarenta a?os un grupo de j¨®venes hizo p¨²blica la Declaraci¨®n de la Dragonera y acamp¨® en la isla para reclamar su protecci¨®n integral. El mes de julio de 1977, tres semanas despu¨¦s de las primeras elecciones democr¨¢ticas, asumiendo la puesta en escena de las libertades reci¨¦n estrenadas, naci¨® el movimiento ecologista y la insistente advertencia que desde entonces no ha dejado de sonar. La amplia simpat¨ªa popular que concit¨® aquella prof¨¦tica campa?a fue sorprendente y muy adecuada a la tarea que quedaba por delante. En el debate pol¨ªtico insular se abri¨® un abanico de ideas para la administraci¨®n inteligente del territorio: la belleza del paisaje y su valor patrimonial, la medida de las intervenciones urbanas, la noci¨®n de medio ambiente como bien com¨²n, el l¨ªmite del desarrollismo irracional, el equilibrio sostenible¡
Entre junio de 1977 y abril de 1979 ¡ªcuando la democracia lleg¨® finalmente a los ayuntamientos¡ª, se produjo un dilatado y confuso traspaso de poderes entre el r¨¦gimen fenecido y las instituciones que homologaba la democracia. Fue un buen momento para los oportunistas que intentaban aprovechar el ¨¢ngulo ciego de la Transici¨®n. Las tres actuaciones del movimiento ecologista en aquellos a?os (la Dragonera, las canteras y la autopista) denunciaban unos espectaculares atentados al paisaje, pero tambi¨¦n la flagrante ilegalidad de sus promotores. La Dragonera se intent¨® urbanizar tras haber falsificado la norma que garantizaba la legislaci¨®n vigente; las canteras hendidas en las monta?as se explotaban todas con desparpajo delictivo; el trazado de la primera autopista se precipit¨® para evitar que los nuevos ayuntamientos democr¨¢ticos pudieran negociar su recorrido.
La transformaci¨®n din¨¢mica que impulsan los movimientos contestatarios ha sido bien estudiada: sus propuestas asustan a los reaccionarios, pero acaban integr¨¢ndose en la saludable porosidad de un sistema que sobrevive con innovaciones y reformas.
Un primer vistazo a los espacios naturales que en estas cuatro d¨¦cadas han obtenido su estatuto de zona protegida ¡ªDragonera, Cala Mondrag¨®, Es Trenc, Albufera, etc.¡ª, nos har¨ªa creer que el movimiento ecologista puede estar satisfecho de sus desvelos, pero lo cierto es que nos encontramos en el borde de una crisis inconcebible.
La sociedad ha sido incompetente a la hora de elaborar un modelo de gesti¨®n para el territorio insular y ante la ausencia de criterios razonables la saturaci¨®n nos ha cogido desprevenidos y los moldes han reventado. El desembarco masivo de turistas depredadores que colapsan las carreteras, las calles, los servicios p¨²blicos, los alquileres, los recursos naturales y la habitabilidad (un concepto como indicador de lo insoportable), no solo deteriora la integridad del medio ambiente y el sentido de pertenencia de unos ciudadanos agobiados, sino la misma calidad de una industria tur¨ªstica que hasta ahora vend¨ªa un atractivo t¨®pico en medio mundo: unas id¨ªlicas vacaciones en Mallorca.
Como balance para estos primeros cuarenta a?os no est¨¢ mal. En la mesa redonda organizada por el Consell Insular, presidida por la alcaldesa de Andratx y la Consellera de Medi Ambient, los viejos pioneros de aquel 7 del 7 del 77 conmemoran, no sin asombro, el m¨ªtico logro ecologista. La moderadora, la periodista Carme Buades, pregunta a qu¨¦ atribuir la fuerza de un s¨ªmbolo que a¨²n alienta las m¨¢s esperanzadas ilusiones de retorno. Quiz¨¢ el encanto proceda de una figura que se solapa con las im¨¢genes cultivadas por el arte y la literatura: la isla buscada por Gauguin y Stevenson... Aunque en el mito de la Dragonera intervienen las gestas de la antig¨¹edad greco romana: el Drag¨®n es la divinidad apol¨ªnea que auspicia la llegada de los h¨¦roes al or¨¢culo de Delfos.
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