Especular con la violencia
El Gobierno espa?ol quiere aprovechar la oportunidad que le regala Arran para, contra toda evidencia, asociar violencia con independentismo
“Kale borroka” catalana, las juventudes anticapitalistas toman las calles de Barcelona, turismofobia, son algunas de las lindezas que hemos leído u oído estos días en algunos medios de comunicación. El papel, las antenas y las redes lo aguantan todo. Pero lo que ha motivado esta escalada verbal, a día de hoy, es un asalto a un autobús turístico y unas bicicletas de alquiler pinchadas, ambas acciones reivindicadas por Arran. Sobre el infantilismo de los aprendices de revolucionarios está todo escrito. Que Arran con estas gamberradas no aporta nada a las causas que pretenden defender lo sabemos todos y, por si alguno tenía dudas, las reacciones que ha suscitado lo confirman. Pero dar a estos hechos categoría de graves acontecimientos, aparte de regalar un protagonismo que no merecen a los autores de estas lamentables acciones y alentarles por tanto a seguir si quieren garantizarse titulares, no tiene nada inocente.
En una situación de conflicto político como la que nos encontramos ningún dirigente responsable debe especular con la violencia. Conocemos perfectamente el uso del miedo como instrumento de la acción política, el recurso más utilizado por los gobernantes. Y está muy extendido el mito del carácter asustadizo de los catalanes, que es la piedra sobre la que se asienta la estrategia de presión judicial dise?ada por Rajoy para combatir el independentismo. Pero cuidado en pretender capitalizar unos hechos violentos porque la violencia llama a la violencia y porque todos sabemos lo fácil que es montar provocaciones en momentos de alta tensión.
La magnificación de las agresiones de Arran no resiste la prueba de la realidad. Cualquier persona que circule por Barcelona sin prejuicios constará que no hay nada que permita hablar de ciudad tomada o de alteración de la vida urbana, los turistas gastan más que nunca y no parece que se sientan amedrentados, más allá de las incomodidades de algunas zonas de hiperconcentración de visitantes. Es más; todos sabemos que hace tres a?os, antes de que los Comunes empezarán su campa?a para la alcaldía de Barcelona, la conflictividad en la calle era mucho más alta que ahora. Y eso ocurre en Catalu?a como en toda Espa?a. En vez de celebrar los efectos pacificadores de la incorporación de personas provenientes de los movimientos sociales a las instituciones (que ha ampliado el ámbito de representación) gentes con responsabilidades de primer orden especulan, por evidentes intereses partidistas, con unas acciones violentas perfectamente marginales, que no merecerían otra cosa que las acciones legales correspondientes.
En el caso de estas torpes acciones de Arran han coincidido intereses opuestos: el del unionismo contra el independentismo y el del Gobierno catalán —especialmente del PDeCAT— contra el ayuntamiento de Ada Colau que ha osado decir que hay que poner orden al turismo. Cargar el sanbenito de violentos a los adversarios es una manera muy burda de negar los problemas y evitar de este modo tener que afrontarlos. El Gobierno espa?ol quiere aprovechar la oportunidad que le regala Arran para, contra toda evidencia, asociar violencia con independentismo, algo difícil de creer después de cinco a?os de movilizaciones pacíficas. Quizás piensa que así responde a la pregunta de algunos medios de comunicación extranjeros: ?cómo se explica que el Gobierno espa?ol no haya hecho un solo gesto para seducir a los catalanes? Y el PDeCAT ha convertido el discurso contra la “turismofobia” signo de identidad en su obsesión con la figura de Ada Colau, como si el hecho de haber hecho emerger un problema real fuese causa directa de unos actos violentos. El PDeCAT debe saber que la CUP (a la que se vincula Arran, aunque sin relación orgánica) es socia suya parlamentaria y, en cambio, no forma parte de la mayoría municipal de gobierno. Es curioso que sea el turismo el que ha hecho emerger las contradicciones, que en lenguaje clásico llamaríamos de clase, entre el ala derecha y el ala izquierda, del soberanismo. En cualquier caso es sano que la diversidad intereses, a menudo contradictorios, como corresponde a la pluralidad de un movimiento de amplio espectro, emerja en el seno del independentismo.
Tanto el Gobierno catalán como el Ayuntamiento deben tener el máximo interés en impedir el crecimiento de estas acciones violentas fáciles de utilizar para su desprestigio. Pero no hay derecho a especular políticamente con la violencia, por mucho que el Gobierno espa?ol piense que le beneficie porque es el más fuerte.
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