Lo que cuesta desmontar las mentiras
La comparecencia de Rajoy y la pol¨¦mica de los Mossos, ¨²ltimos ejemplos de la din¨¢mica de distorsi¨®n que domina la esfera pol¨ªtica
Cuando la mentira o la tergiversaci¨®n de los hechos domina el discurso p¨²blico se genera una suerte de irrealidad, una construcci¨®n artificiosa que hace muy dif¨ªcil discernir lo que ocurre realmente. Solo quienes tienen mucha informaci¨®n y mucho tiempo acaban descubriendo las falacias, pero para cuando logran desenmara?ar una madeja, ya est¨¢n envueltos en la siguiente. Hace unos d¨ªas asistimos en el Congreso de los Diputados al ¨²ltimo ejemplo de esta din¨¢mica que el PP domina con gran maestr¨ªa. Rajoy tuvo que comparecer ante la c¨¢mara, forzado por la oposici¨®n, para responder sobre la trama G¨¹rtel y los muchos casos de corrupci¨®n que afectan a su partido, pero ni una sola vez se refiri¨® a ellos. Toda su estrategia se centr¨® en tratar de presentarse como una v¨ªctima de una suerte de persecuci¨®n inquisitorial, como si no fuera normal que la oposici¨®n pida explicaciones por unos hechos que en otros pa¨ªses hubieran hecho caer al Gobierno hace tiempo.
Para que la estrategia de la mentira triunfe en pol¨ªtica necesita grandes dosis de cinismo y una gran capacidad de simulaci¨®n. Ambos est¨¢n profusamente presentes en la vida p¨²blica espa?ola. La forma en que la ministra F¨¢tima B¨¢?ez distorsiona los datos econ¨®micos y de empleo es un excelente ejemplo, que suele remachar con mentiras flagrantes como esta que colg¨® en Twitter: ¡°Debemos estar orgullosos de nuestra recuperaci¨®n, que se hace sin dejar a nadie atr¨¢s¡±. Mentir y simular con el desparpajo con el que lo hacen algunos pol¨ªticos espa?oles supone un gran desprecio por la ciudadan¨ªa, que solo interesa en tanto que cuerpo electoral al que es preciso moldear y seducir para alcanzar el poder.
Pensar que se puede recurrir a la mentira sin coste pol¨ªtico resulta contraintuitivo. Pero el PP est¨¢ demostrando que puede conseguirlo. La clave est¨¢ en ls efectos que la propia din¨¢mica de la distorsi¨®n genera. PP sabe que cuenta con unos resortes de identificaci¨®n basados en v¨ªnculos ideol¨®gicos que le proporcionan un suelo electoral suficiente para instalarse en el cinismo pol¨ªtico sin que le ocurra nada. Haga lo que haga, ese suelo le votar¨¢ porque es el que mejor representa una determinada cosmovisi¨®n conservadora que en Espa?a se nutre adem¨¢s de una tradici¨®n cultural muy tolerante con la mentira. En otras culturas los pol¨ªticos se ven obligados a dimitir cuando son cazados en una mentira. Faltar a la verdad se considera peor incluso que el hecho vergonzoso que se trata de ocultar, pues se considera que el pol¨ªtico que miente no es confiable y su presencia crea inseguridad y desorden.
La tolerancia con la mentira y la simulaci¨®n crece aqu¨ª de forma alarmante, lo cual genera una gran inseguridad. Cuesta mucho desmontar las mentiras. Incluso ahora que la revoluci¨®n de Internet permite desenmascararlas r¨¢pidamente en las redes sociales, resulta sorprendente hasta qu¨¦ punto las ¡°verdades alternativas¡± del discurso mentiroso perviven, se afianzan y logran sus objetivos. La dificultad para discernir qu¨¦ ocurre realmente favorece los intereses de los que mienten y distorsionan. Ante el esfuerzo que requiere tratar de averiguar la verdad, resulta m¨¢s c¨®modo y m¨¢s gratificante la credulidad que el escrutinio cr¨ªtico. Creer en los tuyos, digan lo que digan, y desconfiar del adversario. En un contexto de fuerte confrontaci¨®n pol¨ªtica, los partidarios se convierten en propagandistas, lo que refuerza la tendencia a la polarizaci¨®n en torno a versiones contradictorias de la realidad.
Lo hemos visto con el esc¨¢ndalo suscitado por la alerta de los servicios de inteligencia norteamericanos sobre un posible atentado en La Rambla de Barcelona. En realidad, hemos asistido a la magnificaci¨®n, con fines pol¨ªticos, de un aviso que era irrelevante en mayo y lo sigue siendo ahora, pero era susceptible de ser utilizado como combustible altamente inflamable en el conflicto catal¨¢n. Despu¨¦s de mucho desenmara?ar, lo que queda claro es que se recibi¨® una alerta en mayo, pero tan vaga, inconsistente que fue desestimada tanto por los Mossos d¡¯Esquadra como por el resto de fuerzas de seguridad espa?olas, que tambi¨¦n la recibieron. Si el atentado de La Rambla fue una acci¨®n improvisada de los terroristas despu¨¦s de que la explosi¨®n de Alcanar desbaratara sus planes, no cab¨ªa relacionarlo con la alerta, pero se ha hecho. Y si el aviso fue dirigido, como era l¨®gico, a todas las fuerzas de seguridad espa?olas, tampoco ten¨ªa sentido focalizar el supuesto esc¨¢ndalo en la polic¨ªa auton¨®mica, pero se ha hecho. La reacci¨®n de los Mossos tampoco ha sido ejemplar. Sus ins¨®litos desmentidos solo han contribuido a generar m¨¢s confusi¨®n. Perdidos en una mara?a de datos y versiones contradictorias, a los ciudadanos les resulta muy dif¨ªcil sacar el agua clara.
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