¡°Ahora va y Puigdemont no sale. ?Qu¨¦ pasada!¡±

La rambla de Ponent es la columna vertebral que cose dos barrios de Tarragona: Camp Clar y Torreforta. Es un distrito de gente obrera, de familias con ra¨ªces m¨¢s all¨¢ del Ebro que conviven en bloques de pisos con vistas a las f¨¢bricas qu¨ªmicas. En Torreforta, Junts pel S¨ª no sac¨® m¨¢s de un 12% de votos en las elecciones del 2015 y en Camp Clar no lleg¨® ni al 10%. Tarragona tiene 131.000 habitantes y gobierna el PSC.

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En la Rambla, hasta diez bares coexisten en un tramo de 150 metros. Otros dos locales est¨¢n cerrados y cuelga un cartel anunciando que se traspasan. Ayer, poco antes de las 13.30, la gente tomaba posiciones en las mesas. Hora del verm¨² y de men¨² r¨¢pido antes de volver al tajo. Estaba prevista la comparecencia del president Carles Puigdemont a esa hora. Antena 3 ganaba por mayor¨ªa en las televisiones. Solo uno de los locales sintonizaba Cuatro y otro, La 1. ¡°?Va a hablar ahora?¡±, preguntaba un curioso desde la terraza a la propietaria de uno de los bares. ¡°?Esto? yo ni lo miro¡±, respond¨ªa. Su local est¨¢ muy cerca de otro que alguien bautiz¨® con el nombre de Yo qu¨¦ s¨¦. Y m¨¢s abajo, el Aqu¨ª te espero.

Pepe, el camarero, obsequiaba con una tapa a quien ped¨ªa una consumici¨®n. Unos operarios de Adif no apartaban la vista de la televisi¨®n esperando la salida del president. Sin hablar. ¡°Aunque convoque elecciones, el 155 se va a aplicar igual¡±, se?alaba un cliente desde la barra. Hablaba en voz alta pero, en realidad, charlaba con un parroquiano con uniforme azul. ¡°A ver, ?qui¨¦n va a querer pasarse 20 a?os en la c¨¢rcel?¡±, cuestionaba. La televisi¨®n era un hilo musical del que muchos estaban pendientes. Pasaban 20 minutos de la hora prevista para la comparecencia y un se?or mayor que beb¨ªa vino blanco exclam¨®: ¡°?Llevan rato diciendo que en breve comparece pero aqu¨ª no sale nadie!¡±.

A esa hora, el barrio de Bonavista sesteaba bajo un caluroso sol de oto?o. Ah¨ª Junts pel S¨ª rasc¨® un 4,5%, muy lejos del 38% de Ciudadanos. Las calles, bautizadas con nombre de n¨²meros, est¨¢n llenas de banderas espa?olas. No parece que el barrio est¨¦ expectante ante las palabras de Puigdemont. En la calle Cinco, los balcones lucen rojigualdas. Hay banderas de Andaluc¨ªa y del arco¨ªris, pero ni una estelada. La plaza est¨¢ vac¨ªa. En el bar Lucena, uno de los m¨¢s populares, el inter¨¦s que despertaba el discurso de Puigdemont, entonces retrasado, era discreto.

En el comedor del local la gran pantalla estaba apagada. Junto a la barra, un aparato sintonizaba La Sexta. Dan las 14.30 y Puigdemont no aparece. Un invidente que vend¨ªa loter¨ªa daba la noticia: ¡°Ahora va y no sale, qu¨¦ pasada, t¨ªo¡±, exclama. Voces desde la cocina preguntan ¡°?Qu¨¦ ha dicho Puigdemont?¡±. ¡°?C¨®mo que nada?¡±, se oye. Un cliente apresurado entra, pide lo que parece un caf¨¦ y da un contundente veredicto: ¡°Es igual, este ya tendr¨ªa que estar en la c¨¢rcel. La otra vez ya la declar¨® y la suspendi¨®¡±. Por la tarde, cuando Puigdemont comparece, la Rambla de Ponent est¨¢ llena de ni?os. Es la hora de la salida de los colegios. Los bocadillos y los bollos han sustituido a las ca?as del mediod¨ªa y hay m¨¢s inter¨¦s por la pelota y los m¨®viles que por las teles.