Un problema espa?ol
?Cu¨¢l es el nivel de tensi¨®n que hay que alcanzar para que las dos partes entiendan que han de sentarse a hablar?
Desde que la exhibici¨®n de fuerza del Estado ha puesto al independentismo ante el espejo de sus limitaciones, hay una cierta tendencia a plantear la cuesti¨®n soberanista como si ya fuera solo un problema estrictamente catal¨¢n. Sin duda, el desastre electoral del PP contribuye a ello. Siempre ha operado con la pereza del que se siente extra?o en Catalu?a y as¨ª le ha ido. Despu¨¦s del castigo recibido por una gesti¨®n que Mariano Rajoy, inasequible al desaliento, considera irreprochable, parece como si el presidente considerara que ya ha hecho todo lo que ten¨ªa que hacer y que, a partir de ahora, all¨¢ se las compongan los jueces y los catalanes. Y, sin embargo, forma parte de la responsabilidad del Gobierno allanar el aterrizaje del indepedentismo, despu¨¦s del choque, si se quiere evitar la generalizaci¨®n de los efectos desestabilizadores.
La espa?olidad del problema est¨¢ en su origen. El conflicto es por el reparto territorial del Estado, es decir, por la configuraci¨®n de Espa?a. Ni m¨¢s, ni menos. Y el hecho de que despu¨¦s del choque se vaya imponiendo la idea de que la ruptura no est¨¢ en el orden del d¨ªa, no impide que siga presente en el horizonte lejano como programa de muchos sectores del independentismo. Y todos sabemos que la idea aglutinante ¡ªel refer¨¦ndum, que es lo que permite a los independentistas trabar alianzas m¨¢s all¨¢ de su parroquia natural¡ª, reaparecer¨¢ c¨ªclicamente. Puede que cambien los m¨¦todos, fruto del choque con la realidad, pero los objetivos no est¨¢n descartados y de que se asuma como un problema pol¨ªtico espa?ol ¡ªy por ende europeo¡ª depende que se encuentren lo que ahora parece imposible: v¨ªas para canalizarlo.
Con cierto fatalismo se alude a la cronificaci¨®n del problema. Cr¨®nico lo es desde hace tiempo, solo que se hab¨ªa mantenido en un nivel asumible con r¨¦ditos para las dos partes (quien gobernaba en Catalu?a y quien gobernaba en Espa?a). Y as¨ª se vivi¨® el proceso soberanista hasta que el independentismo subi¨® la apuesta y entr¨® el p¨¢nico y, con ¨¦l, las respuestas de excepci¨®n. ?Cu¨¢l es el nivel de tensi¨®n que hay que alcanzar para que las dos partes dejen de encontrar incentivos en la confrontaci¨®n y entiendan que han de sentarse a hablar? ?Estamos cerca? ?O siguen so?ando con la derrota del adversario que haga innecesario este momento?
La cuesti¨®n catalana no es aislable. Ha cambiado significativamente el mapa pol¨ªtico espa?ol, con un vertiginoso corrimiento hacia la derecha. Ciudadanos deb¨ªa ser la alternativa centrista al PP y le est¨¢ disputando la hegemon¨ªa en el lado contrario, en la radicalidad ideol¨®gica conservadora. Al tiempo que se beneficia, obviamente, de las vacilaciones de Rajoy y del deterioro de la imagen del PP, un partido envejecido, cerrado, enormemente deteriorado por una corrupci¨®n que se resiste a reconocer. Un corrimiento que arrastra a todo el espectro pol¨ªtico.
Siguiendo en el terreno pol¨ªtico e institucional, la cuesti¨®n catalana est¨¢ provocando una reinterpretaci¨®n de las reglas del juego por parte del Tribunal Supremo que es una verdadera mutaci¨®n del r¨¦gimen del 78, con afectaci¨®n a la manera de interpretar los derechos y las libertades, con posibles consecuencias para todos, salvo que se interprete, como tiende a hacer el independentismo, que son criterios que solo rigen para los catalanes. El poder judicial toma el mando. Sorprende el silencio de la izquierda y del liberalismo progresista respecto a esta transformaci¨®n de hecho del sistema. Podemos deber¨ªa estar alerta, puede ir contra ellos.
En fin, se habla de las consecuencias econ¨®micas de la incertidumbre generada por la cuesti¨®n catalana, algunos incluso anuncian cierta decadencia de Catalu?a. Pero solo una ceguera fundada en el prejuicio ideol¨®gico puede hacer creer que un retroceso en la econom¨ªa catalana no afectar¨ªa al resto. Es imposible pensar que lo que afecte al 2% del PIB no tenga impacto sobre el conjunto. Desde la distancia, para los potenciales turistas, clientes o inversores, la cuesti¨®n catalana se sit¨²a en el interior del marco espa?ol. Y el deterioro de la imagen exterior por los acontecimientos de los ¨²ltimos meses afecta a todos. S¨ª, la crisis catalana es tambi¨¦n un problema espa?ol. De la flexibilidad institucional para hacer posible el reconocimiento mutuo ¡ªy, por ende la soluci¨®n democr¨¢tica¡ª depende que las consecuencias no sean fatales para todos. Y ahora mismo, esa flexibilidad brilla por su ausencia.
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