Metallica, la perseverante autoridad del rock
El grupo reivindic¨® en el Sant Jordi su presente entre bazas de su pasado
Era su noche, la noche, una jornada largamente esperada. Ese Sant Jordi que ¨²ltimamente s¨®lo llenan bandas de pop, artistas latinos o m¨²sicos negros, volv¨ªa a ser territorio de cazadoras negras. El rock, estilo que tiene a la guitarra como t¨®tem, el de los m¨²sicos que se abren de piernas y miran altivos, volv¨ªa a la monta?a ol¨ªmpica para llenar el Sant Jordi dejando secas las taquillas. Y ah¨ª estaban, a partir de las 21:15, los cuatro de Metallica, saliendo por un pasillo que cruzaba la pista hasta alcanzar el escenario que ocupaba su centro. Griter¨ªo, c¨¢maras y metal veloz. Son¨® Hardwired y el rock volvi¨® por sus fueros.
Cierto que no todos eran metaleros, conste. Cuando un grupo lleva tantos a?os haciendo la carretera y manteniendo un constante nivel de popularidad, p¨²blicos ajenos a la est¨¦tica negra se suman casi por capilaridad. Por eso entre la mayor¨ªa de patas negras se salteaban personas con rastas, indisimulados pijos e individuos sin m¨¢s afinidad externa que la ingesta de cerveza, am¨¦n de los ni?os all¨ª llevados por sus progenitores para ense?arles lo que es bueno. Nota trivial, en pleno siglo XXI las melenas han perdido vigencia, aunque las cabezas siguen martillando el aire y los pu?os hiriendo el espacio, m¨¢xime si a las primeras de cambio sonaba Seek & destroy, un tema de cuando se llevaba el pelo largo.
Entre la mayor¨ªa de patas negras se salteaban personas con rastas e indisimulados pijos,? am¨¦n de los ni?os all¨ª llevados por sus progenitores para ense?arles lo que es bueno.
Pero que nadie piense que Metallica, fieles a su sonido, aunque recortado en volumen y tirando a reseco, en plan golpe de mojama en pleno cogote, ofrecieron un espect¨¢culo a?ejo. De entrada, el escenario cuadrado en mitad de pista les permit¨ªa tocar para los cuatro lados, no como aquellos U2 de la gira 360? en la que pudiendo hacerlo se tiraron casi todo el concierto mirando hacia adelante, como siempre. Aqu¨ª no, menos el bater¨ªa, eterno pringado de las bandas, James, Kirk y Robert deambulaban dej¨¢ndose ver desde todos los ¨¢ngulos. Y encima, una buena cuarentena de cubos a altura regulable moteaban el aire variando la iluminaci¨®n en altura e intensidad, funcionando tambi¨¦n como receptores de proyecciones. Escenario di¨¢fano, luces justas, sin despliegues para atontar y rock. Algo de siempre presentado visualmente con ideas de ahora. Y con bromas, ?perge?aron el Muerto vivo de Peret!
Y todo al servicio de un repertorio estructurado con veteran¨ªa, repartiendo canciones del nuevo disco, del que sonaron no menos de media docena, con cl¨¢sicos inmarchitables de esos que aguantan mejor que nadie de los all¨ª presentes el paso del tiempo. Cierto que ese sonido atemperado desprove¨ªa al concierto de parte de la intimidatoria agresividad del metal, cosa de se?ores duros con cara de no apartarse de la acera; pero por otra parte tambi¨¦n es cierto que los viejos marinos tienen desle¨ªdos sus tatuajes y no por ello pierden su autoridad. Y eso fue lo que dejaron en el aire Metallica, autoridad de banda solvente que ha envejecido razonablemente.
Y marcharon del recinto reventando la tapa de los sesos de la audiencia, ya casi af¨®nica, con bofetones como Masters Of Puppets, Nothing Else Matters o Enter Sandman, trocitos de una historia que se hizo decibelios en el Sant Jordi, ese ya veterano recinto que volvi¨® a franquear sus puertas al rock. Aunque sea por una noche.
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