El grado cero de Puigdemont
Emperrados a gobernar s¨®lo para una parte de la sociedad catalana, los socios pol¨ªticos del frente independentista han acabado para no gobernar para nadie
Cuando el catalanismo pas¨® del folklore a la acci¨®n pol¨ªtica comenzaba su lenta fase de institucionalizaci¨®n. A inicios del siglo pasado, el primer pelda?o fue la Mancomunitat de Catalunya ¡ªa partir de un largu¨ªsimo debate en el Congreso de los Diputados¡ª que acompasaba las cuatro diputaciones catalanas, un empe?o en el que el Prat de la Riba pragm¨¢tico fue m¨¢s positivo que el Part de la Riba ideol¨®gico. Aquello s¨ª fue, en muchos aspectos, un gobierno de los mejores: pilotaban la acci¨®n cultural dos personalidades tan potentes como Eugeni D'Ors y Josep Pijoan, luego alejados de Catalu?a. Con la Rep¨²blica, Esquerra Republicana tuvo otras prioridades, no siempre constructivas. Pasan d¨¦cadas, primero una terrible guerra civil y luego la larga dictadura, hasta que todo recomienza con la Ley Para La Reforma Pol¨ªtica, el regreso de Tarradellas, la Constituci¨®n de la que dimana el estatuto de autonom¨ªa y as¨ª hasta hoy. Ambas fases eran un logro de catalanismo autonomista en el contexto del Estado y no de la estampida maximalista que ahora ha acabado representando Carles Puigdemont.
En realidad, Puigdemont ha acabado con el catalanismo. El catalanismo tal vez no haya muerto definitivamente pero es muy improbable que vuelva a la centralidad, que vuelva a ser el pal de paller que incluso hace que haya quien a?ore a Jordi Pujol. El catalanismo ha sido, parad¨®jicamente, v¨ªctima de los mantras y ficciones del secesionismo. As¨ª acaba la institucionalizaci¨®n del catalanismo y comienza otra cosa. Si lo hemos de juzgar por las actitudes del actual presidente del Parlament, Roger Torrent, lo que recomienza es la institucionalizaci¨®n del sesgo y la liquidaci¨®n de la neutralidad debida. Convertido en l¨ªder accidental de lo poco que queda del proc¨¦s, Torrent confunde su rol presidencial con un esca?o del independentismo.
El hundimiento pujolista, la aparici¨®n de Ciutadans y la radicalizaci¨®n del independentismo activada por la CUP, junto con la aparici¨®n de la pol¨ªtica digital y mutaciones sociales que todav¨ªa no se reflejan del todo en votos, dif¨ªcilmente permiten prever lo que pueda pasar en d¨ªas o ni siquiera en horas. Mientras tanto, los brotes de desorden y violencia de baja intensidad inquietan a muchos ciudadanos que votan como les parece oportuno pero no quieren ver a Catalu?a en los titulares de televisi¨®n con im¨¢genes de contenedores en llamas.
Del a menudo ambiguo fer pa¨ªs de Jordi Pujol hasta la proclamaci¨®n fugaz de la rep¨²blica catalana, se ha producido un deslizamiento estrat¨¦gico: en lugar de fortalecer Catalu?a, las energ¨ªas se han concentrado in¨²tilmente en el Delenda est Hispania, secundado con poca fortuna por los giros de Ada Colau. Los intentos de internacionalizaci¨®n de las injusticias cometidas por la vieja Castilla contra la nueva Catalu?a ilustran el paso de catalanismo que tuvo sus momentos constructivos a la etapa Puigdemont que se ha caracterizado por sus extremos de victimismo en busca de titulares moldavos o flamencos: eso es, una demonizaci¨®n de Espa?a que ha acabado siendo autodestructiva para el nacionalismo catal¨¢n.
A la larga, insistir tanto en las maldades de Espa?a ha sido un error de c¨¢lculo o una excusa para no ver que el nacionalismo carec¨ªa de mayor¨ªas indestructibles y que el objetivo real, desde la voluntad independentista, debiera haber sido seducir a esa mitad larga de la sociedad catalana que no quiere quedarse sin el amparo constitucional. El tour gastron¨®mico-victimista al que se invitaba a numerosos periodistas extranjeros eludi¨® presentar la complejidad social de Catalu?a para concentrarse en las maldades del Estado espa?ol. Luego, constatar que la Uni¨®n Europea no mostraba la tarjeta roja a Espa?a ni abr¨ªa los brazos a Puigdemont, ha llevado, de forma totalmente descontrolada, a una reacci¨®n contra Europa que azuz¨® r¨²sticamente desde Bruselas antes de ser detenido en una gasolinera de la Alemania reunificada.
En los a?os cincuenta, Roland Barthes habl¨® del grado cero de la escritura como ¡°un estilo de la ausencia que es casi como una ausencia ideal del estilo¡±. Ciertamente, se hace imposible hablar de Puigdemont en t¨¦rminos de estil¨ªstica pero su ausencia y su personificaci¨®n de la ausencia tienen mucho de grado cero. La institucionalizaci¨®n independentista ha sido un deshacer lo hecho a lo largo de d¨¦cadas de voluntad y transacci¨®n. Empe?ados en gobernar solo para una parte de la sociedad catalana, los socios pol¨ªticos del frente independentista han acabado por no gobernar para nadie. Grado cero: es decir, desgobierno.
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