El poder de la posesi¨®n de la violencia
La pauta del silencio tiene tradici¨®n en Euskadi: primero un silencio impuesto por el miedo y ahora por la comodidad
ETA prologa el anuncio de su disoluci¨®n definitiva, al parecer a primeros de mayo, con una declaraci¨®n en la que por primera vez reconoce el da?o causado y pide disculpas. Un ejercicio ret¨®rico acompa?ado de un ins¨®lito texto explicativo, algo as¨ª como unas claves de lectura para los suyos, como si el gesto de reconocimiento de sus v¨ªctimas requiriera ser justificado. Vienen ganas de responder lo que el presidente Urkullu: ¡°Que digan lo que tengan que decir¡± y, a?ado, pero que acaben de una vez. En el af¨¢n de dignificar su despedida, de dar un sentido a una tragedia in¨²til, el comunicado presenta el fin de ETA como el cierre de un ciclo de conflicto violento que empez¨® con el bombardeo que destruy¨® Guernica.
ETA ha necesitado siete a?os para pasar del anuncio del final de sus acciones armadas a la disoluci¨®n definitiva. La elaboraci¨®n del fracaso ha sido lenta y su vuelta a la escena medi¨¢tica suena a muy antigua. En este tiempo, no solo los amenazados, sino tambi¨¦n los agresores habr¨¢n descubierto el alivio de vivir sin violencia. ETA pone el cierre cuando se cumplen 50 a?os de sus dos primeros asesinatos: el del guardia civil Jos¨¦ Pardines, en que fue abatido el militante Txabi Etxebarrieta (7 de junio de 1968), y el del torturador Melit¨®n Manzanas (2 de agosto) All¨ª empez¨® el ciclo infernal por mucho que ETA busque sus ra¨ªces en la destrucci¨®n de Guernica.
Si algo ense?a esta historia es el poder de contaminaci¨®n y de posesi¨®n de las personas que tiene la violencia. Se sabe cuando se empieza (aunque a menudo ni siquiera est¨¦ claro el porqu¨¦) pero no se sabe cu¨¢ndo termina porque hay una serie de din¨¢micas que hacen que el potro se vaya desbocando y que cuando ya llega a caballo sea muy dif¨ªcil de frenar. Las din¨¢micas de la retroalimentaci¨®n de la violencia son evidentes: la construcci¨®n del enemigo y la satanizaci¨®n de las v¨ªctimas, la l¨®gica acci¨®n-represi¨®n y sus efectos como el rencor, el odio y la victimizaci¨®n, la clandestinidad, la configuraci¨®n de una comunidad en torno a los h¨¦roes del pueblo, la notoriedad y la dimensi¨®n medi¨¢tica del conflicto, y el propio inter¨¦s corporativo de la direcci¨®n y los comandos. En este caso, adem¨¢s, ven¨ªan reforzadas por la lucha contra la dictadura franquista que les otorg¨® un aura que tard¨® en caer. En estas organizaciones, el que tiene las armas tiene la ¨²ltima palabra, la violencia se adue?e cada vez m¨¢s del presunto proyecto pol¨ªtico.
La fascinaci¨®n por la violencia tiene algo que ver con el error de juicio cometido en el tardofranquismo y la transici¨®n. Por voluntarismo o por ingenuidad estaba muy extendida la idea de que ETA se acabar¨ªa con la restauraci¨®n de la democracia. En los partidos convencionales del antifranquismo se condenaba su violencia (el m¨¦todo) pero no el fin que se compart¨ªa: la resistencia contra la dictadura. Y su papel se reafirm¨® con el atentado contra Carrero Blanco, que dio en qui¨¦n ten¨ªa que ser la clave de b¨®veda de la supervivencia del r¨¦gimen. Kepa Aulestia lo dice as¨ª: ¡°La enorme sorpresa con la que nos encontramos muchos, incluso los que hab¨ªamos sido miembros de ETA, es que ETA acab¨® matando m¨¢s en democracia que en la dictadura¡±.
Cuando la transici¨®n emprendi¨® su curso y se construy¨® la democracia, no se estaba preparado ni en lo ideol¨®gico ni en lo pol¨ªtico para afrontar la continuidad de ETA. El abandono de las armas por parte de ETA pol¨ªtico-militar y su paso a la legalidad, iba en la direcci¨®n pensada y se lleg¨® a creer que era un primer paso. Pero si hab¨ªa divisi¨®n es porque hab¨ªa desacuerdo: ETA segu¨ªa y conservaba en Euskadi una base social de apoyo significativo. Algo que estaba en el programa de la transici¨®n.
La pauta del silencio tiene tradici¨®n en Euskadi: primero un silencio impuesto por el miedo (solo roto ante las mayores atrocidades de ETA) y ahora un silencio impuesto por la comodidad, quiz¨¢ por miedo a poner en riesgo el alivio del final de la violencia. No hay reconciliaci¨®n sin memoria, pero esta necesita su tiempo. No valen los atajos. Pero la pretensi¨®n de un relato compartido es absurda: ni libera, enquista. Como dice Kepa Aulestia: ¡°Una memoria pactada, es una historia pactada, una aberraci¨®n¡±. La madurez probablemente es asumir la convivencia en su imperfecci¨®n.
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