Chicle para tiempos modernos
Bruno Mars divirti¨® con un concierto entretenido que casi llen¨® el Estadio Ol¨ªmpico
El chicle, ?qu¨¦ bueno es! Lo hay de menta, de regaliz, de naranja y de pl¨¢tano. Lo hay de colores, tambi¨¦n blanco. Lo mascas y pareces hacer algo, adem¨¢s de llenar la boca con su sabor. Dura menos que el del wasabi, por eso es un placer fugaz. Y no pica. Estando Bruno Mars en la noche del mi¨¦rcoles en el Estadio Ol¨ªmpico, noche pl¨¢cida de est¨ªo, se pod¨ªa pensar en el chicle, algo divertido pero poco aconsejable como base de una dieta. El chicle entretiene, no alimenta. Y Bruno Mars entretuvo a los 54.000 espectadores que casi llenaron el recinto y, aunque el espect¨¢culo fue menos imaginativo que un chicle de fresa, el dinamismo del artista, saltar¨ªn como un chicle con burbujas, supli¨® la imaginaci¨®n. Bruno es ameno, aunque de imaginaci¨®n no va sobrado.
Pero es una gran estrella. Lo demuestra que siempre da problemas de todo tipo a los promotores de sus conciertos, que sali¨® con media hora de retraso al escenario, que le present¨® un voceador, que en tiempos de tel¨¦fonos que hacen fotos de calidad proh¨ªbe la entrada a los fot¨®grafos profesionales y que todo ello lo haga poniendo cara de simp¨¢tico, que hasta igual lo es. Otra caracter¨ªstica de las estrellas consiste en ser innovadoras, y Bruno Mars lo fue: lanz¨® fuegos de artificio ya en el comienzo de su show, y las cortinas que le ocultaban de la mirada del p¨²blico antes de iniciar la interpretaci¨®n de Finesse, primera pieza del recital, fueron izadas hasta la parte alta del escenario en lugar de caer. Caus¨® m¨¢s sensaci¨®n que los precios en las barras, equivalentes al producto interior bruto de Hait¨ª.
Es tan contempor¨¢neo Bruno Mars que parece una franquicia, una franquicia de la eterna m¨²sica negra: hay veces que recuerda a Prince, otras a Michael Jackson, otras a Rick James, y tambi¨¦n a blanquitos como Jamiroquai en piezas como Treasure o Police en Locked Out Of Heaven. Y baila, no como Michael, y toca la guitarra, no como Prince, y canta, eso s¨ª, como ¨¦l mismo, con entrega y dinamismo, al pie de una voz sin mucho cuerpo pero efectiva. Y llevaba buena banda, y buen equipo y t¨¦cnicos que le brindaron un sonido excelente en el que la bater¨ªa, coraz¨®n de cualquier banda de funk, no saturaba ni tapaba al resto de instrumentos. Y todo ello envuelto en luces, con ¨¦l vestido con la camiseta azul de los Dodgers sonriendo casi m¨¢s que su p¨²blico y algo menos que un relaciones p¨²blicas. Realmente divertido, s¨ª, una franquicia chachi. Disneyfunk.
Bueno, el tema baladas no fue tan alentador, para hacer baladas no basta con ser simp¨¢tico. Tras un inicio arrollador, Bruno se puso tierno con Calling All My Loveleies y pese a que dijo varias veces en castellano ¡°te quiero mucho, cari?o¡± hac¨ªa falta creerse que se lo dec¨ªa a cada uno de los 54.000 para no ser v¨ªctima de un baj¨®n. Repiti¨® az¨²car con When I was your man, per¨° tambi¨¦n sonaron piezas como That¡¯s What I Like para ver el estadio como un juncal azotado por la brisa. Y no mucho m¨¢s dio el concierto, muy parecido, sino calcado, al que ofreci¨® en su ¨²ltima visita al Sant Jordi y cerrado con Uptown Funk. S¨ª, aqu¨ª todo m¨¢s gigantesco, todo menos la duraci¨®n, apenas hora y media. Pero es igual, Bruno es simp¨¢tico, moderno y actual, una estrella contempor¨¢nea. S¨ª, fugaz como el chicle y nada nutritivo, pero probablemente ese sea el signo de los tiempos.
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