Contra los sectarios, dos libros para el verano
Ante los designios del sectario de asaltar el poder en las instituciones para destruirlas, solo habr¨¢ que preguntarle: ?respetar¨¢s las reglas o las cambiar¨¢s a medio partido?
Mosc¨², alborada de la Revoluci¨®n de Octubre. El Hotel Nacional ya se llama Primera Casa de los Soviets; el Metropol, Segunda; el Seminario Ortodoxo, Tercera; el Hotel Peterhof, Cuarta. Los mejores edificios de la capital han cambiado nombres y due?os, explosi¨®n sem¨¢ntica y revolucionaria, apoteosis bolchevique.
En la tesis central de Yuri Slezkine, House of Government: A Saga of the Russian Revolution, un libro de h¨¢lito tolstoyano en cuyas m¨¢s de mil p¨¢ginas me sumerjo hace meses, una secta implacable y feroz (tambi¨¦n consigo misma) se hab¨ªa hecho con todo el poder sobre el pueblo ruso, hondo, tr¨¢gico y enorme en su cultura, a la cual admiro, oblicuo (no leo ruso), desde mi infancia. Slezkine defiende, pol¨¦mico, que los bolcheviques conformaron una secta excluyente y autodestructiva como hab¨ªa habido muy pocas otras en la Historia. Por la fuerza iba a durar, pero no pod¨ªa perdurar.
El que los bolcheviques jam¨¢s creyeron en el derecho, en las instituciones, lo proclamaron ellos mismos. Tambi¨¦n siempre lo supimos todos, pero casi todos callaron, nunca entend¨ª c¨®mo tantos de los de entre mi generaci¨®n se negaron a ver que Y¨¢kov Sverdlov (1885-1919, muri¨® de gripe) fue alguien muy especial, alguien a quien no le saci¨® hacer matar a la familia de zar junto con el zar y la zarina mismos y sus sirvientes. Hasta sus perros fueron ahorcados.
El libro subyuga porque su autor logra que la verdad hist¨®rica fluya como una novela. Desfilan centenares de personajes centrales del bolchevismo originario, muchos de los cuales se matar¨ªan entre ellos, que no todo fue culpa de Stalin, como igualmente nos quisieron hacer creer.
Slezkine centra su historia en la Casa del Gobierno, un edificio moscovita entre neocl¨¢sico y constructivista, acabado en 1931 para alojar a los dirigentes sovi¨¦ticos. Contaba 505 apartamentos de dos, tres, cuatro y m¨¢s habitaciones, con espacios comunes a docenas, hasta un teatro. Las grandes purgas de la segunda mitad de los a?os treinta del siglo XX diezmaron a sus moradores, hombre a hombre, una y otra vez, noche tras noche. Luego los nazis casi llegaron a Mosc¨². Despu¨¦s de la Segunda Guerra Mundial, la secta se convirti¨® en una Nomenklatura, una burocracia ya m¨¢s intr¨ªnsecamente inepta que perversa.
Recuerdo haber visto la Casa por fuera, a principios del siglo XXI, cuando la estrella plateada (ya no roja) de Daimler Benz coronaba, grotesca por incongruente, uno de sus tejados. Si gustan de Tolstoy y de Solzhenitsyn, el de Slezkin es un libro que todo amante de la historia rusa deber¨ªa leer.
El segundo libro contra los sectarios me lo recomienda un abogado cercano, muy culto y medio franc¨¦s: El orden del d¨ªa, de ?ric Vuillard, premio Goncourt de 2017. A diferencia del anterior, este es muy breve (unas 150 p¨¢ginas), pero fulgura. Arranca con la visita secreta que, el 20 de febrero de 1933, los 24 m¨¢s grandes industriales de Alemania rindieron a Hermann Goering y a Adolf Hitler en el parlamento alem¨¢n (el Reichstag). Los nuevos amos les pidieron y consiguieron financiaci¨®n electoral. El 27 de febrero el fuego arras¨® el edificio. Hitler y sus bandidos hicieron enseguida lo propio con la instituci¨®n del parlamento mismo: un decreto de 28 de febrero les permiti¨® deshacerse de sus adversarios (no solo de los) comunistas. Por fin, el 23 de marzo, el parlamento mismo aprob¨® una ley que conced¨ªa a Hitler el poder de legislar. En un mes las instituciones hab¨ªan sido aniquiladas.
Sectarios los hay en todas partes. No hay que darles ni agua, pero dej¨¦mosles hablar, que nosotros no habremos de presumir, nunca, no tenemos de qu¨¦, no encarnamos la Historia. Bastar¨¢ con que les exijamos respeto a las instituciones ¡ªa los parlamentos, a los gobiernos, a los tribunales, a las agencias reguladoras, a las entidades p¨²blicas y privadas que vertebran el pa¨ªs-. Ante los designios del sectario de asaltar el poder en las instituciones para destruirlas luego, solo habr¨¢ que preguntarle: ?jugar¨¢s de acuerdo con las reglas o las cambiar¨¢s a medio partido?, ?cu¨¢ndo entres en el edificio, sede de la instituci¨®n a la cual dices servir, estar¨¢ ya todo decidido de antemano?, ?gobernar¨¢s con tu gobierno o lo har¨¢s a sus m¨¢rgenes, solo con los tuyos?, ?y qu¨¦ les ocurrir¨¢ ma?ana a aquellos de los tuyos que hoy han osado discrepar del pensamiento del grupo? Toda democracia es institucional, nunca sectaria. Ambos libros son ejemplares. Jam¨¢s demos pie a que nos escriban uno parecido.
Pablo Salvador Coderch es catedr¨¢tico de Derecho Civil de la UPF.
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