Raz¨®n y sentimentalidad
Una pol¨ªtica s¨®lo basada en las promesas y en los sentimientos, que conduce inexorablemente al choque entre verdades absolutas, nunca puede ser democr¨¢tica. Es nihilista: todo est¨¢ permitido
?Es sostenible el nivel de tensi¨®n emocional que viene alcanzando la pol¨ªtica? Ante la proliferaci¨®n de los conflictos identitarios, que llevan intensa carga sentimental, se repite a menudo que no somos s¨®lo seres racionales y que hay una compleja dimensi¨®n afectiva en los humanos que la pol¨ªtica no puede desde?ar. Lo que est¨¢ ocurriendo no es que los dirigentes pol¨ªticos la desprecien o ignoren sino que especulan con ella. La pol¨ªtica apunta cada vez m¨¢s, en la medida que dispone de medios de comunicaci¨®n m¨¢s potentes, hacia los puntos m¨¢s sensibles de la percepci¨®n humana, aquellos sobre los que se despliegan las adhesiones incondicionales, los rechazos frontales, los miedos y las bajas pasiones. Y con el uso selectivo y directo de las redes sociales que hacen aquellos partidos que disponen de grandes recursos ¡ªa menudo de procedencias opacas¡ª se alcanzan niveles de contaminaci¨®n tan altos que hacen el sistema irrespirable e invitan a preguntarse por su sostenibilidad.
Cuando se dedican tantos recursos a esta tarea la manipulaci¨®n de la escena p¨²blica no es fruto de ninguna casualidad, sino que se inscribe en un proceso paulatino de transici¨®n de la democracia al autoritarismo. Y ah¨ª est¨¢n juntos en la Casa Blanca, Donald Trump y Jair Bolsonaro, como l¨ªderes de la nueva internacional neofascista, el millonario y el descamisado que marcan la pauta a la actual oleada de extrema derecha que ensucia la pol¨ªtica en buena parte del mundo.
No hay duda que somos seres muy contingentes que tenemos que cargarnos de fantas¨ªas para hacer soportable la realidad de nuestra insignificancia: nacemos, crecemos y morimos en un instante si comparamos con los tiempos del universo. Y este instante est¨¢ cargado de malos tragos y penurias que requieren la producci¨®n de ilusiones y promesas que las hagan llevaderas. Si adem¨¢s vivimos en un tiempo en que todo se comercializa, incluso las fantas¨ªas y los deseos, no es extra?o que el mercado pol¨ªtico busque sacar tajada de esta l¨®gica, construyendo estrategias muy calculadas para explotar las pasiones.
Dec¨ªa Montesquieu que los humanos somos una rareza en el universo porque tenemos dos capacidades que no tienen los dem¨¢s: raz¨®n y libertad. Aunque, en tiempos en que declina el mito cristiano del hombre como rey de la creaci¨®n, muchos investigadores pondr¨ªan en duda esta exclusividad, es cierto que si podemos hablar de libertad es porque disponemos de la raz¨®n que nos permitir adquirir la conciencia de los l¨ªmites. Sin ella, la libertad s¨®lo puede conducir a la ley del m¨¢s fuerte.
Con el uso selectivo y directo de las redes sociales se alcanzan niveles de contaminaci¨®n irrespirables
Si lo trasladamos a la pol¨ªtica, la raz¨®n nos garantiza dos cosas: la capacidad de conocer qu¨¦ pasa y por qu¨¦ pasa (lo que ocurre en el terreno de la sentimentalidad tambi¨¦n es susceptible de ser racionalmente explicado) y la posibilidad de definir los l¨ªmites que impiden que las pasiones arrasen con las libertades de unos y otros y establecer estrategias viables. Una pol¨ªtica s¨®lo basada en las promesas y en los sentimientos, una pol¨ªtica que traslada los criterios de decisi¨®n a principios trascendentales incuestionables y que, por tanto, conduce inexorablemente al choque entre verdades absolutas, nunca puede ser democr¨¢tica. Por una sencilla raz¨®n niega los l¨ªmites. Es nihilista: todo est¨¢ permitido. Y cuando esto ocurre siempre acaba mal.
La servidumbre voluntaria se construye sobre el miedo, los h¨¢bitos adquiridos y la pir¨¢mide de intereses. Cuando se producen cambios que alteran el marco referencial, se abren fracturas sociales o generacionales porque una parte de la sociedad se ha quedado sin expectativas, amplios sectores, como las antiguas capas medias, han perdido la estabilidad conseguida y mucha gente se siente condenada al abismo, y las viejas formas de emancipaci¨®n se han agotado y las nuevas est¨¢n empezando a tomar cuerpo, generando inquietud en los poderes establecidos, estalla la tamborrada de la pol¨ªtica de sentimientos y lealtades trascendentales. La raz¨®n queda secuestrada en la avalancha de los fake news y los pa¨ªses se fracturan en bloques aparentemente irreconciliables.
El ruido tira y los responsables pol¨ªticos que deber¨ªan introducir elementos de racionalidad se suben al monte, arrastrados desde el extremo. Y ah¨ª estamos con din¨¢micas de amigo y enemigo que s¨®lo entienden de exclusi¨®n y de represi¨®n. Como ya ocurri¨® en los a?os treinta, lo peor es no querer ver el peligro hasta que ya sea irreversible y no se pueda detener el desastre. Ocurre con el cambio clim¨¢tico, que no ocurra tambi¨¦n con el autoritarismo postdemoc¨¢tico.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.