La garita de Aza?a
Afloran ¡®graffitis¡¯ de soldados de la guardia del presidente en la que fue su ¨²ltima morada estable en Catalu?a
Qu¨¦ cosas: te abrigas en ella para defenderte del exterior, pero resulta que el peligro est¨¢ dentro, t¨² eres tu enemigo en una garita de guardia. Todo son sombras y ruidos all¨¢ fuera, pero, si se mira y escucha bien, salen, inmisericordes, de ti. Es quedarse solo ante uno mismo y, zas, el pensamiento apu?ala. En la diminuta c¨¢psula, el tiempo lento da para demasiadas preguntas inc¨®modas, lamentos sobre lo que pudimos haber dicho o hecho y la invariable, punzante conclusi¨®n de que es un poco tarde ya para dar media vuelta en la vida. Entonces, ahora, siempre. Quiz¨¢ eso explique que las garitas suelan rebosar de graffitis, p¨¦treos cuadernos de exorcismos.
No hice ninguno durante mis largas noches de guardia cuando la mili, mayormente en el maldito turno de la tercera imaginaria, la del sue?o corto y partido, gentileza de veteranos y resabiados que descubrieron, pronto, que uno siempre estaba all¨ª en cuerpo, pero nunca en alma, objetora como se me declar¨® en ese periodo caqui, pr¨®fuga por otro espacio-tiempo. Tampoco recuerdo que mi atormentado pero mod¨¦lico subteniente Giovanni Drogo garabateara nada en las paredes durante sus no menos angustiantes rondas en la fortaleza Bastiani, all¨ª en los confines del imperio, al borde de la zona inexplorada, en esos severos turnos revestidos de asfixiantes ceremoniales sin sentido a la espera de un enemigo invisible, pero que estaba ah¨ª mismo y que, de un momento a otro, iba a atacar, si bien la inminencia nunca llegaba y se hac¨ªa eterna¡ No deb¨ª haber le¨ªdo El desierto de los t¨¢rtaros de Dino Buzzati semanas antes de incorporarme a filas, pero, como f¨²til acto de rebeld¨ªa por el a?o largo de vida que iba a perder, me dio por un malsano regocijo en una mortificaci¨®n multimedia: Johnny cogi¨® su fusil; Sin novedad en el frente, Senderos de gloria¡
¡°Viva Madrid es mi pueblo¡±, reza sobre el perfil de un rostro, ambos en carboncillo. Un poco m¨¢s all¨¢, siempre en redondilla y capitulares como si fueran g¨®ticas, empieza la frase ¡°Todo el que aqu¨ª¡¡± y luego se hace ininteligible hasta que se entrev¨¦ ¡°plomo fr¨ªo¡±. M¨¢s pr¨®xima al suelo, una esfera acoge circularmente los n¨²meros 1,2 3, 4 y, abajo, un cuadrado hace lo propio: dos relojes incompletos. Hay promesas ininteligibles y muchas m¨¢s frases entrecortadas, en parte porque la humedad est¨¢ desconchando la pared. En la oxidada puerta, cada uno de los v¨¦rtices de una fina estrella parece dirigir a las iniciales P.S.U.C, pespunteado por ah¨ª con un ¡°catalans¡±, un ¡°batall¨®n¡± y un tal ¡°Garc¨ªa¡±. En el dintel interior, una fecha: ¡°A 8 del 10 del 1938¡±¡
Se intuyen m¨¢s cosas, pero las fotograf¨ªas son oscuras. Son, sin duda, pintadas de una garita de la Guerra Civil espa?ola. Pero no de una cualquiera: es la instalada en la ¨²ltima residencia estable que el presidente de la Rep¨²blica, Manuel Aza?a, tuvo en Catalu?a, en la Torre Salvans, en Matadepera. Hasta hoy se desconoc¨ªa su existencia y algunos pretenden que siga as¨ª. El hallazgo es fortuito, pura vida. Un tenaz senderista, Santi, reconstruye en casa con Google Maps, como siempre, su excursi¨®n dominical por el frondoso parque natural de Sant Lloren? del Munt i L¡¯Obac y se da cuenta de que, visto desde arriba, un peque?o dep¨®sito de agua de la Torre Salvans se asemeja mucho a una garita, como en las que pas¨® tantas horas vigilando contra s¨ª mismo en la mili. Al cabo de unos meses se atreve a entrar. Decepci¨®n: potes de pintura, restos de una tumbona y un cedazo¡ sedimentos de a?os de trastero moderno, hasta que ve una de esas letras pseudog¨®ticas y, apartando cachivaches, estallan los graffitis, al menos de tres manos distintas.
¡°Viva Espa?a por¡¡± se lee muy cerca de un intento de dibujar un escudo, no demasiado lejos de una de las cinco ventanas redondas que dan a la garita casi una visi¨®n de 360 grados, coronadas por restos de unos peque?os compartimentos que se antojan para guardar cartucheras o similares. Es un mundo de un di¨¢metro que no parece, por las im¨¢genes, superior a los 2,5 metros. Por ah¨ª debieron desfilar buena parte de la sesentena de miembros que conformaban el destacamento de vigilancia y protecci¨®n del Batall¨®n de la Guardia Presidencial de Aza?a en la torre Salvans. Acabada en 1929, la palaciega casa, de 983 metros cuadrados (11 habitaciones en tres plantas, desv¨¢n y s¨®tano), era lugar de veraneo de un empresario textil, Francesc Salvans, asesinado junto a su hijo y seis industriales m¨¢s de la zona de Terrassa por radicales el 24 de julio de 1936. Tras la construcci¨®n de una bater¨ªa antia¨¦rea en una colina pr¨®xima y un espectacular b¨²nker en sus entra?as, Aza?a y su s¨¦quito ¨ªntimo de 14 personas se instalar¨¢n en ella en una fecha incierta entre diciembre de 1937 y febrero de 1938. La frondosidad de la finca de 8.625 metros cuadrados y su f¨¢cil control de acceso (s¨®lo por la carretera de Terrassa a Talamanca) la hac¨ªan id¨®nea como discreta residencia presidencial.
¡°Todo el mundo sab¨ªa que Aza?a estaba en el Vall¨¨s, pero poca gente el lugar exacto¡±, matiza Josep Puy, el historiador que mejor ha abordado esa dram¨¢tica estancia, explic¨¢ndose as¨ª la contradictoria circunstancia que en la prensa de la zona se anunciara, para el domingo 29 de mayo de 1938, a las 3 de la tarde, un ¡°competid¨ªsimo partido de f¨²tbol entre los dos potentes equipos Batall¨®n Guardia Presidencial-Terrasa FC (reforzado)¡±, precedido por ¡°ejercicios de cultura f¨ªsica a cargo de 200 soldados del batall¨®n¡± , acompa?ados ¡°por su banda de cornetas¡±¡ ¡°El batall¨®n se integr¨® en la vida cotidiana de Terrassa¡±, reconstruye Puy, que ubica al resto de los soldados en el Colegio de los Escolapios de la ciudad. ¡°Todas las chicas quer¨ªan salir con ellos, porque eran gente privilegiada, iban bien vestidos y alimentados, contrastando con buena parte de la poblaci¨®n¡±. Buena gente deb¨ªan serlo a la fuerza: toda indisciplina comportaba abandonar la guardia del presidente y ser destinado a primera l¨ªnea del frente. La integraci¨®n fue tal que hasta un coche de la escolta y un cami¨®n chocaron, causando la muerte de Emilia Argil¨¦s, dependienta de una zapater¨ªa, pocos d¨ªas antes del partido.
Un Aza?a apesadumbrado y m¨¢s lac¨®nico que nunca se dejaba ver poqu¨ªsimo; deprimido por la evoluci¨®n de la guerra, escribi¨® en la casa su ¨²ltimo y gran discurso, el de las tres p (paz, piedad, perd¨®n) y s¨®lo le falt¨® acoger ah¨ª el pol¨¦mico consejo de ministros del 11 de agosto de 1938, con el quiz¨¢ definitivo encontronazo con su presidente del Gobierno Juan Negr¨ªn. ?l se limitaba a leer, a jugar al ajedrez y a pasear por el espectacular jard¨ªn de la casa, que hoy parece haber sido bombardeado por la mism¨ªsima Legi¨®n C¨®ndor. S¨ª, en la torre Salvans est¨¢n de obras. El matrimonio germano-catal¨¢n due?o de la finca desconoc¨ªa la existencia de la garita y sus pintadas y, ampar¨¢ndose en que es propiedad privada, no quiere ruido alguno. En el Ayuntamiento de Matadepera tampoco sab¨ªan del hallazgo; un mes despu¨¦s no han concretado nada con la propiedad.
En el cat¨¢logo de bienes arquitect¨®nicos y arqueol¨®gicos municipal est¨¢ registrada la torre, insuficientemente protegida con la ast¨¦nica declaraci¨®n de Bien Cultural de Inter¨¦s Local (BCIL). El nivel de protecci¨®n de la torre especifica el mantenimiento integral de la zona ajardinada. ?La garita es jard¨ªn o una prescindible construcci¨®n mohosa molesta junto a una alberca en desuso? Ruidos en la guardia: los elementos t¨¦cnicos no se incluyen en el cat¨¢logo, pero derribarla requerir¨ªa una licencia de obras que no se ha pedido¡ Su carga hist¨®rica y simb¨®lica deber¨ªa importar, como lo han logrado las inscripciones en los castillos de Montju?c y de Castelldefels. O, al menos, hacer un calco, como con las pinturas de la capilla gitana de Helios G¨®mez en la c¨¢rcel Modelo de Barcelona.
Aza?a abandon¨® la torre Salvans el 21 de enero de 1939, camino ya del exilio. La memoria cotiza muy poco. Los t¨¢rtaros, por cierto, acabaron llegando.
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