El asesinato invisible de Ana
La vida y la muerte en la calle de una mujer sin hogar y maltratada
Su sonrisa y su alegr¨ªa; su buena disposici¨®n, con el s¨ª siempre en los labios; su cordialidad; su forma de danzar, dando saltitos, en las fiestas que tanto le gustaban; las historias que contaba de su juventud como bailarina, cuando so?aba con ganarse la vida sobre los escenarios; su belleza; las charlas con sus amigos; su afabilidad¡ El recuerdo de las bondades de Ana en la fundaci¨®n Arrels, que ayuda a personas sin hogar, est¨¢ muy vivo 15 d¨ªas despu¨¦s de que apareciese muerta en la calle en Barcelona.
Tampoco se han olvidado de cuando llegaba con moratones en la cara o de los golpes en las piernas. Del d¨ªa que el m¨¦dico le cur¨® una herida en una rodilla que ten¨ªa el aspecto de haber sido hecha con una sierra. De la dureza de la calle, donde duermen 1.195 personas en Barcelona. De la desprotecci¨®n, que se multiplica por mil en el caso de las mujeres. De lo complicado que es ayudar a quien dif¨ªcilmente puede ya dejarse ayudar.
Ana I., nacida en Suecia hace 46 a?os, llevaba mucho tiempo viviendo en la calle. Al menos 12 a?os, seg¨²n le cont¨® al equipo de la fundaci¨®n Arrels que entr¨® en contacto con ella por primera vez en 2013. Su vida, como la de cualquiera, cogi¨® una deriva inesperada: un matrimonio estable, con un marido maltratador, que se acaba, la verg¨¹enza de asumir lo que vivi¨® como una derrota, una huida a Barcelona para empezar de nuevo y un alejamiento paulatino de su familia.
Al llegar a la capital catalana, contaba que alquil¨® una habitaci¨®n, que trabaj¨® como teleoperadora, que intent¨® salir adelante, pero que el sentimiento de soledad y de fracaso la consum¨ªan. Pasaba ya de los 30. Dej¨® el trabajo, enlaz¨® un verano de fiesta en fiesta hasta que se vio sin compa?eros de juerga, sin dinero para pagar su habitaci¨®n y en la calle.
Ese es el relato a retazos que hac¨ªa Ana de su vida. Cuando empez¨® a dormir en una habitaci¨®n de Arrels, en febrero del a?o pasado, ten¨ªa su grupo de amigos con los que pasaba horas en un parque cercano a la fundaci¨®n y segu¨ªa las pautas propias de alguien sin hogar: casi ninguna.
¡°Su historia es la historia de una mujer en la calle, vulnerable¡±, explica Laia Vila, de Arrels, sobre Ana, y sobre cualquier otra mujer en su situaci¨®n. ¡°Son siempre maltratadas y si llegan a la calle es porque est¨¢n muy mal. Es su ¨²ltima opci¨®n¡±, subraya. A la intemperie, siguen siendo golpeadas y violadas, ya sea por la propia persona que ejerce un papel de ¡°cuidador¡± o por cualquier otro hombre de entorno. Sus planes y objetivos acaban reducidos a que los d¨ªas pasen, sin m¨¢s horizonte que ir tirando.
En la fundaci¨®n intentaron que Ana estuviese el menor tiempo posible fuera. La animaron a apuntarse a un centro de mujeres, a que participase en un taller ocupacional. ¡°Pero hab¨ªa una situaci¨®n de deterioro cognitivo¡±, explica Laia, sobre el efecto del consumo de alcohol en la vida de Ana.
El 12 de agosto por la ma?ana Laia recibi¨® una llamada: le preguntaba si Ana hab¨ªa pasado la noche en Arrels. Alguien hab¨ªa visto una noticia, breve, sin demasiados datos, sobre el asesinato de una mujer sueca, de 46 a?os, en Barcelona, hallada muerta en la calle, con la mitad del cuerpo bajo el remolque de un cami¨®n. ¡°?C¨®mo iba a ser tanta casualidad!¡±, recuerda Laia que reaccion¨®, ahora que sabe que s¨ª era Ana. ¡°Llegamos tarde¡±, se repite, sobre el apoyo que pudieron brindarle.
Las pertenencias de Ana, convertida en una v¨ªctima an¨®nima e invisible, se apilan en bolsas de basura en una habitaci¨®n de Arrels. Esperan que alguien, los Mossos, el juzgado, el Instituto de Medicina Legal, les diga qu¨¦ hacer con lo que queda de su paso por el mundo. La fundaci¨®n se har¨¢ cargo de su entierro. Los Mossos siguen investigando qui¨¦n la mat¨®.
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