Una batalla perdida
A los due?os de perros no se les puede indicar sus continuas transgresiones inc¨ªvicas. Responden con una agresividad inusitada. El delirio perruno en Barcelona llega a l¨ªmites casi surrealistas
En el momento en que escribo este art¨ªculo, hace una semana que se inaugur¨® justo en frente de mi domicilio, en el barrio del Guinard¨®, un nuevo espacio verde en Barcelona, los jardines del Doctor Pla i Armengol. En su lugar antes hubo un espacio desordenado, amplio pero lleno de ca¨®tica vegetaci¨®n. Chatarra, casuchas y restos de veh¨ªculos desvencijados completaban un paisaje bastante deprimente. Solo detr¨¢s se intu¨ªa, m¨¢s que verse, la l¨ªnea del horizonte recortado por el Mediterr¨¢neo. Ya est¨¢bamos los vecinos tan acostumbrados al lamentable espacio, que nunca se nos ocurri¨® que en su lugar alguna vez existiera nada parecido a lo que hoy reina casi milagrosamente. Antes pens¨¢bamos que cuando se interviniera all¨ª, se transformar¨ªa en boccato di cardinale para la especulaci¨®n y el suelo edificable. (Hay que decir que era lo que mucha gente en el barrio deseaba, m¨¢s tiendas, m¨¢s gente, ¡°m¨¢s vida¡±). Pero un d¨ªa se precipit¨® todo. La due?a de tan codiciado terreno, la doctora Pla (hija del Doctor Pla i Armengol y, dicho sea de paso, una de las pocas m¨¦dicas en la Espa?a de entonces) muere y acto seguido se crea una fundaci¨®n y se llega a un acuerdo con el ayuntamiento gobernado por Ada Colau, y en menos que canta un gallo se dise?a y se anuncia el comienzo y el fin de las obras de ajardinamiento del cochambroso terreno. El trabajo llev¨® catorce meses, con solo dos meses de retraso seg¨²n lo estipulado. El resultado es un peque?o cosmos de plantas, flores y ¨¢rboles donde aves e insectos encontrar¨¢n su h¨¢bitat y las personas tendr¨¢n todo el mar de cara para otear sus cambios de luz seg¨²n las nubes lo cubran o el sol lo ilumine.
Pero hete aqu¨ª que yo no lo pisar¨¦. Ya me vale saber que est¨¢ ah¨ª. Saber que los ¨¢rboles producen ox¨ªgeno y que uno solo puede absolver veintid¨®s kilos de di¨®xido de carbono, el principal gas responsable del efecto invernadero, como ya se sabe. Saberlo que est¨¢ ah¨ª ya me llena de j¨²bilo y de fe en la naturaleza. Ahora voy a explicar por qu¨¦ he tomado esta tajante decisi¨®n. El domingo 15 entro a las 11 de la ma?ana, hora en que est¨¢ anunciado su apertura e inauguraci¨®n. Me paseo por sus caminos perfectamente trazados. Me detengo en los espacios destinados a la horticultura, me siento en uno de los 55 bancos, luego lo hago en una de las 40 sillas. Al final me arrimo a una de las 16 piedras de hormig¨®n que sirven para sentarse en el sotobosque. Todo transcurre con normalidad y un cierto cosquilleo de satisfacci¨®n. Hasta que atisbo una pareja de j¨®venes llevando un perro cada uno. Acababa de escuchar a uno de los jardineros que explicaba al p¨²blico lo importante que era que no entraran caninos, dado el perjuicio que pudieran ocasionar sus orines, adem¨¢s de acampar descontrolados por el c¨¦sped reci¨¦n puesto a punto. No me sorprendi¨® tanto ver perros, como que sus due?os hicieran caso omiso de la ostensible prohibici¨®n de entrar con ellos a los flamantes jardines. De pronto se apodera de m¨ª una especie de desgana por el g¨¦nero humano. Trato de controlarme y no decir nada. Pero enseguida supe que no entrar¨ªa m¨¢s. Unos metros m¨¢s all¨¢, veo a otros visitantes tambi¨¦n portando sus chuchos. De pronto una se?ora se dirige a ellos y les dice educadamente que no est¨¢ permitido entrar con perros. Pero estos le contestan que ya lo saben y redondean su respuesta con un grosero ¡°m¨¦tete en tus asuntos, t¨ªa¡±.
Obviamente si escribo esto es porque trato de sacar algunas conclusiones sobre estos hechos. La primera de todas es que comienzo a dudar muy seriamente de que los animales, como se dice, ayuden a las personas a ser m¨¢s felices y emp¨¢ticas. La experiencia me dice que a los due?os de perros no se les puede indicar sus continuas transgresiones inc¨ªvicas. Responden con una agresividad inusitada. La segunda conclusi¨®n es que el delirio perruno en Barcelona llega a l¨ªmites casi surrealistas. Hace unos meses, unos metros antes de llegar a mi casa, una mujer llevaba un cochecito mientras hablaba con otra que iba a su lado. Claramente se refer¨ªan al ocupante del cochecito. Cu¨¢l fue mi sorpresa cuando descubro que a quien se refer¨ªan era a un perrito tocado con un gorro rojo. Hoy en Barcelona inspira m¨¢s ternura un chucho que un ni?o. Y tercera conclusi¨®n, todo me hace pensar que esta batalla, a los que nos gusta los animales pero no tanto sus due?os, la tenemos perdida.
J. Ernesto Ayala-Dip es cr¨ªtico literario.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.