Barcelona, pobreza infinita
Los archivos de C¨¢ritas Barcelona, que cumple 75 a?os, revelan la cara menos amable de una ciudad hostigada por una miseria que se perpet¨²a durante todo el siglo XX hasta hoy.
En el humilde barrio barcelon¨¦s de Verdum, en el coraz¨®n del distrito de Nou Barris, el apuro econ¨®mico ahoga a un matrimonio y a sus cinco hijos peque?os. ?l, enfermo, lleva ocho meses en paro. La situaci¨®n econ¨®mica es, seg¨²n el informe de la trabajadora social, ¡°grave¡±. Reclaman ayuda para costear sus medicamentos, para pagar la vivienda familiar, para cubrir los gastos del colegio de dos de sus hijos y para comprar alimentos y leche para el cr¨ªo m¨¢s peque?o, de dos meses. En total, 8.000 pesetas.
El caso de esta familia, catalogado como ¡°urgente¡± por la trabajadora social de C¨¢ritas Barcelona que los atendi¨®, podr¨ªa haber ocurrido ayer. O ahora mismo. Pero aconteci¨® en 1968, como atestiguan las pesetas que demandaban ¡ªahora ser¨ªan varios cientos de euros¡ª. Los archivos de C¨¢ritas, que cumple 75 a?os en la capital catalana, recomponen el retrato menos amable de una Barcelona hostigada por la miseria. Una pobreza infinita que se perpet¨²a hasta hoy.
Los mismos problemas de vivienda, paro y alimentaci¨®n que azotaban al matrimonio de Verdum, acosan hoy a otras tantas familias de Barcelona. Las barracas de ayer son los desahucios de hoy. Los parados de anta?o, los trabajos precarios de estos d¨ªas.
De la pobreza infinita, que sobrevive a los tiempos y sortea el ascensor social, da buena cuenta C¨¢ritas Barcelona. La entidad social naci¨® en 1944, en plena posguerra, como un servicio de beneficencia vinculado a la Iglesia. Bajo el yugo y la mordaza del franquismo m¨¢s duro, el hambre arreciaba y el trabajo escaseaba. Los archivos de la instituci¨®n cristalizan la pobreza de una ¨¦poca que pervive hasta nuestros d¨ªas. De aquella primera beneficencia a la estructurada acci¨®n social de hoy, C¨¢ritas guarda, en un altillo de su sede en la plaza Nova, la memoria del mill¨®n y medio de invisibles, de los que no fueron nadie porque nada ten¨ªan, que ha atendido en estos a?os. Sus problemas, sus pesares, sus carencias y sus males.?
La pobreza de una casa
Una cuartilla arrugada, a¨²n con el sello intacto del Obispado de Barcelona, rubrica un ¡°vale por un colch¨®n¡± de la Limosner¨ªa del Secretariado General Diocesano de Beneficencia Cristiana (primer nombre de C¨¢ritas). Corre el a?o 1945 y las necesidades son tan primarias, que la entidad solo llega a repartir por las parroquias mantas y colchones. Un brote de tuberculosis azota Barcelona mientras miles de familias pelean por un sitio donde vivir.
En la asesor¨ªa jur¨ªdica, el primer servicio que puso en marcha la entidad humanitaria, la mayor parte de las consultas son por problemas de vivienda o desahucios. En dos a?os, de los 602 asuntos tratados, 82 son preguntas sobre arrendamientos urbanos y 40 acerca de desalojos. Es tiempo de infraviviendas, ocupaciones y barracas que brotan sin freno por la periferia de la ciudad.
Al tiempo que C¨¢ritas muda de la beneficencia a la acci¨®n social, profesionalizando sus servicios, incorporando trabajadoras sociales y arrojando una visi¨®n cient¨ªfica a su labor asistencial, la ciudad pone nombre al problema de vivienda. ¡°En febrero de 1957 se celebra la Semana del Suburbio. Por primera vez, se visibiliza un problema que estaba ah¨ª, que todo el mundo ve¨ªa y que iba creciendo. La migraci¨®n de muchos sitios estaba generando barraquismo, barrios con deficiencias de habitabilidad absolutas. Es la primera vez que ese problema se pone encima de la mesa, se hace una encuesta y se dan n¨²meros¡±, explica Joan Montblanc, responsable del Archivo de C¨¢ritas. En aquellas jornadas se cifr¨® el problema de exclusi¨®n residencial en el ¨¢rea metropolitana: ¡°177.000 personas, de las que 66.000 viven en 12.494 barracas y semibarracas, 46.298 en bloques aislados de viviendas, en 6.477 pisos, y el resto, unas 63.000 personas, en zonas m¨¢s o menos urbanizadas¡±.
El Camp de la Bota era uno de esos suburbios, una marea de barracas a orillas del mar, donde ahora est¨¢ el F¨®rum. Dos vecindarios, el Pekin (lado Barcelona) y el Parapeto (lado Sant Adri¨¤), cobijaban algo m¨¢s de 3.300 personas y 692 barracas durante los a?os sesenta. La mayor¨ªa de los vecinos estaban ¡°en un estado deplorable¡±, sostiene el Instituto Municipal de Higiene en un informe de C¨¢ritas. El 43% de la poblaci¨®n ten¨ªan afecciones bronquiales; el 31%, reuma; y el 15%, problemas en la piel.
Hoy, en el Camp de la Bota ya no hay barracas. No, al menos, como las de los a?os sesenta. Lo que m¨¢s se asemeja es, a unos cuantos metros de la Rambla Prim, una tienda de campa?a que los vecinos, hastiados de la pobreza y la degradaci¨®n del barrio, han montado para denunciar las situaciones de incivismo, drogas y violencia que sumen sus calles.
Hay cosas que no cambian y los vecinos de la periferia de la capital se siguen sintiendo ¡°el vertedero de Barcelona¡±. De hecho, parte de aquellos barraquistas del Camp de la Bota fueron realojados en los a?os setenta en el vecino barrio de La Mina, en el t¨¦rmino municipal de Sant Adri¨¤, un ayuntamiento que nunca fue capaz de gestionar la compleja realidad social que all¨ª se instal¨®. Hoy, con el 25% de los vecinos sin estudios b¨¢sicos, casi un 7% de analfabetismo y el 15,5% de paro, el barrio de La Mina sigue luchando por emerger del pozo de miseria.
A perro flaco, adem¨¢s, todo son pulgas. Y las innundaciones que asolaron el Vall¨¨s en los a?os sesenta se cebaron con las clases m¨¢s pobres. C¨¢ritas guarda carpetas y carpetas con intervenciones que tuvieron que realizar tras las riadas. La lluvia y el lodo barrieron las casas m¨¢s humildes. El goteo de familias que ped¨ªan ayuda era incesante. Tambi¨¦n la faena de las trabajadores sociales de C¨¢ritas, apurando informes para evaluar los da?os y las necesidades. Como los ¡°colchones, mantas, s¨¢banas y, a ser posible, algunas camas¡± que ped¨ªa el Colegio de Torre Bar¨® al arzobispado de Barcelona en 1962 para asistir a las 60 personas que se refugiaron en sus dependencias. O las 20.000 pesetas que ped¨ªan para una nueva vivienda para Paco (nombre ficticio) y sus siete hijos, despu¨¦s de que su casa quedase ¡°inhabitable¡± y con una orden de desahucio encima.
Los Juegos Ol¨ªmpicos de Barcelona 92 dispararon los precios de la vivienda en un conato de burbuja inmobiliaria que no lleg¨® a ser tal hasta los a?os 2000, cuando todo hijo de vecino pagaba millonadas por pisos que, a ojo de buen cubero, eran inaccesibles para una econom¨ªa familiar media. La crisis econ¨®mica revent¨® esa burbuja y dej¨® a miles de familias a merced de los desahucios y las deudas imposibles con sus bancos. M¨¢s de 5.800 familias barcelonesas fueron desalojadas en 2011.
Se dej¨® de comprar, pero el precio del alquiler subi¨® sin parar hasta hoy. Y los problemas para acceder a una vivienda volvieron a empobrecer m¨¢s a los pobres. ¡°La mayor parte de las ayudas que damos ahora son para vivienda. Estamos en niveles m¨¢s preocupantes que en los ochenta. Las barracas de hoy son las habitaciones realquiladas¡±, sentencia Merc¨¦ Darnell, trabajadora social de C¨¢ritas desde 1988.
La miseria del paro
¡°Con su trabajo mi marido sacaba adelante a la familia, pero todo se ha hundido. Y ¨¦l tambi¨¦n. Est¨¢ desesperado. Se le cierran todas las puertas cuando saben que tiene 53 a?os¡±, cuenta una usuaria en 1985. Las consecuencias de la crisis del petr¨®leo a¨²n arreciaban y el desempleo alcanzaba entonces en Espa?a el 21,5% (tres millones de parados).
Ya hac¨ªa a?os que en el Ventanal de la Caridad, una p¨¢gina de C¨¢ritas que sal¨ªa cada d¨ªa en varios diarios de Barcelona para buscar donantes que costeasen las necesidades concretas de personas sin recursos, se suced¨ªan las peticiones de personas sin empleo. Como un obrero sordo que, en junio de 1963 reclamaba un aud¨ªfono (2.700 pesetas) porque ¡°a causa de este defecto¡±, no encontraba un trabajo. C¨¢ritas hizo en 1975 un informe sobre el paro a partir de las demandas recogidas en el Ventanal. El estudio revelaba situaciones de ¡°explotaci¨®n descarada¡± y lamentaba que ¡°sempre recibe el m¨¢s pobre¡±. El 30% no pod¨ªa pagar el alquiler y el 16% no pod¨ªa asumir el coste del agua o la electricidad. Pero aparte de los gastos corrientes, la precariedad pod¨ªa llegar, seg¨²n el informe, a ¡°situaciones irreversibles, como el desahucio, ni?os fuera de la escuela, o el marido que, para huir del problema, deja el hogar¡±.
C¨¢ritas cre¨® en 1982 el Servicio de Paro para atender la demanda creciente de gente desempleada. Desde prestaciones econ¨®micas puntuales hasta formaci¨®n ocupacional y asesor¨ªa t¨¦cnica. La entidad se volc¨® en combatir el desempleo y dedic¨®, en sus primeros tres a?os de vida, m¨¢s de 150 millones de pesetas.
La organizaci¨®n encontr¨®, adem¨¢s, en el cooperativismo un arma para alentar la reinsercci¨®n social.Mar¨ªa del Carmen Moy¨¢ es la primera socia de Feines de Casa, una de las cooperativas pioneras que arranc¨® con C¨¢ritas. Ten¨ªa 26 a?os, el paro asediaba a su padre y sus ocho hermanos y llegar a fin de mes era un reto diario en la familia. ¡°Lo est¨¢bamos pasando muy mal. La cooperativa me ayud¨® a sacar adelante a la familia y a llegar a tener una jubilaci¨®n digna¡±, explica ahora, con 65 a?os y reci¨¦n jubilada. Ella y sus compa?eras se dedicaban a la atenci¨®n domiciliaria de ancianos que viv¨ªan solos. Les hac¨ªan de comer, limpiaban la casa, los aseaban. ¡°Para m¨ª la cooperativa signific¨® no acabar como esas abuelitas que yo atend¨ªa, que no ten¨ªan derecho a nada pese a haber trabajado sin cotizar, pero como unas esclavas, toda su vida¡±, explica Mar¨ªa del Carmen.
Las sucesivas crisis econ¨®micas, a partir de 1992 (con casi cuatro millones de parados en 1993) y tras el estallido de la burbuja inmobiliaria en 2008, han perpetuado la miseria. ¡°La precariedad laboral no la hemos superado nunca. No hay ¨¦pocas de empleo estable¡±, valora Darnell.
Los contratos basura, los bajos sueldos y los empleos inestables han dibujado un nuevo perfil de pobre, el de los trabajadores precarios, que ni con un trabajo son capaces de salir de la pobreza. De hecho, el 14% de las personas que trabajan est¨¢n en exclusi¨®n social.
Como en 1962, cuando C¨¢ritas denunciaba ¡°la insuficiencia de un solo jornal¡± debido a los sueldos p¨ªrricos de los obreros (2.000 pesetas al mes en la industria t¨¦xtil o 3.000 en la construcci¨®n), los sindicatos actuales denuncian hoy las condiciones laborales de trabajadores vulnerables como las limpiadoras de hoteles (las Kellys), cuyos sueldos, en ocasiones, no superan los 750 euros al mes
La penuria del hambre
Los bancos que sirven hoy para sentarse en la sede de C¨¢ritas Barcelona, fueron, en otro tiempo, cajas de madera repletas de ma¨ªz y queso. En unos a?os donde la posguerra castigaba los est¨®magos de los m¨¢s desfavorecidos y el mendrugo de pan se cotizaba al alza en el trueque, los cat¨®licos americanos salieron al rescate de los pobres espa?oles. Comida, ropa, medicamentos. 14 a?os de remesas en cajas de madera que cruzaban el Atl¨¢ntico y C¨¢ritas se encargaba de repartir por sus parroquias.
Seg¨²n los cuadernos mensuales de las Hermanitas de los Pobres, en octubre de 1965 recibieron 100 kilos de aceite, otros 100 de pasta, 92 de ma¨ªz y 141 de leche.
La National Catholic Welfare Conference lleg¨® a enviar 13.000 millones de pesetas en seis a?os, 37 millones de kilos de trigo y ma¨ªz, 4.000 toneladas de queso y medio mill¨®n de kilos de medicamentos y ropa. Como las 6.000 bragas femeninas que compr¨® C¨¢ritas ¡ªa cargo de los norteamericanos¡ª a la tienda La Oportunidad por 34.500 pesetas.
Estas ayudas, las primeras estructurales ajenas a la beneficencia, se mantuvieron desde 1954 hasta 1968, con un par¨®n en medio en algunas parroquias de Barcelona en 1962 tras detectar irregularidades. ¡°No se cumplen las normas de distribuci¨®n de los productos y se cobra a los beneficiarios¡±, denunci¨® el arzobispado de Barcelona al retirar las ayudas en varias congregaciones. Para restablecerlas, los p¨¢rracos ten¨ªan que comprometerse ¡°en verbo sacerdotis¡± a cumplir con la gratuidad del servicio y dar las ayudas solo ¡°a pobres de solemnidad¡±.
Cuando el plan Marshal de los cat¨®licos americanos se esfum¨®, los m¨¢s pobres de Barcelona segu¨ªan peleando por comer todos los d¨ªas. De hecho, en el primer estudio sociol¨®gico que hizo C¨¢ritas sobre la pobreza en Espa?a, all¨¢ por 1965 (¨²ltimos a?os de la ayuda americana), ya se apuntaba que una de cada cinco familias en la capital catalana ten¨ªa una alimentaci¨®n insuficiente.
La entidad social continu¨® con las campa?as de Navidad y la recogida y el reparto de comida, mientras las carencias alimentarias se repet¨ªan en los informes de las trabajadoras sociales. ¡°Cuando llega el d¨ªa 15 o 20 del mes, ya no podemos pagar ni los gastos normales de la comida de cada d¨ªa. Mi mujer recurri¨® a C¨¢ritas pero yo no quer¨ªa. Es muy humillante para una familia que siempre hemos vivido honradamente de nuestro trabajo¡±, explicaba en 1985 un usuario de la entidad que estaba desempleado.
C¨¢ritas ha mantenido hasta hoy las ayudas para alimentos, desde becas comedor hasta entregas directas de productos. ¡°He estado 10 a?os dando comida. Al principio, la mayor¨ªa eran inmigrantes, pero tras la crisis de 2008, empezaron a venir personas nacidas aqu¨ª¡±, recuerda Paquita Mart¨ªnez, voluntaria de C¨¢ritas desde hace 20 a?os. Durante los a?os de la crisis, C¨¢ritas cuadruplic¨® las ayudas alimentarias hasta los dos millones de euros. Entidades como el Banco de Alimentos tambi¨¦n ha ayudado a cubrir las necesidades de viandas a trav¨¦s de campa?as masivas de recogida de productos.
Para combatir el estigma, C¨¢ritas, Cruz Roja y el Banco de Alimentos est¨¢ mutando la log¨ªstica y, en lugar de repartir la comida, dan tarjetas monedero para que las familias usen en supermercados.
Las caras de la necesidad
La pobreza tiene cara de mujer sola, de ni?o, de migrante y de anciano. Son los eslabones m¨¢s maltratados de la cadena, donde la pobreza se ceba y se cronifica. Ayer y hoy.
Ellas siempre han cobrado menos, han tenido m¨¢s problemas de acceso al mercado laboral y m¨¢s dificultades de conciliaci¨®n. ¡°Los hijos de familias monomarentales eran los m¨¢s vulnerables¡±, explica el archivero Joan Montblanc. Las madres ten¨ªan que trabajar y no sab¨ªan d¨®nde dejar a los ni?os. A trav¨¦s de los centros sociales, surgidos de la acci¨®n comunitaria de C¨¢ritas en los barrios de los sesenta, se montaron las primeras guarder¨ªas. Para los ni?os m¨¢s pobres, la entidad social tambi¨¦n mont¨®, a finales de los cincuenta, las primeras colonias de vacaciones. M¨¢s de 3.500 menores participaron en las del verano de 1957, que se prolongaron casi tres d¨¦cadas hasta que la Fundaci¨®n Pere Tarr¨¦s tom¨® el testigo de este servicio. Con todo, a¨²n hoy, el 20,7% de los hogares monomarentales est¨¢n en riesgo de exclusi¨®n.
Los migrantes, desde los que construyeron las primeras barracas hasta los menores no acompa?ados que llegan hoy a Barcelona, son otra de las cara de la pobreza estructural. El encierro de migrantes en las parroquias de Barcelona en 2001 para protestar por la entrada en vigor de la Ley de Extranjer¨ªa los visibiliz¨®. C¨¢ritas organiz¨® la ayuda de alimentos y asesor¨ªa durante la protesta y coordin¨® una gran marcha de 50.000 personas para apoyar la causa. La exclusi¨®n de los hogares con migrantes ronda el 48%.
La soledad de los ancianos es la pobreza m¨¢s invisible. ¡°Empezamos atendiendo a ancianos solos que no ten¨ªan ni una prestaci¨®n social. La mayor¨ªa estaban solos, en casas pobres y no pod¨ªan pagar ni la calefacci¨®n. Algunos viv¨ªan en hostales y pensiones¡±, recuerda Merc¨¦ Darnell acerca de sus primeros a?os de trabajadora social en C¨¢ritas. Desde entonces, la atenci¨®n a la gente mayor ha mejorado, pero la soledad persiste. Seg¨²n el Ayuntamiento de Barcelona, 90.000 ancianos viven solos en la ciudad.
¡°La precariedad laboral y los problemas de vivienda son un c¨®ctel del que es imposible salir¡±, valora la trabajadora social de C¨¢ritas. Los datos lo atestiguan: el 60% de los usuarios de la entidad humanitaria ya habian sido atendidos en a?os anteriores.
?Nada se sabe de la familia de Verdum que pidi¨® ayuda a C¨¢ritas en 1968. Si lograron tomar el ascensor o la pobreza se trag¨® su futuro. Pero como ellos, miles de personas siguen levant¨¢ndose cada d¨ªa para sortear la miseria a la que les ha abocado la vida, las circunstancias, el entorno o la sociedad.
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