El interregno y sus monstruos
?Qu¨¦ ha pasado para que hoy sea el ascenso de las extremas derechas el hecho pol¨ªtico de mayor gravitaci¨®n?
Las elecciones que se llevaron a cabo el fin de semana antepasado y que dieron como resultado el parlamento m¨¢s derechizado de la historia de la Uni¨®n Europea no sorprendieron demasiado. Ya es casi una d¨¦cada la que llevamos observando c¨®mo, en distintos pa¨ªses del viejo continente, y tambi¨¦n en el resto del mundo, crece la adhesi¨®n a partidos de extrema derecha. Si en 2016 el triunfo de Donald Trump produjo un remez¨®n en las fuerzas progresistas y de izquierda a nivel global, en la actualidad, despu¨¦s de haber presenciado el asalto al Capitolio y el delirante concierto en el Luna Park del pre...
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Las elecciones que se llevaron a cabo el fin de semana antepasado y que dieron como resultado el parlamento m¨¢s derechizado de la historia de la Uni¨®n Europea no sorprendieron demasiado. Ya es casi una d¨¦cada la que llevamos observando c¨®mo, en distintos pa¨ªses del viejo continente, y tambi¨¦n en el resto del mundo, crece la adhesi¨®n a partidos de extrema derecha. Si en 2016 el triunfo de Donald Trump produjo un remez¨®n en las fuerzas progresistas y de izquierda a nivel global, en la actualidad, despu¨¦s de haber presenciado el asalto al Capitolio y el delirante concierto en el Luna Park del presidente argentino -por mencionar dos de las escenas m¨¢s bizarras del periodo-, parece haberse agotado nuestra capacidad de asombro, aunque los arrolladores n¨²meros obtenidos por la Agrupaci¨®n Nacional de Marine Le Pen en Francia, que duplicaron los del oficialismo liberal y motivaron a Macron a adelantar las elecciones y la debacle de la socialdemocracia alemana, que obtuvo sus peores resultados en una elecci¨®n nacional, lograron, de todas formas, superar las expectativas.
Ahora bien, si miramos m¨¢s all¨¢ de estos comicios y haciendo un poco de memoria recordamos que hace no muchos a?os atr¨¢s, a comienzos de la segunda d¨¦cada de este milenio, los fen¨®menos pol¨ªticos que en distintos puntos del globo despertaban esperanzas en un nuevo orden eran los variopintos movimientos de indignados, la ocupaci¨®n de Wall Street y la primavera ¨¢rabe, es dif¨ªcil no sentir algo de extra?eza con el curso que han tomado los acontecimientos. M¨¢s todav¨ªa en Chile, pa¨ªs en el que hace menos de dos a?os coqueteamos con la ilusi¨®n de iniciar el camino de salida del neoliberalismo y demostrarle al mundo que habiendo sido su cuna ser¨ªamos tambi¨¦n su tumba. La pregunta, por obvia, no es f¨¢cil de responder. ?Qu¨¦ ha pasado para que hoy sea el ascenso de las extremas derechas el hecho pol¨ªtico de mayor gravitaci¨®n?
Por m¨¢s que las contiendas electorales permitan medir el estado de las fuerzas en pugna, el crecimiento de derechas extremas en el mundo contempor¨¢neo no es algo que pueda explicarse, ni ¨²nica ni fundamentalmente, analizando el campo de la pol¨ªtica institucional. No son las peleas ¡°intra-derechas¡±, ni sus quiebres y desprendimientos, el factor determinante para entender lo que est¨¢ pasando. Las causas que subyacen esta emergencia se fraguan en la agudizaci¨®n de las contradicciones que el modo de acumulaci¨®n neoliberal ha engendrado -extremada concentraci¨®n de la riqueza, incapacidad de los estados para asegurar el bienestar material de la mayor¨ªa de sus ciudadanos, aumento pronunciado de la desigualdad, crisis del orden internacional-, en el debilitamiento de la legitimidad del neoliberalismo tanto a nivel de elites como de masas, en la ineficacia de las izquierdas y progresismos a la hora de defender las condiciones de vida de las y los trabajadores y, en definitiva, de convertir la indignaci¨®n en una fuerza capaz de orientar el curso de la historia en una direcci¨®n de mayor justicia.
No es arriesgado suponer que los sentimientos que movilizaron a quienes acamparon en la Puerta del Sol no distan mucho de los que mueven a quienes hoy dan su voto a Vox o a ¡°Se acab¨® la fiesta¡± y no es antojadiza la hip¨®tesis de que la frustraci¨®n de las esperanzas que despertaron las nuevas izquierdas, cr¨ªticas de la ¡°tercera v¨ªa¡±, y que intentaron torcer la mano del establishment europeo y sus recetas de austeridad -pensemos en Podemos y Syriza- elev¨® las acciones de los intentos de signo opuesto y permiti¨® que las extremas derechas se convirtieran en la voz de los injuriados por la globalizaci¨®n neoliberal.
Ciertamente este marco general tiene derroteros particulares. No es igual la experiencia de obreros europeos que han sufrido los procesos de deslocalizaci¨®n de la producci¨®n que la de j¨®venes latinoamericanos que se dedican a la miner¨ªa de criptomonedas y no han conocido el empleo asalariado formal. Pero asumiendo lo irreductible de las realidades regionales y nacionales, no es menos cierto que una suerte de desamparo ante las fuerzas del mercado, la globalizaci¨®n y el capitalismo financiarizado se vuelve com¨²n a muchas personas alrededor del mundo. La comparten los m¨¢s de ocho millones de estadounidenses que perdieron sus casas en la crisis de 2008, los agricultores europeos que protestan porque no pueden competir con los productos importados y los j¨®venes chilenos que cargan con millonarias deudas educativas. Muchos comparten tambi¨¦n la conciencia de que los ganadores indiscutidos de este juego son las grandes corporaciones y las instituciones financieras. Y todo esto deja huellas en la memoria individual y colectiva.
No cabe duda de que nos encontramos en una situaci¨®n parad¨®jica: las contradicciones del neoliberalismo debilitan su legitimidad, pero no existe una fuerza alternativa capaz de ofrecer una salida y sostenerla. Ni las izquierdas, ni los progresismos, ni las derechas tradicionales ni las extremas, han logrado estabilizar un camino. Los triunfos de proyectos democr¨¢ticos y populares recientes, como los de Gabriel Boric, Gustavo Petro, Lula da Silva o Claudia Sheimbaum, son contrarrestados por los contundentes resultados de Mileli, Bukele y las fuerzas de derecha y extrema derecha en Europa, en un partido cuyo marcador se disputa minuto a minuto.
El militante comunista italiano, Antonio Gramsci, desde la c¨¢rcel a la que fue condenado por el r¨¦gimen fascista, hac¨ªa una aguda caracterizaci¨®n de la situaci¨®n abierta tras la Gran Guerra que puede servirnos para pensar el presente: ¡°La crisis -escrib¨ªa por all¨¢ por 1930- consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer: en este interregno se verifican los fen¨®menos morbosos m¨¢s variados¡±. Entre esos fen¨®menos morbosos, sin duda el fascismo era el que descollaba, el que hab¨ªa derrotado al movimiento obrero y tomado la conducci¨®n del estado. Y la morbosidad llegar¨ªa al paroxismo unos a?os despu¨¦s, con el ascenso de Hitler, la nueva guerra y los campos de exterminio que no sabemos si Gramsci alcanz¨® siquiera a imaginar.
En el presente atravesamos nuestro propio interregno: una crisis de hegemon¨ªa que no se ha resuelto y que obliga a las izquierdas y a los progresismos a elaborar una pol¨ªtica adecuada a la gravedad del momento. Ya no sirven las recetas del pasado, de eso podemos tener certeza, pero s¨ª un pu?ado advertencias constituye una herencia a la que no es razonable renunciar. Algunas de ellas: una izquierda que abandona la defensa del bienestar material de los trabajadores, la redistribuci¨®n de la riqueza y la ampliaci¨®n de lo p¨²blico, que no sustrae las ¨¢reas m¨¢s sensibles de la vida humana y social a las fuerzas del mercado, que deja en las manos de organizaciones paraestatales como el crimen organizado a franjas significativas del campo popular, le abona el camino a las alternativas m¨¢s sombr¨ªas y monstruosas que la humanidad asustada es capaz de producir y aceptar. Algo de eso vimos en las ¨²ltimas elecciones europeas.
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