El n¨¦ctar de los burrillos
La riqueza vitam¨ªnica de la leche de burra no solo hace de ella un alimento nutritivo, sino tambi¨¦n un t¨®nico antienvejecimiento para la piel por su combinaci¨®n de minerales
A base de retazos l¨ªricos, Juan Ram¨®n Jim¨¦nez consigui¨® recrear la vida de un asno de nombre Platero. Con ello, alcanz¨® una de las m¨¢s altas cimas de la literatura escrita en castellano.
Platero y yo es un libro para leer en alto; el sonido y el ritmo de sus palabras nos acarician la oreja desde el primer p¨¢rrafo, cuando Juan Ram¨®n nos presenta al peque?o, peludo y suave Platero, ¡°tan blando por fuera, que se dir¨ªa todo de algod¨®n, que no lleva huesos¡±. En uno de los cap¨ªtul...
A base de retazos l¨ªricos, Juan Ram¨®n Jim¨¦nez consigui¨® recrear la vida de un asno de nombre Platero. Con ello, alcanz¨® una de las m¨¢s altas cimas de la literatura escrita en castellano.
Platero y yo es un libro para leer en alto; el sonido y el ritmo de sus palabras nos acarician la oreja desde el primer p¨¢rrafo, cuando Juan Ram¨®n nos presenta al peque?o, peludo y suave Platero, ¡°tan blando por fuera, que se dir¨ªa todo de algod¨®n, que no lleva huesos¡±. En uno de los cap¨ªtulos titulado Leche de burra, Juan Ram¨®n nos ofrece la estampa de una vieja borriquilla que ya no puede servir como farmacia ambulante por tener secas las ubres.
¡°Y ah¨ª est¨¢ la burra, rascando su miseria en los hierros de la ventana, farmacia miserable, para todo otro invierno, de viejos fumadores, t¨ªsicos y borrachos...¡±, escribe Juan Ram¨®n. Porque en aquella ¨¦poca, a principios del siglo pasado, a¨²n era usual beber leche de burra para curar enfermedades bacterianas como la tuberculosis.
Llegados aqu¨ª, cabe se?alar que uno de los experimentos m¨¢s certeros con la leche de burra fue el que realiz¨® el pediatra Joseph Marie Jules Parrot (1829-1883) cuando decidi¨® construir un establo en los jardines del Hospice des Enfants Assist¨¦s, con el fin de amamantar a los beb¨¦s nacidos de madres sifil¨ªticas y, por ello, v¨ªctimas de la s¨ªfilis cong¨¦nita.
Epidemias hubo siempre y la b¨²squeda de remedios en las fuentes naturales ha sido, y es, una constante cient¨ªfica
En aquella ¨¦poca se contaban por miles los beb¨¦s abandonados cada a?o en los hospicios de Par¨ªs. La mayor¨ªa llegaban enfermos, pues sufr¨ªan s¨ªfilis cong¨¦nita; una infecci¨®n de transmisi¨®n sexual causada por el Treponema Pallidum que se propaga de la madre al hijo. Amamantar a estas criaturas no estaba exento de contagio para las nodrizas.
Fue entonces, cuando el doctor Parrot decidi¨® poner en pr¨¢ctica su teor¨ªa curativa, aplicando el m¨¦todo de la lactancia con leche de burra. Los resultados fueron positivos; el doctor Parrot los present¨® poco antes de morir en la Acad¨¦mie de M¨¦d¨¦cine en julio de 1882 y supusieron un salto cualitativo en lo que respecta a mejoras en las recetas de lactancia artificial. Lo cuenta la investigadora Marga Arias en sus Historias de la Medicina.
Por asuntos as¨ª, la leche de burra se convirti¨® en un n¨¦ctar curativo de uso generalizado en las zonas rurales de Europa. La riqueza vitam¨ªnica de la leche de burra (A, B1, B2, B6, D, C y E), no solo hace de ella un alimento nutritivo, sino tambi¨¦n un t¨®nico antienvejecimiento para la piel, debido a su combinaci¨®n de minerales (calcio, magnesio, f¨®sforo, sodio, zinc).
Seg¨²n dice la leyenda, el secreto de la belleza de Cleopatra resid¨ªa en los ba?os de leche de burra. Desde muy tempranas edades de la civilizaci¨®n, la leche de burra se ha venido utilizando como cosm¨¦tico. Sin ir m¨¢s lejos, el poeta romano Juvenal nos cuenta que Popea, mujer del emperador Ner¨®n, se hac¨ªa acompa?ar en sus viajes por una manada de burras. De esta manera nunca le faltaba leche para sus ba?os rejuvenecedores. Al igual que Cleopatra y Popea, la francesa Josefina, mujer de Napole¨®n, tambi¨¦n se ba?aba en leche de burra, de ah¨ª la tersura de su piel.
Pero volviendo a Juan Ram¨®n, y al cap¨ªtulo dedicado a la leche de burra, es posible imaginar aquella ¨¦poca, hace poco m¨¢s de cien a?os, cuando la tuberculosis lat¨ªa en el aire y el miedo al contagio era el mismo que el que ahora sufrimos ante el coronavirus.
Epidemias hubo siempre y la b¨²squeda de remedios en las fuentes naturales ha sido, y es, una constante cient¨ªfica. Por ello, la literatura m¨¦dica ha de nutrirse, en su justa medida, de literatura como materia de expresi¨®n verbal, ya sea en cr¨®nicas hist¨®ricas o en relatos ficticios que reflejen las costumbres curativas de tiempos pasados. Lo de Platero y yo con su leche de burra es un l¨ªrico ejemplo.
El hacha de piedra es una secci¨®n donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad cient¨ªfica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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