Se llamaba Julius Henry, pero le dec¨ªan Groucho
Se cumplen 30 a?os de la muerte del c¨®mico y escritor Groucho Marx
Una vez dijo que, partiendo de la nada, logr¨® alcanzar la absoluta miseria, pero su vida m¨¢s bien fue una escalada al Olimpo que convirti¨® el nombre de Marx en uno de los m¨¢s adorados de EE UU; y todo sin ser marxista, sino ¨¢crata puro. Se llamaba Julius Henry, pero le dec¨ªan Groucho. Poseedor de un Oscar honorario, un Emmy y una orden de comendador de las Artes y las Letras de Francia, el emperador de la comedia muri¨® de una neumon¨ªa el 19 de agosto de 1977, tres d¨ªas despu¨¦s del final de otro reinado, el del monarca del rock Elvis Presley.
"Nac¨ª a muy temprana edad", ironiza ¨¦l mismo en Groucho y yo (1960), una autobiograf¨ªa que arroja luz sobre los tres grandes ejes de la existencia del que ha sido considerado el mayor humorista del siglo XX: la familia, la comedia y las mujeres.
Nacido en 1890 en Nueva York, Julius Henry Marx era el tercero de cinco hijos de una familia de emigrantes jud¨ªos franco-alemanes encabezada por su padre, un sastre desastroso, y su madre, Minnie, aut¨¦ntica fuerza creadora de los Hermanos Marx. Y es que fue ella, descendiente de una familia de artistas de vodevil, la que alent¨® la carrera esc¨¦nica de sus cinco hijos como medio de salir de la miseria.
"Cuando era muy peque?o, quer¨ªa ser m¨¦dico, pero lo que despu¨¦s quise de verdad fue hacerme escritor", algo esto ¨²ltimo que lograr¨ªa a?os despu¨¦s, dijo un Groucho ya octogenario a Charlotte Chandler, autora de la biograf¨ªa ?Hola y adi¨®s! Groucho y sus amigos (1979).
Pero a los 15 a?os, tras haber dejado los estudios primarios inconclusos - carencia que supli¨® haci¨¦ndose lector voraz-, Julios Henry aprovech¨® su amor por el canto para trabajar en variedades. Sus primeras giras terminaron con el joven abandonado por sus compa?eros, que adem¨¢s antes le robaron su parte de la recaudaci¨®n.
La infatigable Minnie acab¨® implicando al resto de sus hijos ?los futuros Harpo, Chico, Zeppo y Gummo- en nuevas compa?¨ªas que, con su humor irreverente, acabaron convertidos en astros de Broadway y el cine a finales de los a?os 20. Para entonces, Groucho, vestido de levita, gafas postizas y enorme bigote pintado, ya hab¨ªa asumido su papel inmortal: el de inepto locuaz con aires de grandeza y gran facilidad para los chistes mordaces, que mascullaba mientras fumaba un enorme cigarro.
Esos chistes segu¨ªan en la vida real, donde, igual que en escena, los prodigaba sin importarle a qui¨¦n pudieran ofender, como cuando en una ocasi¨®n, invitado a M¨¦xico e informado de que al d¨ªa siguiente le recibir¨ªa el presidente a las tres, pregunt¨®: "?Y qui¨¦n me garantiza que ma?ana a las tres seguir¨¢ siendo presidente?".
Asimismo, en esos a?os tambi¨¦n se hab¨ªa entregado ya a su otra gran pasi¨®n, las mujeres, que le acompa?¨® hasta la tumba y le llev¨®
a burdeles, innumerables noviazgos y tres matrimonios -y otros tantos divorcios-, de los que nacieron dos hijos y una hija.
Revoluci¨®n en Hollywood
Los Marx hicieron para los estudios Paramount cinco filmes que revolucionaron el humor con su mezcla de absurdo y anarqu¨ªa, desde Los 4 Cocos (1929) a Sopa de Ganso (1933). "Supongo que por entonces existir¨ªa cierto n¨²mero de genios, pero yo s¨®lo conoc¨ª a uno. Su nombre era Irving Thalberg", reconoc¨ªa Groucho sobre el productor que los reclut¨® para los estudios MGM. Thalberg dot¨® de argumento al an¨¢rquico y enloquecido humor de los Marx y logr¨® cl¨¢sicos como Una noche en la Opera (1935), que Groucho siempre consider¨® su pel¨ªcula favorita.
El cine, empero, no le salv¨® de la ruina en el desastre burs¨¢til de 1929, y sus intentos por prosperar en la radio tampoco cuajaron. Eso le hizo temer que su destino fuese como el de Margaret Dumont, su inolvidable pareja en siete pel¨ªculas en la que el secreto de su buena qu¨ªmica era que "ella nunca entend¨ªa los chistes", y ante todo "una gran dama, que muri¨® sin un penique".
Pero tras triunfar en televisi¨®n como presentador del concurso You Bet Your Life emitido de 1950 a 1961, al final de su vida, Groucho, convertido en un mito viviente adorado por el p¨²blico y por maestros del humor como Woody Allen, tan s¨®lo ten¨ªa una queja: "Siempre me atribuyen frases que nunca he dicho".
Una de esas atribuciones es su supuesto epitafio "Perdonen que no me levante", pues en la placa negra que cubre su nicho s¨®lo figuran su nombre, fechas de nacimiento y muerte y una estrella de David. Tampoco figura, pues, el verdadero epitafio que, seg¨²n Chandler, Groucho pens¨® para su tumba: "Nunca bes¨® a una chica fea".
Babelia
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