AC/DC se hace fuerte en el Palau Sant Jordi
El grupo australiano desbord¨® a 18.000 seguidores con un repertorio repleto de cl¨¢sicos
No se lo pierda si es seguidor de AC/DC. Ni se le ocurra acercarse a los conciertos del grupo australiano en caso contrario, porque AC/DC son lo que son y lo son desde tiempo inmemorial. En eso siguen, y ayer, en un Palau Sant Jordi desbocado, horadado por cien mil patadas, y con sus vidrios temblorosos por el griter¨ªo reinante, una de las bandas m¨¢s tarugas del planeta cosech¨® un ¨¦xito implacable atendiendo a su f¨®rmula inmutable. El p¨²blico catal¨¢n, famoso por su escepticismo distante, pareci¨® un ej¨¦rcito de histriones con los biorritmos a tope, y entregado hasta el bramido disfrut¨® con esa verdad como un pu?o llamada AC/DC.
Sin misterios, que al fin y a la postre s¨®lo generan equ¨ªvocos y dolores de cabeza y para provocarlos ya cuentan con el berrido de Brian Johnson, que no es moco de pavo. As¨ª que al grano: Rock and roll train y Hell ain't a bad place to be de saque luego de un corto de animaci¨®n medio porno y de que en escena irrumpiese una locomotora. Entre la primera y la segunda canci¨®n "s¨®lo" treinta y un a?os de distancia que no parecieron existir dada la exacta aplicaci¨®n del mismo minimalismo zoquete que ha hecho de AC/DC uno de los grupos de rock duro m¨¢s famosos de la historia. Nada de heavy, rock zopenco y cuadrado para solaz del personal, ladrillazos certeros de complicada simplicidad. Lo suyo desde los setenta.
Entre el estruendo del personal las canciones fueron cayendo como pedradas sobre una plancha de metal: Back in black, Big Jack, Dirty deeds done dirt cheap, Shot down in flames, Thunderstruck y Black ice de una tacada y sin apenas respiro. El recinto sacudido por miles de brazos golpeando el aire. Recuerdo al blues trot¨®n con The jack, que entre otras cosas sirvi¨® para que Angus Young, que cumpl¨ªa 54 a?os ayer, se marcase un strip tease que por fortuna no lleg¨® a mayores. Cuando el p¨²blico a¨²n bramaba, las campanas de Hells bells dejaron a los ca?ones de Navarone a la altura de la trompeta de Chet Baker. Locura general en el estribillo, olor a "costo" en el ambiente, cervezas derramadas, manos rascando el tejano como si fuese una Gibson, cuernos rojos en la testa. Certezas. Asuntos muy machotes.
Y la misma simplicidad para la escenograf¨ªa. Luces en b¨®veda de ca?¨®n sobre el escenario, un provocador para pasearse en los momentos precisos, muralla de amplificadores y un despliegue de luz poco imaginativo aunque suficiente para lo que se requer¨ªa. Sonido correcto y volumen, claro est¨¢, nobleza obliga, ensordecedor. Con los cl¨¢sicos marcando pauta, el concierto avanz¨® con la sutileza de un tractor hacia el paroxismo: Shoot to thrill, You shook me all night long, Whole lotta Rosie, y de bises Highway to hell y For those about to rock. Chorreo de cl¨¢sicos. Casi dos horas de rock cori¨¢ceo. Vuelven en verano. El p¨²blico no les fallar¨¢. Ellos tampoco.
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