Tomaz Pandur y Blanca Portillo hacen historia
El director esloveno y la actriz estrenan su brillante Medea con la que se clausura la 55 edici¨®n del Festival de M¨¦rida
La Medea de Tomaz Pandur y Blanca Portillo, espect¨¢culo con el que se clausura la 55 edici¨®n del Festival de M¨¦rida, se convirti¨® en hist¨®rica desde la misma noche de su estreno el pasado jueves en el Teatro Romano, ante 3000 espectadores a los que consigui¨® electrizar y que, m¨¢s que aplaudir puestos en pie, bramaron al finalizar el brillante y conmovedor espect¨¢culo que narra "la ¨ªntima tragedia de un amor desventurado".
Resulta curioso que un arte tan ef¨ªmero como el teatro se asiente a veces en el imaginario colectivo de una sociedad con tan solo las referencias emocionales de una ¨ªnfima parte de la poblaci¨®n. La de esa peque?¨ªsima parte de espectadores que logran ver un espect¨¢culo que se convierte en emblem¨¢tico y a los que nunca podr¨¢ sumarse nadie m¨¢s porque solo ellos han presenciado un hecho excepcional. El caso es que as¨ª sucede. Hasta ahora Medea, uno de los grandes personajes de la mitolog¨ªa europea, cuya repercusi¨®n y conocimiento emerge fundamentalmente de la dramaturgia primigenia de Eur¨ªpides, en Espa?a permanec¨ªa en la memoria, no siempre real, unida a dos grandes actrices que lograron encarnar la fuerza de toda la simbolog¨ªa que encierra ese mito: Margarita Xirgu y Nuria Espert. Ambas ligadas al escenario ¨²nico e irrepetible del Teatro Romano de M¨¦rida, donde la representaron, la primera en 1933 y 1934 y la segunda en 1959, 1979 y 2001. Ha habido muchas m¨¢s; en M¨¦rida otras 15, pero nunca alcanzaron la cima en la que est¨¢n ese par de monstruos de la escena, no solo por sus capacidades interpretativas, sino por todo lo que representan para la historia del teatro espa?ol.
Pero la noche del pasado jueves un director esloveno, fronterizo entre la juventud y la madurez, una actriz madrile?a convertida en pocos a?os en un gran referente del teatro espa?ol y un equipo s¨®lido y brillante encabezado por Asier Etxeand¨ªa, Julieta Serrano y Alberto Jim¨¦nez dejaron claro que el siglo XXI hab¨ªa dado su gran Medea y la Xirgu, fallecida en el exilio en 1969, y la Espert, que goza de estupenda salud, se han apretado en su trono para hacer sitio a una Portillo que ha sabido dar una vuelta de tuerca, en clave panduriana, y mostrar una Medea rabiosamente tel¨²rica que habla con voz moderna de tantas mujeres de hoy.
Porque Pandur, con la versi¨®n que han realizado su autor de cabecera, Darko Lukic junto con su colaboradora m¨¢s fiel, Livija Pandur, ha querido que su Medea sea una suerte de ap¨¢trida, desplazada, exiliada, emigrante, "que lleva tres mil a?os y un d¨ªa vagando", siempre dolorida, siempre extranjera, siempre extra?a, como tantas y tantas que hoy habitan en nuestra sociedad y se confunden confusas entre las dem¨¢s.
Como esta que el director sit¨²a entre el p¨²blico, 15 minutos antes de empezar la representaci¨®n, y que los espectadores no siempre descubren. Solo cuando se aperciben de que hay una mujer con gabardina, solo cuando ven un rostro con el que tantas veces han compartido soledades o cenas en el sal¨®n de sus casas, donde preside la vida una pantalla del televisor.
Esta Medea ha perdido por el camino su posible condici¨®n de pseudo bruja col¨¦rica y vengativa que por amor a Jas¨®n traiciona a su patria, descuartiza a su hermano, incita a cr¨ªmenes horribles. La misma que por el desamor de Jas¨®n asesina con m¨¢gicas artes a la que usurpa su puesto en el t¨¢lamo de la pasi¨®n. Y para hundirlo m¨¢s a¨²n en la soledad y el dolor termina asesinando a los dos hijos que ha tenido con ¨¦l. Pero esta Medea no es una loca, es una mujer llena de heridas que no quiere para sus hijos la humillaci¨®n a la que se somete al extra?o, al diferente.
El espect¨¢culo, que permanecer¨¢ en la ciudad pacense hasta el 30 de agosto, recrea, con un Etxeand¨ªa sorprendentemente equino, a un blanco centauro narrador, que nos retrotrae a la concepci¨®n pasoliniana de una Medea que emerge de las m¨¢s primitivas tradiciones del Mediterr¨¢neo profundo. El mismo que recorrieron Jas¨®n y los argonautas y que tan profundamente conoce Pandur, quien ha llenado la escena de sus propios referentes ancestrales, rurales (hay ovejas y perros en escena), primitivos. Con la escenograf¨ªa de Numen en la que se incluye, junto a grandes pacas que llegan a formar laberintos en el espacio esc¨¦nico, un oscurantista zeppel¨ªn, situado en el cielo, por encima de la cabeza de miles de espectadores, del que emana una suerte de cord¨®n umbilical que lo ata a la tierra. Con los sonidos espor¨¢dicos de helic¨®pteros, bombardeos, balidos, lloros de ni?os y esa m¨²sica tan balc¨¢nica de Silence interpretada en directo por las voces y los acordeones de las j¨®venes actrices convertidas en mujeres de la C¨®lquide. Ellas, junto con el grupo de actores devenidos en j¨®venes argonautas, forman un s¨®lido y certero cuerpo core¨²tico. Todos al servicio de una propuesta inteligente, oper¨ªstica por los cuatro costados, con pinceladas del cine neorrealista italiano de los sesenta, con sutiles y delicados aromas de la Medea de Pasolini, y donde cada actor cuenta con su momento de gloria, con su aria con la que lucirse, como Julieta Serrano con un mon¨®logo final en el que la actriz saca esa gran tr¨¢gica que tambi¨¦n lleva dentro o como Jim¨¦nez, quien dosifica el dolor escena tras escena para llegar a un cl¨ªmax final desgarrador. Y un segundo personaje que asume Etxeand¨ªa, Egeo, rey de Atenas, quien se reencuentra a s¨ª mismo tras estar con Medea. Pero brillando por encima de ellos con luz propia una grand¨ªsima y rotunda prima donna, que ha puesto toda la carne, la sangre y el ama sobre el asador de Medea.
Tras haber visto los anteriores trabajos de Pandur en Espa?a (Infierno, 100 minutos, Barroco, Alas, Hamlet), todos marcados por su extraordinario esteticismo, este se nos ofrece distinto sin perder su sello personal. Una propuesta en la que se a?ade un ep¨ªlogo con el que Pandur deja abierta una inc¨®gnita acerca de c¨®mo es su Medea, a la que los espectadores han acogido, antes del estreno, de manera inusitada, agotando entradas para varios d¨ªas y muchos de ellos llevando prendidas en sus ropas una chapas en la que solo aparecen dos palabras: Medea Portillo.
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