M¨²sica, a pesar de todo
El Instituto Nacional de M¨²sica de Afganist¨¢n, aspira a ser la sede de una orquesta sinf¨®nica tras a?os de prohibici¨®n talib¨¢n
Las notas de los violines bailan contra el ruido de las sierras en el Instituto Nacional de M¨²sica de Afganist¨¢n, un bloque en obras de Kabul que aspira a ser sede de una orquesta sinf¨®nica tras a?os de silencio y prohibici¨®n talib¨¢n. "No solemos dar permisos para visitar la escuela. Queremos mantener un perfil bajo para que los muchachos no se conviertan en objetivo de los talibanes", dice el viceministro afgano de Educaci¨®n, Mohammad Salim, mientras contempla el centro, frente a su ventana.
El instituto es apenas un esqueleto: no hay puertas ni ventanas, las aulas est¨¢n llenas de escombros y en las paredes se cuentan por docenas los agujeros de bala, testigos de los combates entre muyahidines por el control del pa¨ªs en la d¨¦cada de 1990. Y luego, la llegada de los talibanes al poder en Afganist¨¢n conden¨® tambi¨¦n a la m¨²sica: los profesores tuvieron que marcharse al extranjero o abandonar su trabajo y dedicarse a otra cosa, porque los integristas prohibieron los instrumentos. "Empezamos desde cero, hace siete a?os. Sigue siendo dif¨ªcil atraer alumnos, pero tenemos un proyecto ambicioso y donantes extranjeros que nos ayudan", explica el afable director de la escuela, Mohammed Daud.
El instituto est¨¢ en plenas obras de reconstrucci¨®n, pero para no interrumpir el aprendizaje los profesores imparten las clases en unas jaimas alineadas en el patio, de las que salen irregulares notas de violines, saxofones, armonios y guitarras. Y mientras los obreros y operarios se aplican para ir dando forma al nuevo edificio -en teor¨ªa tardar¨¢n dos meses- los alumnos aprovechan las aulas vac¨ªas para ensayar con timidez sus primeros pasos en la m¨²sica, sin sillas pero con mucha voluntad.
Un labor m¨¢s all¨¢ de la formaci¨®n musical
"Lo encuentro f¨¢cil y me gusta mucho", afirma Simagul, una ni?a de seis a?os que estudia en cuclillas el armonio, con ayuda de una amiga y su profesor. "Esa es la mi, esa es la sol, esa la si", repite el formador a Simagul, que est¨¢ en su primer mes de clase. La ni?a, aclara Daud en voz baja, es uno de los 23 hu¨¦rfanos que acoge el centro de m¨²sica, cr¨ªos a los que el Instituto saca de la calle y da cobijo con la apertura de una cuenta bancaria que es sufragada con donaciones del extranjero. "Nuestro gran problema es que nos faltan profesores: s¨®lo tenemos ocho. Pero estamos planeando contratar a 15 m¨¢s en Afganist¨¢n y once procedentes del extranjero", a?ade el director.
La falta de profesionales de la m¨²sica es una de las caras de la crisis educativa afgana: los profesores, lamenta el viceministro Salim, se niegan a ense?ar en las zonas con presencia de los talibanes, y sigue habiendo una acuciante escasez de maestras. "?Cu¨¢ntas chicas est¨¢n dispuestas a ense?ar si saben que un d¨ªa cualquiera las pueden matar?", se pregunta Salim, en referencia a los talibanes, que se oponen a la ense?anza femenina, la prohibieron durante su r¨¦gimen y han atacado en el pasado varias escuelas de ni?as.
En el Instituto, los 140 ni?os y ni?as est¨¢n mezclados, aunque los primeros son mayor¨ªa. En el patio, un grupo rodea a un viejo maestro que explica Teor¨ªa de la M¨²sica y en un rinc¨®n holgazanean unos cuantos, la secci¨®n de la bater¨ªa, a los que Daud rega?a por no aplicarse con esmero suficiente. Los chicos, amables ante la c¨¢mara, llegan muy de ma?ana y est¨¢n en el centro hasta las dos de la tarde, en parte con su formaci¨®n musical y en parte aprendiendo matem¨¢ticas o ingl¨¦s ("Bush is ex president of America", dice una de las pizarras). "Tenemos instrumentos afganos, viol¨ªn, guitarra, trompeta, saxof¨®n y piano. Pero es verdad que s¨®lo tenemos dos pianos, as¨ª que los alumnos primerizos, como Simagul, deben dar sus primeros pasos con el armonio", precisa Daud. A uno de esos dos codiciados pianos se lanza Sa¨ªd Alham, un peque?o genio de 12 a?os que borda la melod¨ªa de la pel¨ªcula El Padrino; le sirven como comp¨¢s la sierra y el martillo que usan los obreros en esa misma habitaci¨®n, destrozada por 30 a?os de guerra. Y mientras escucha los acordes de tecla y martillo, suspira el director, que se declara aficionado a Beethoven: "Pronto tendremos un edificio y una orquesta".
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