Los dos siglos de Camus
Esta semana se han cumplido 50 a?os de la muerte del autor de 'El extranjero''. Su obra recorri¨® una parte crucial del siglo XX y sirve para tratar de entender el XXI
El 4 de enero de 1960, cuando el coche Facel-Vega de Michel Gallimard se choca contra un pl¨¢tano entre Champigny-sur-Yonne y Villeneuve-la-Guyard, Albert Camus no tiene m¨¢s que 46 a?os. Nos olvidamos siempre de lo joven que muri¨® Camus. Nos olvidamos siempre de lo joven que era Camus. En 1960, todav¨ªa quedaba por vivir el triunfo y la agon¨ªa del gaullismo. Todav¨ªa quedaba por ver mayo del 68, en el que ¨¦l no habr¨ªa tenido m¨¢s que 55 a?os y toda la oportunidad de asistir a la venganza completa de las tesis de El hombre rebelde. Es ¨¦l, y desde luego no Raymond Aron, quien, diez a?os despu¨¦s, habr¨ªa acompa?ado a Sartre al El¨ªseo a defender ante Giscard d'Estaing la causa de los boat people vietnamitas. Habr¨ªa estado presente cuando la elecci¨®n de Fran?ois Mitterrand, habr¨ªa dicho lo que pensaba -¨¦l, no su hijo- de la extra?a religi¨®n c¨ªvica que es la religi¨®n del Pante¨®n. Habr¨ªa tenido 76 a?os en el momento de la ca¨ªda de un comunismo que no habr¨ªa contado, en el siglo XX, con un adversario m¨¢s encarnizado ni m¨¢s constante que ¨¦l. Habr¨ªa tenido 79 al comenzar la guerra de Bosnia y sus enfrentamientos fratricidas: ?habr¨ªa pensado en lanzar, como en el momento de la guerra de Argelia, uno de esos llamamientos a la tregua civil cuyo secreto pose¨ªa, o habr¨ªa estado, sin matices, al lado de quienes apoyaban a los sitiados de Sarajevo contra los asesinos serbios? So?amos con lo que el perdonavidas incansable de la "pol¨ªtica del crimen", el analista de los mecanismos infernales que un¨ªan, en la "¨¦poca de los asesinos", los "cr¨ªmenes pasionales" y los "cr¨ªmenes de la l¨®gica", el "terrorismo de Estado" y el "terror irracional", habr¨ªa tenido que decir ante el genocidio ruand¨¦s. Todav¨ªa hoy... Ya s¨¦ que Ren¨¦ Lehmann, su m¨¦dico, dec¨ªa que sus pulmones estaba demasiado destruidos para que pudiera vivir mucho tiempo, pero ?qui¨¦n sabe? Hoy tendr¨ªa siete a?os m¨¢s que su amigo Jean Daniel. Tres menos que Claude L¨¦vi-Strauss. Y podr¨ªa muy bien estar presente para hacer una bella declaraci¨®n, al d¨ªa siguiente del fracaso de la cumbre de Copenhague, sobre el tema "salvar los cuerpos es hoy salvar la tierra". Pero bueno. Por desgracia, est¨¢ muerto, muri¨® el 4 de enero de 1960 en esa carretera, con el manuscrito de El primer hombre y La gaya ciencia en su cartera. Y el gran debate del momento, el ¨²nico, era el de la guerra de Argelia.
"Ninguna causa, aunque sea inocente y justa, me separar¨¢ jam¨¢s de mi madre, que es la causa m¨¢s importante", escribi¨®
?Ah! La guerra de Argelia. S¨¦ que que es indignante, cuando uno es un escritor inmenso, el autor genial de El extranjero y La peste, uno de los ¨²ltimos en pensar -y demostrar- que un intelectual tiene, no s¨®lo el derecho, sino el deber de participar en todos los grandes combates que le impone su ¨¦poca (resistencia, militancia antiestalinista, lucha contra las dictaduras, todas las dictaduras, independientemente de su color o su estandarte), s¨ª, s¨¦ que es indignante que a uno lo remitan siempre a este asunto de Argelia. Pero ?qu¨¦ se le va a hacer? Es verdad que un muerto es, para siempre, contempor¨¢neo de sus ¨²ltimos gestos, sus ¨²ltimas palabras. Es verdad -es desconsolador, pero es verdad- que uno pertenece a su muerte como a su infancia. La muerte de Albert Camus es lo que es: contempor¨¢nea de esa maldita guerra de Argelia. ?Y la ¨²ltima palabra de Albert Camus -quiero decir, la ¨²ltima de la que nos acordamos, la ¨²ltima que le une a la leyenda- es, lo queramos o no, esa famosa frase sobre la justicia y su madre pronunciada en Estocolmo, en una vaga conferencia de prensa ofrecida la tarde del d¨ªa en el que iba a recibir el Premio Nobel? Durante mucho tiempo pens¨¦ que era una frasecita de ¨¦sas que se le escapan a uno un d¨ªa de hast¨ªo, porque ya no puede aguantar m¨¢s la estupidez de las preguntas que le hacen y porque no mide todav¨ªa el eco que las circunstancias otorgan, de pronto, a su voz. Hoy ya no estoy tan seguro de ello. Porque, para decir la verdad, es una frase que pronuncia dos veces. Es decir, est¨¢ la vez del Nobel. Y luego est¨¢ esa carta a Amrouche, publicada como en ap¨¦ndice a los Cuadernos, en la que, con calma, sin que ning¨²n cretino le haya sacado de sus casillas, escribe: "Ninguna causa, aunque sea inocente y justa, me separar¨¢ jam¨¢s de mi madre, que es la causa m¨¢s importante que conozco en el mundo". Ah¨ª, Albert Camus ratifica la frase. La piensa con detalle. En ese texto, Albert Camus dice por completo adi¨®s a esta Justicia en s¨ª, es decir, esta trascendencia de los valores y, para decirlo en una palabra, este universalismo que ha tratado de fundamentar durante su vida. "Act¨²a como si la m¨¢xima de tu acci¨®n pudiera erigirse, por voluntad tuya, en ley universal de la naturaleza". ?sa era la posici¨®n de Camus. El camusismo, y ¨¦sa era su virtud, quer¨ªa ser un kantismo pr¨¢ctico. Y con la guerra de Argelia, se acab¨®. Es el primer pl¨¢tano con el que se choca Albert Camus. Y es, se diga lo que se diga, su primer gran error pol¨ªtico.
Volver¨¦ a este asunto de la guerra de Argelia. Pero, ya que estoy haciendo un retrato de Albert Camus, quiero aprovechar para abrir un par¨¦ntesis sobre su madre. Existen algunos retratos de madres, bien caracterizados, en la historia de la literatura. Por supuesto, cada madre es ¨²nica. Para los escritores, como para los dem¨¢s, ninguna madre se parece a ninguna otra. Pero la mala madre, no obstante, es un tipo bastante extendido (Folcoche, Vitalie Cuif alias la Rimbe...). La buena madre, lo mismo: amante y maravillosa (Romain Gary, Albert Cohen...). La madre proustiana, igual (el propio Proust, Barthes...). Ahora bien, con Camus, nos encontramos con un tipo especial, un ejemplar ¨²nico, un animal sin especie: la madre de gran escritor que no s¨®lo no escribe sino que no habla, no oye; la madre silenciadora y silenciosa, la madre cuyo vocabulario se reduce a 400 palabras, la madre cuyo hijo no supo jam¨¢s del todo si hab¨ªan sido unas fiebres tifoideas de joven las que le hab¨ªan causado esa dificultad del habla, o un tifus, o una conmoci¨®n cerebral tras el anuncio de la muerte de su marido, el padre del peque?o Albert, el 11 de octubre de 1914 en un campo de batalla de Breta?a. Hay que o¨ªr bien lo que dice ah¨ª de su propia confusi¨®n el futuro premio Nobel de literatura. Hay que tratar de imaginarse al ni?o, y despu¨¦s el joven, levant¨¢ndose antes del alba para correr a la Escuela de la Rep¨²blica, en la que descubre los recursos del Saber y los de los Libros. Y hay que imaginar, a su regreso, en el peque?o apartamento de la calle de Argel en la que la madre y sus dos hijos duermen en la misma habitaci¨®n, a esa madre amada con un amor absoluto cuando, sea cual sea la raz¨®n, no es posible ni hablarle, ni entender lo que dice, es decir, comunicarse con ella. Se puede interpretar en el sentido que se quiera. Ah¨ª est¨¢ el principio de una relaci¨®n con el lenguaje hecha de fe y desconfianza, gratitud y escepticismo, que ser¨¢ una de las caracter¨ªsticas del camusismo. Y ah¨ª est¨¢ una situaci¨®n que, aunque sea de paso, y volver¨¦ tambi¨¦n a ello, es exactamente la contraria de la situaci¨®n de un Sartre, el ni?o maravilloso y nacido, como sabemos, en un aut¨¦ntico ba?o de palabras.
Pero primero regresar¨¦ al asunto argelino. Despu¨¦s de aquella frase terrible, Camus decide callarse. Y, para explicar ese famoso silencio de Camus, existen dos grandes explicaciones cl¨¢sicas. Si uno es anti-Camus, dice: "Es precisamente su situaci¨®n, con su madre, su condici¨®n de pied-noir, la que le impide entender nada de lo que est¨¢ sucediendo; por tanto, se queda al margen, completamente al margen de este gran acontecimiento de la historia del siglo XX que es la rebeli¨®n de los pueblos colonizados; si no habla es porque est¨¢ derrotado, sobrepasado por una Historia frente a la que de pronto se vuelve extra?o, apartado". Si uno es pro-Camus, dice: "Al contrario, lo comprende todo, absolutamente todo, incluso antes que el resto de los intelectuales, porque ¨¦l, adem¨¢s, aprende a salir del manique¨ªsmo, a contar hasta tres; sabe que la inevitable descolonizaci¨®n dar¨¢ a luz, tambi¨¦n inevitablemente, reg¨ªmenes tan dictatoriales o m¨¢s que los anteriores a los que han sustituido, de forma que, si no habla de ello, si su ¨²ltimo art¨ªculo en L'Express es, en plena guerra de Argelia, un extra?o 'Agradecimiento a Mozart' que parece la ¨²nica manera que ha encontrado de expresar, por ¨²ltima vez, su resistencia y sus luchas, de decir que su vida se encuentra justificada, no es porque se sienta sobrepasado, sino porque es un adelantado, va un paso por delante de sus contempor¨¢neos, y para expresar lo que ¨¦l prev¨¦ no existen palabras ". La proposici¨®n n¨²mero 1 es injusta, por supuesto: porque, ?c¨®mo convertir en militante de la Argelia francesa o -como dec¨ªa Albert Memmi en un art¨ªculo en La Nef- en "colonizador humanista" al autor de los admirables reportajes sobre la miseria en la Cabilia, que son lo m¨¢s poderoso que se ha escrito, junto con el Viaje al Congo de Gide, en materia de anticolonialismo? Pero la proposici¨®n n¨²mero 2 tampoco es acertada, porque desprecia una multitud de declaraciones en las que ¨¦l explica -con un desconocimiento radical, por una vez, de lo que, en el colonialismo, constitu¨ªa el sistema- que los ¨²nicos beneficiarios aut¨¦nticos del colonialismo, los ¨²nicos que merecen el ep¨ªteto infamante de colonialistas, son los "grandes" colonos y sus "socios" en la metr¨®polis, es decir, las doscientas y pico familias en Argelia y en Francia que extraen ping¨¹es beneficios del r¨¦gimen. ?Entonces? Entonces, la verdad se encuentra entre los dos extremos. Y, sobre todo, creo que, en el sue?o camusiano de una fraternidad entre "ind¨ªgenas" y "blanquitos", de un Estado binacional que se ahorre los sufrimientos y los dramas de la independencia, hay la huella de una ingenuidad, es decir, de un optimismo, es decir, de una falta de sentido de lo Tr¨¢gico, que es otra caracter¨ªstica del esp¨ªritu de Camus.
?Qu¨¦? ?Camus, sin sentido de lo Tr¨¢gico? ?C¨®mo puede usted decir eso, cuando, si existe un fil¨®sofo en el siglo XX que ha tenido sensibilidad para lo Absurdo, es decir, para la Finitud y, por tanto, si las palabras tienen un significado, para lo Tr¨¢gico de la condici¨®n humana, si existe un fil¨®sofo que, desde El mito de S¨ªsifo hasta La ca¨ªda, no ha dejado de insistir en la irresoluble contradicci¨®n entre el deseo humano de "transparencia" y el "silencio irrazonable del mundo", si existe un escritor que, ante las ruinas de Tipasa, ante su belleza en principio sosegada, ante sus arcos inclinados que se derrumban suavemente, ve un desgarro irremediable que le hiere y le rebela, es ¨¦l, Albert Camus? Pues s¨ª, a pesar de eso. Porque, para empezar, Absurdo no es Tr¨¢gico. Y, sobre todo, aparece inmediatamente, de verdad inmediatamente, otro Camus; hay un Camus en Las bodas y, en particular, Las bodas en Tipasa, que se recupera y propone que el desgarro no es un desgarro sin remedio, ni el silencio del mundo, eterno, ni la contradicci¨®n, insuperable; hay un segundo Camus, coextensivo del primero, encerrado en los mismos textos, que apuesta por la unidad, la fusi¨®n; como dice en El primer hombre, por "la inocencia" de todas las cosas. Un Camus solar. Un Camus de luz y calor. Un Camus que filosofa sobre el "cuerpo desnudo", todav¨ªa "perfumado con las esencias de la tierra", que va a "sumergirse en el mar" templado para "lavar" aquellas en el cristal de este ¨²ltimo. Un Camus que sue?a con un abrazo, una armon¨ªa casi carnal de los elementos. Un Camus que proyecta reunir, "labio contra labio", esta "tierra" y este "mar" y, ya puestos, este "cielo", que suspiran unos por otros desde hace tanto tiempo. Un Camus, en una palabra, seguidor de lo que llama el pensamiento del Sur y que, tanto en el orden humano como en el de la naturaleza, s¨®lo deja constancia de lo Tr¨¢gico para superarlo inmediatamente y plantear que el esp¨ªritu alcanza un punto en el que las contradicciones del mundo, sus incomposibilidades, sus desavenencias y conflictos, se resuelven milagrosamente. Optimismo ontol¨®gico. Naturalismo l¨ªrico. Llamaradas que son siempre abrazos y se encaminan siempre en el sentido de lo mejor e incluso del Bien. ?sa es la raz¨®n, dicho sea de paso, de que Camus, enseguida, es decir, mucho antes de lo que se cree y de lo que sin duda pensaba ¨¦l mismo en el momento de escribir en Alger R¨¦publicain de la publicaci¨®n de La n¨¢usea, se enzarzara en una lucha a muerte con un tal Jean-Paul Sartre.
Porque estamos llegando al asunto de Sartre. Tambi¨¦n aqu¨ª somos un poco injustos. Tambi¨¦n esto es un poco extra?o. Creo que podr¨ªamos interesarnos un poco m¨¢s, por ejemplo, por las relaciones de Camus con Mauriac: esa magn¨ªfica pol¨¦mica, en el momento de la liberaci¨®n, a trav¨¦s de Le Figaro y Combat, entre el defensor de la caridad y el de la justicia que, poco a poco, y no sin honradez, se inclinar¨¢ hacia la caridad. O con Breton: el extra?o ataque, en El hombre rebelde, y luego en los anexos a la segunda respuesta a Breton, contra un surrealismo reducido, pr¨¢cticamente, a la famosa frase sobre "el acto surrealista m¨¢s simple", que consist¨ªa en "bajar a la calle, con la pistola en la mano, y disparar al azar contra la gente". O con Malraux: su encuentro en 1938, en un cine del barrio de Belcourt en el que el coronel rojo acaba de celebrar un m¨ªtin antifascista; la forma que tiene Camus, desde la ¨¦poca de la Brigada Alsacia-Lorena, de poner humildemente Combat, el peri¨®dico que dirige con Pascal Pia, al servicio de ese hombre glorioso que le llevaba unos a?os; o la famosa frase, murmurada a la menuda estadounidense Patricia Blake, el d¨ªa del anuncio del Nobel, de que "Es Malraux quien deber¨ªa haberlo obtenido... t¨² lo sabes bien, Malraux..." Creo que, cuando queremos esbozar un retrato exacto del primer gran intelectual franc¨¦s que instruy¨® un proceso sin reservas contra la violencia revolucionaria y el mesianismo asesino, deber¨ªamos interesarnos m¨¢s por sus relaciones con Merleau-Ponty: porque es con ¨¦l con quien tiene el desacuerdo fundamental, sobre este punto y a partir de Humanismo y Terror; es con ¨¦l, m¨¢s que con Sartre, con quien vive el verdadero conflicto sin vuelta atr¨¢s; y es ¨¦l, Merleau-Ponty, quien, en 1946, cuando Les Temps Modernes publica Le Yogi et le Commisaire, es decir, el primer cap¨ªtulo del libro, provoca la primera tempestad y la primera indignaci¨®n de un Camus al que se ver¨¢ una noche, en casa de los Vian, llegar casi a las manos con el autor de un texto en el que no logra ver m¨¢s que una justificaci¨®n cautelosa, laboriosa y miserable de los siniestros procesos de Mosc¨². Pero en fin. As¨ª son las cosas. La vida de los escritores se escribe tambi¨¦n a sus espaldas. Y es un hecho que, cuando se habla de Camus, se piensa ante todo en Sartre; y que esa disputa, su disputa, esa "otra forma de vivir juntos sin perderse de vista" que llamamos disputa, es la ¨²nica desavenencia entre escritores que posee, como tal, la dignidad de un acontecimiento perteneciente a la historia filos¨®fica y literaria, hasta tal punto que es tambi¨¦n, por la fuerza de las cosas y para bien o para mal, un elemento constitutivo del retrato de Albert Camus.
?Para bien? Lo que nos dice, por una parte, sobre la ferocidad, la mala fe de sus adversarios, pero tambi¨¦n, por otra, sobre la maravillosa personalidad de Albert Camus. C¨®mo le tratan los amigos de Merleau... Su condescendencia arbitraria... Su desprecio, apenas disfrazado, por el "golfillo de Argel, tan divertido, tan truh¨¢n" (Sartre, Situaciones, X)... El hecho de que Sartre, su amigo, no se digne empu?ar la pluma y haga el encargo a un tal Francis Jeanson, que, en esa ¨¦poca, al margen del respeto que puedan inspirar sus futuros empe?os, no es m¨¢s que un segundo espada... La brutalidad del propio Jeanson, que, cuarenta a?os despu¨¦s, cuando voy a entrevistarle a Burdeos, para un documental sobre la historia de los intelectuales, persiste, lo firma e incluso a?ade una apostilla sobre esa "manera de juzgar las cosas a partir de cierta indiferencia mediterr¨¢nea"... Las frases hirientes de Sartre cuando, tras la respuesta de Camus, se decide por fin a bajar a la arena, con qu¨¦ crueldad ("No me atrevo a proponerle que se remita a El ser y la nada, su lectura le parecer¨ªa in¨²tilmente dif¨ªcil"), con qu¨¦ perfidia ("Es posible que haya sido usted pobre"), con qu¨¦ conciencia de lo que va a hacer da?o (todo el fragmento sobre los conocimientos "de segunda mano" y esa "man¨ªa" "de no recurrir a las fuentes")... Y luego, por su parte, Camus, con ese candor, esa nobleza, esa incredulidad herida, esa forma -como dice Mar¨ªa Casares a Octavio Paz- de vagar por la casa como un toro herido. El texto de Sartre le deja sin voz. Literalmente sin voz. Una palabra, en sus Cuadernos, sobre la "deslealtad" del antiguo "amigo". Otra sobre su "piller¨ªa" de gran se?or y hombre malvado que encarga a su mayordomo que le d¨¦ una paliza, como hizo el duque de Rohan con Voltaire. Otra m¨¢s sobre esa "denuncia del hermano" que, a?os despu¨¦s, todav¨ªa le asfixia. Y luego, La ca¨ªda, donde por fin responde, a?os m¨¢s tarde, y a trav¨¦s de la ficci¨®n, a trav¨¦s del retrato de Clamence, el juez penitente que pone la palabra "libertad" al servicio de sus "deseos" y su "fuerza". La nobleza de Camus. La bondad de Camus. La desesperaci¨®n de un Camus que s¨®lo quiere admirar, que siempre ha considerado que el ejercicio de la admiraci¨®n era el equivalente a una estancia en el para¨ªso terrenal y que descubre, de pronto, la fuerza de un odio del que no entiende, de pronto y como siempre, ni los motivos ni lo que est¨¢ verdaderamente en juego.
Para bien, asimismo, incluso para mejor: el aspecto ideol¨®gico del caso. Su trasfondo propiamente pol¨ªtico. Porque, por mucho que se diga que, en esta disputa, hay un lado personal, pasional, de hombre a hombre. Por m¨¢s que el propio Sartre haya escrito, en sus Cartas del castor, que estaba harto de ver c¨®mo ese "golfillo argelino" gustaba a todas las mujeres que se cruzaban en su camino y hab¨ªa seducido a Wanda, la hermana de Olga, hasta casi "apagarla". Por m¨¢s que imaginemos, entre los dos hombres, todas las figuras impuestas por el gran ballet f¨¢lico del que los intelectuales se escapan tan poco como los dem¨¢s y para el que Camus siempre estuvo un poco demasiado dotado. Hay un trasfondo pol¨ªtico en el asunto. Y, en el orden del trasfondo, el sartriano que llevo dentro de m¨ª sufre por tener que estar de acuerdo con ello, y el propio Sartre acabar¨¢ por no estar en desacuerdo: es Camus quien tiene raz¨®n; es Camus quien acierta; esta vez, est¨¢n del lado de Camus el rigor, la valent¨ªa y la presciencia. Para decirlo en una palabra, o dos, es Sartre el que entonces inventa la terrible teor¨ªa de que no hay que desesperar al obrero inocul¨¢ndole una dosis demasiado fuerte y mortal de verdad. Y es Camus el que, por el contrario, elabora los conceptos y las f¨®rmulas con los que va a poder contar, en Europa en general y en Francia en particular, el antitotalitarismo de los a?os cincuenta y posteriores. Basta ya, viene a tronar, de teor¨ªas terribles que distinguen entre los muertos "buenos" y "malos". Basta de la obscenidad que permite a unas "conciencias" que nunca han sufrido otro mal que el de "poner su sill¨®n en el sentido de la Historia" designar a "v¨ªctimas sospechosas" y "verdugos privilegiados". Y, contra el socialismo cesariano, contra la raza despreciativa de los grandes duques de la Revoluci¨®n, contra la idea misma de la Revoluci¨®n y los paranoicos que se convierten en sus siervos, viva la humildad o, mejor a¨²n, el esp¨ªritu de responsabilidad de quien comprende, como ya lo hab¨ªa dicho en La peste, que hay m¨¢s cosas "admirables" que "despreciables" en los seres humanos y que, por tanto, es posible intentar cambiarlos pero sin correr el riesgo, jam¨¢s de los jamases, de romperlos. ?Qu¨¦ otra cosa dir¨¢n, quince a?os m¨¢s tarde, los nuevos fil¨®sofos? ?Qu¨¦ otra cosa dice Czelslaw Milosz cuando sale de la Polonia comunista, y a quien, por cierto, Camus es el ¨²nico que le tiende una mano para ayudarle? Y toda la filosof¨ªa de los derechos humanos, el principio mismo de una izquierda moderna, desenga?ada y, por qu¨¦ no, melanc¨®lica, ?acaso no est¨¢n ah¨ª y, en parte, fundados ah¨ª?
Pero, por desgracia, est¨¢ tambi¨¦n el "para mal". O, para ser m¨¢s precisos, est¨¢ el aspecto metaf¨ªsico de las cosas, en el que es Sartre quien toma la delantera y Camus, por consiguiente, quien se queda atr¨¢s. Hay un texto de Koj¨¨ve -otro de esos coet¨¢neos fundamentales con los que lleva a cabo durante toda su vida, y quiz¨¢ m¨¢s que con Sartre, un aut¨¦ntico di¨¢logo silencioso-, que es contempor¨¢neo de las Bodas, porque est¨¢ en la Introduction ¨¤ la lecture de Hegel, y que dice que, en el fondo, no existen m¨¢s que dos grandes temperamentos filos¨®ficos. Est¨¢n los fil¨®sofos que piensan que la naturaleza es, si no mala, al menos hostil; que el papel del discurso filos¨®fico es transformar esa hostilidad dici¨¦ndole no a la naturaleza; es decir, est¨¢n los fil¨®sofos que se separan del mundo, le declaran una especie de guerra y oponen a su orden mudo una palabra que lo domina y, al dominarlo, lo trastoca y lo desmiente. Y est¨¢n los fil¨®sofos que, por el contrario, dicen s¨ª a la naturaleza; est¨¢n las filosof¨ªas cuyo principio y fin consiste en bendecirla; hay toda una tradici¨®n de pensamiento que asegura que la naturaleza es buena, muy buena, que es preciso seguirla para ser feliz y que el ser humano se define, ante todo, por el lugar que ocupa en ella, as¨ª como por la intensidad del consentimiento con el que la ocupa. No s¨¦ en qu¨¦ pensaba Koj¨¨ve al escribir estas l¨ªneas. Pero, para m¨ª, es evidente. El s¨ªmbolo de la primera actitud es el protestante Jean-Paul Sartre enzarzado en su cuerpo a cuerpo grandioso, que sabe perdido de antemano, contra el Mal en este mundo. Y el prototipo de la segunda es el bendecidor Albert Camus, con su fe en esa "buena naturaleza" que, al final de El extranjero, tras el di¨¢logo con el capell¨¢n, acaba por entrar en Meursault como una "marea" maravillosa y pac¨ªfica. Camus el griego. Camus el pagano. Camus que, a veces, dice que no se consuela porque ya no hay Delfos en los que iniciarse. Camus que, a menudo, dice que no acepta en el cristianismo la hip¨®tesis del pecado original ni, por tanto, del Mal radical. Camus que, desde su primer texto, M¨¦taphysique chr¨¦tienne et n¨¦oplatonisme, dedicado a la relaci¨®n entre esos dos grandes "africanos" que son, en su opini¨®n, Plotino y San Agust¨ªn, toma partido por el primero, o, m¨¢s exactamente, por lo que subsiste del primero en el segundo. Esta metaf¨ªsica es respetable. ?Pero es la que mejor se ajusta al esp¨ªritu de rebeli¨®n? ?Puede un antitotalitarismo coherente no estar en discrepancia con el Todo? ?Y no es necesario, para salvar los cuerpos, empezar por distanciarse de este mundo que los atormenta? Se puede tener la pol¨ªtica justa, pero sin la filosof¨ªa que la acompa?a. Se puede tener raz¨®n sobre el Gulag, pero sin los instrumentos te¨®ricos que permitir¨ªan llevar hasta el extremo su visi¨®n. He pensado muchas veces en la pareja Camus-Sartre como una especie de ¨¢guila de dos cabezas en la que una proporciona a la otra la filosof¨ªa que le faltaba y la otra, a la primera, la pol¨ªtica para la que habr¨ªa podido servir de fundamento.
Entonces, ?es un fil¨®sofo para los estudiantes de bachillerato? ?sa es la fastidiosa reputaci¨®n que persigue a Camus, precisamente, desde el anatema lanzado por Sartre y los sartrianos. Pero no me parece que tenga fundamento. Porque una cosa es decir que no tiene la filosof¨ªa de su pol¨ªtica y que es Sartre quien, parad¨®jicamente, dispone quiz¨¢ de esa filosof¨ªa, y otra, muy distinta, decir que no tiene ninguna filosof¨ªa; y me parece lamentable, en tantos y tantos ignorantes que no tienen ni idea de lo que quiere decir filosof¨ªa, la repetici¨®n pavloviana del estribillo, que suena como un eterno suplicio, una degradaci¨®n p¨®stuma, una voluntad de humillar que no ha apagado ni la propia muerte: "?Fil¨®sofo para los estudiantes de bachillerato! ?Fil¨®sofo para los estudiantes de bachillerato!" Para empezar, Camus es fil¨®sofo de formaci¨®n. Si no es catedr¨¢tico, si no hace en Argel las famosas oposiciones que quiz¨¢ le habr¨ªan ganado el respeto de los se?ores de la calle de Cond¨¦, es porque, ro¨ªdo por la tuberculosis, no puede obtener el certificado de buena salud que la Rep¨²blica, en esa ¨¦poca, exig¨ªa a sus futuros profesores. Y, en cuanto a los conocimientos "de segunda mano", en cuanto a la supuesta "superficialidad" de sus lecturas, la honradez m¨¢s elemental nos obliga a decir dos cosas. Primera: eso es tan poco cierto de ¨¦l como de Sartre, del que lo m¨ªnimo que se puede decir es que ¨¦l tambi¨¦n se sit¨²a en la categor¨ªa de lector pirata, a veces plagiario, que sobrevuela los textos, los inspecciona, saca de ellos las armas que necesita, y solamente ¨¦sas, en su prolongada guerra contra la injusticia, la opresi¨®n, el Mal: un tal Heidegger no le env¨ªa a paseo el d¨ªa que comprende, en 1946, el uso, cuando menos insolente, que est¨¢ haciendo de su Carta sobre el humanismo... Y en segundo lugar, una lectura, incluso r¨¢pida, de sus cuadernos, sus notas, de alguna carta a Francine, o a Brisville, o a Claude de Fr¨¦minville, en las que pide que le env¨ªen con urgencia, a Lourmarin o a alg¨²n otro sitio, una edici¨®n de Hegel o de Spinoza, muestra que tiene tanta preocupaci¨®n como otros de remitirse siempre a los textos originales. Se puede, una vez m¨¢s, discutir su filosof¨ªa. Se puede considerar por lo menos r¨¢pido, por ejemplo en El hombre rebelde, el atajo que le hace ver en los j¨®venes inventores rusos del "terrorismo individual" a los "hermanos de los tr¨¢gicos estudiantes de Lautr¨¦amont", que recurren al "pensamiento alem¨¢n" para "encarnar en la sangre sus consecuencias". Y se puede observar que no es el ¨²ltimo que conf¨ªesa, por ejemplo, a Servir, en 1945: "Yo no soy fil¨®sofo; no creo suficientemente en la raz¨®n como para creer en un sistema". Tengo la convicci¨®n de que no es ni m¨¢s ni menos fil¨®sofo, justamente y de la misma forma, que Sartre.
Por otra parte, seamos exactos. Un fil¨®sofo es alguien que -como m¨ªnimo- fabrica, produce, crea conceptos. Y no podemos negarle esa preocupaci¨®n a Camus. No podemos negarle ni ese talento ni esa capacidad t¨¦cnica. Basta un solo ejemplo: el del "historismo" al que somete a proceso en el El hombre rebelde y, aqu¨ª y all¨¢, en su respuesta a Francis Jeanson. ?Qu¨¦ es el "historismo"? Es el estado de ¨¢nimo, dice, del que dice s¨ª a la Historia. O mejor dicho: es la actitud de esa categor¨ªa muy particular de esclavos para quienes la historia es su amo, la figura que representa lo Absoluto y la Ley. O mejor todav¨ªa: es la metaf¨ªsica, impl¨ªcita o expl¨ªcita, de quien se conforma con un mundo en el que las "se?ales" se convierten en "fines"; en el que se sustituye "el m¨¢s all¨¢" por el "m¨¢s tarde"; y en el que los valores no valen -sigue siendo Camus quien habla- m¨¢s que cuando triunfan. Jean Daniel, en su Avec Camus, narra la indignaci¨®n de su amigo, un d¨ªa, cuando ¨¦l le destac¨® que la independencia de Argelia era irremediable. ?Qu¨¦?, protest¨® Camus. ?Irremediable, dice? ?C¨®mo es posible que esa palabra salga de la boca de un periodista o de un intelectual apasionado de la verdad? ?Y acaso la tarea de pensar no comienza precisamente con el esfuerzo de oponer, a la supuesta irremediabilidad de las cosas, la sagrada libertad de los hombres? Es evidente que esta protesta es tambi¨¦n prueba, por desgracia, de su falta de sentido de lo Tr¨¢gico y del error que, en esas circunstancias, se deriva de ella. Soy el primer convencido de que Camus se equivoca cuando, en otros textos del mismo cariz, atribuye al judeocristianismo esa visi¨®n de una Historia que impone sus decretos ineluctables. Y sigue siendo cierto que esa condena del historismo no coincide siempre con su propia metaf¨ªsica de los esponsales entre el ser humano y la tierra; sin duda, la gran contradicci¨®n que atraviesa y desgarra su obra. Pero que estamos ah¨ª ante un concepto me parece indudable. Y francamente... ?Est¨¢ mucho peor formado, ese concepto, que el de "historicismo" en el famoso art¨ªculo Qu'est-ce qu'un collaborateur, en el que Sartre se olvida casualmente de extender al estalinismo esa man¨ªa de colaborar con la Historia que ¨¦l se?ala y describe de forma admirable? ?Es menos poderoso, contiene menos verdad, que el concepto de "dictadura de la Historia", en el que Levinas, tambi¨¦n en ese momento, ve el principio y el fin del totalitarismo, pero sin sacar las mismas consecuencias pr¨¢cticas, las mismas m¨¢ximas que Camus? ?Y el uso que hace ¨¦l de Heidegger en El mito de S¨ªsifo para intentar salir de la contradicci¨®n (parte fundamental de su concepto de "historismo") que le hace resistirse a los dictados de la Historia pero consentir los de la naturaleza, es mucho menos culto que el de la mayor parte de sus contempor¨¢neos?
Un fil¨®sofo es alguien que -otra definici¨®n m¨ªnima- hace gestos filos¨®ficos. No podemos negarle tampoco esa afici¨®n a Camus. Ni tampoco el poder y los conocimientos que le permiten poner en pr¨¢ctica esa afici¨®n. Una vez m¨¢s, me limitar¨¦ a un ejemplo: el trabajo que lleva a cabo, desde El mito hasta La ca¨ªda, sobre la figura de Nietzsche. ?Cu¨¢l es ese trabajo? Es el trabajo que parte de una fascinaci¨®n por la obra y por el nombre; que comienza, por ejemplo, en Tur¨ªn, en la via Carlo Alberto, donde, el 24 de noviembre de 1954, acude en peregrinaci¨®n y recuerda, con el coraz¨®n encogido, la visita de Overbeck a su amigo "loco de delirio" que "se arroja a sus brazos llorando"; es el trabajo que consiste en reconstruir a un Nietzsche rehabilitado de su locura (porque remite a la medida griega), rectificado de su crueldad (porque parte de la fidelidad a la tierra para concluir que no hay que a?adir a las injusticias de la naturaleza las que fabrica la perversidad de los hombres), vuelto hacia lo positivo (de ah¨ª el "buen nihilismo", del que dice, en la carta a Francis Ponge del 23 de enero de 1943, que es lo que vendr¨¢ "despu¨¦s del Absurdo" y "m¨¢s all¨¢" de ¨¦l) y puesto en pr¨¢ctica (ese "amor fati puesto en movimiento" que es la gran lecci¨®n de las notas del Cuaderno VIII sobre la ¨²ltima visita a Turin). Podemos discutir este trabajo sobre el nombre de Nietzsche. Podemos -y es mi caso- pensar que comparte la tentaci¨®n pagana que aparece en Las bodas y es una constante de su obra. Hablando desde el punto de vista t¨¦cnico, no es un trabajo peor elaborado que el trabajo de Sartre cuando construye para su propio uso, en la ¨¦poca de La n¨¢usea, un nietzsche¨ªsmo sin¨®nimo de individualismo, romanticismo, soledad altiva. Ni que el gesto de Bataille y sus amigos del Coll¨¨ge de Sociologie cuando, en la ¨¦poca del grupo Contre-attaque y de la sociedad secreta Ac¨¦phale, proponen una R¨¦paration ¨¤ Nietzsche que pretende arrebat¨¢rselo a los nazis, pero no sin correr el riesgo, en ocasiones, de un peligroso abordaje con ellos. Tambi¨¦n aqu¨ª nos gustar¨ªa evitar el tono defensivo de "reparaci¨®n dedicada a Camus", pero el prejuicio est¨¢ tan enraizado, el clich¨¦ est¨¢ tan vivo, el oprobio es tan duradero, que no resisto la tentaci¨®n de se?alar que, en la romer¨ªa que constituye en la segunda mitad del siglo XX el nombre de Nietzsche, el guiso camusiano no tiene peor aspecto ni menos sabor que los dem¨¢s.
Lo que es cierto, en cambio, es que Camus es, y lo reconoce, un fil¨®sofo de un g¨¦nero particular. Es un fil¨®sofo que se r¨ªe de los fil¨®sofos que ceden al academicismo, la pompa, la oscuridad (v¨¦ase en la nueva edici¨®n de las Oeuvres compl¨¨tes en Pl¨¦iade, esta pieza in¨¦dita, firmada con el seud¨®nimo de Antoine Bailly y escrita probablemente en 1947, titulada L'Impromptu des philosophes, que consiste en un largo di¨¢logo molieresco y muy divertido entre Monsieur Vigne y Monsieur N¨¦ant). Es un fil¨®sofo que considera desde el primer d¨ªa, es decir, desde su colaboraci¨®n en Alger R¨¦publicain, que el periodismo es un g¨¦nero filos¨®fico de pleno derecho (no lo expresa con esas palabras, pero ?qu¨¦ esta diciendo sino eso cuando, en el n¨²mero de Combat del 8 de septiembre de 1944, propone la f¨®rmula de "periodismo cr¨ªtico"? ?Y cuando, ocho d¨ªas antes, el 1 de septiembre, califica al periodista "cr¨ªtico" de "historiador cotidiano" cuya "primera preocupaci¨®n debe ser la verdad"?) Es un fil¨®sofo que hace teatro y que, en "esta historia de grandeza narrada por dos cuerpos" en la que se apoya, seg¨²n ¨¦l, la esencia de ese teatro, ve otra manera de desarrollar la misma aventura del pensamiento (?habr¨ªa hecho teatro, habr¨ªa escrito y dirigido, sin la presencia constante en ¨¦l y all¨ª de su querido Nietzsche?) Y es un fil¨®sofo que no se conforma con escribir novelas y ve en ese g¨¦nero la v¨ªa suprema, por una vez, de la filosof¨ªa ("s¨®lo pensamos en im¨¢genes, si quieres ser fil¨®sofo escribe novelas", dice en 1936 en el Cuaderno 1; y en su art¨ªculo de 1938 sobre La n¨¢usea, "una novela no es nunca m¨¢s que una filosof¨ªa puesta en im¨¢genes", de forma que, "en una buena novela, toda la filosof¨ªa est¨¢ en las im¨¢genes"; y despu¨¦s, todav¨ªa m¨¢s tarde, en el Cuaderno 5: soy ante todo un "artista"; quien filosofa es el artista que tengo dentro; y la sencilla raz¨®n es que "pienso de acuerdo con las palabras y no con las ideas")... Un fil¨®sofo artista. Un fil¨®sofo que toma de todas partes las armas que necesita. Un fil¨®sofo que, adem¨¢s, nunca ha separado su vida de su aventura intelectual y, por tanto, siempre ha ejercido el doble juego de una vida escrita y unos libros intensamente vividos. Este tipo de fil¨®sofo inventa una actitud al mismo tiempo que produce una obra. Es autor de un estilo antes que de un sistema. ?Pero no es ¨¦sa, seg¨²n sus queridos griegos, la propia definici¨®n de la filosof¨ªa? ?No es la imagen suprema de una disciplina que no se atribu¨ªa entonces m¨¢s fin que el de decir bien c¨®mo vivir bien y c¨®mo vivir seg¨²n el Bien? A ese Camus, ese moralista del que el mismo Sartre elogia, cuando muere, "su humanismo testarudo, estricto y puro, austero y sensual", se le quiere como a un hermano, un hermano peque?o, eternamente joven desde ese d¨ªa de enero de 1960 en el que el Facel Vega hiere definitivamente un pl¨¢tano que deja de ser, de pronto, un pl¨¢tano de papel. Energ¨ªa y honradez. Verdad y, cuando es preciso, indignaci¨®n. Otro maestro. Un maestro muy joven. Imposible, incluso y sobre todo cuando se es sartriano, tener raz¨®n contra Camus.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia. Bernard- Henri L¨¦vy (B¨¦ni- Saf, Argelia, 1948) es autor, con Michel Houllebecq, de 'Enemigos p¨²blicos', que saldr¨¢ a la venta el d¨ªa 14. Traducci¨®n de Jaime de Zulaika. Anagrama. Barcelona. 2010. 320 p¨¢ginas. 19 euros.
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