El ballet neoyorkino revisa su propia tradici¨®n cl¨¢sica
La temporada de ballet de Nueva York est¨¢ centrada en la revisi¨®n de los grandes t¨ªtulos cl¨¢sicos a la vez que ofrece nuevas creaciones
El New York City Ballet (NYCB), emblema del ballet protonorteamericano y principal compa?¨ªa custodio del legado de George Balanchine (1904-1983), abre en estos d¨ªas su temporada de invierno 2010 bajo el lema: "Cl¨¢sicos revisitados". Todo sucede en el New York State Theatre, ese coliseo que dise?ara Philip Johnson a principios de los a?os sesenta del siglo XX para Balanchine y Lincoln Kirstein seg¨²n las precisas indicaciones de ambos.
Es una ambiciosa apuesta que se extiende hasta el 28 de febrero con 11 programas diferentes [consultar programaci¨®n y v¨ªdeos en nycballet.com ] en los que destacan los grandes t¨ªtulos de tradici¨®n, desde La bella durmiente a El lago de los cisnes pasando por las propias coreograf¨ªas hist¨®ricas de Balanchine y Jerome Robbins (1918-1998). El actual director art¨ªstico del NYCB, Peter Martins (Dinamarca, 1967) tambi¨¦n propone sus propias creaciones junto al deb¨² de un nuevo "ruso" de San Petersburgo ligado al Teatro Mariinsky: Alexei Miroshnichenko, nacido en Ucrania pero educado en la Escuela Vaganova petersburguesa y tambi¨¦n asistente coreogr¨¢fico de William Forsythe en m¨²ltiples ocasiones.
El ballet norteamericano es parte de la gran industria del espect¨¢culo de este pa¨ªs; no por ello, las compa?¨ªas precipitan su identidad, sino al contrario. La crisis global tambi¨¦n se ha dejado sentir en estos conjuntos de gran formato y es as¨ª que, atentos a los tiempos que corren, han tirado de experiencia y de un razonamiento cultural preciso: debemos dar lo que tenemos y no hay que guardar nada -susceptible de volver a verse- en el armario de los recuerdos, lo que los atestigua como entidades imprescindibles no s¨®lo de esa industria monumental, sino de la cultura nacional estadounidense. Y deben estar todos orgullosos de ello. Tanto el New Yok City ballet, que es el que ha iniciado esta temporada de invierno con fuerza), como el American Ballet Theatre (que entre rumores de recortes brutales se prepara para la primavera) han acudido al repertorio, a la revisi¨®n de los cl¨¢sicos, a lo que han producido y han mantenido como cimiento y baluarte. La idea est¨¢ clara: en NYCB se atiende a las urgencias est¨¦ticas de hoy, pero est¨¢ preparada, por su basamento pr¨¢ctico, para seguir asumiendo eventualmente los cl¨¢sicos. Era parte del dec¨¢logo e ideario balanchiniano; es tambi¨¦n una ley del ballet universal.
La atenci¨®n estuvo estos d¨ªas centrada en la reposici¨®n de "La bella durmiente" y "El lago de los cisnes", dos producciones con coreograf¨ªa de Martins que han tenido, desde sus estrenos respectivos, desigual acogida de p¨²blico y cr¨ªtica. En ambas, se ha querido dejar patente y latente la presencia de Balanchine, su huella cor¨¦utica precisa. En "La bella" a trav¨¦s de "La danza de las guirnaldas", y en "El lago" con la conservaci¨®n del segundo acto (el de los cisnes blancos).
Alastair Maculay, en su recensi¨®n cr¨ªtica en The New York Times (la foto que acompa?aba e ilustraba su texto era del madrile?o Gonzalo Garc¨ªa -actualmente bailar¨ªn principal de ¨¦xito en el NYCB- acompa?ado de Tiler Peck en "La bella durmiente") alude a estas reminiscencias del pasado como fundamentales para garantizar esa evoluci¨®n org¨¢nica de continuidad en los grandes t¨ªtulos de Chaicovski, marcados para siempre por las coreograf¨ªas originales de Marius petipa y Lev Ivanov, pero enriquecidas y tra¨ªdas a nuestros d¨ªas con los aportes de core¨®grafos del siglo XX, entre ellos y a la cabeza, Balanchine. El gusto y el estilo del NYCB est¨¢ muy presente tanto en Lago, como en Bella. Hay un baile exquisito, de precisi¨®n y expansivo, que no se aviene a ciertas normas estil¨ªsticas convencionales y que para el espectador europeo, por ejemplo, pueden ser algo chocantes. Acaso a veces las l¨ªneas son m¨¢s rectas y la exposici¨®n de las figuras din¨¢micas de una geometr¨ªa acusada. Es una manera de verlo.
El Lago de Martins ha respetado el segundo acto de Balanchine y se retrotrae en lo est¨¦tico a los dise?os de Cecil Beaton (realizados por Karinska) en 1951. Cuando en 1964 Balanchine encarga nuevos trajes al armenio Rouben Ter-Arutunian mantienen ambos ciertas pautas de l¨ªnea, una plasticidad renovada que hoy se perfila todav¨ªa.
Es emocionante ver la participaci¨®n de hasta 24 ni?os de la School of American Ballet en el montaje, una se?a de que el futuro est¨¢ asegurado con la propia cantera. Los dise?os de escenograf¨ªa y vestuario de los daneses Per Kirkeby y Kirsten Lund Nielsen no han dejado de levantar pol¨¦mica y opiniones encontradas desde su estreno. Coloristas, de atrevido dibujo, responder a aquello de "renovarse o morir", a¨²n a riesgo de ciertos excesos pl¨¢sticos que al espectador ballet¨®mano convencional le horrorizan.
En el NYCB triunfan desde hace a?os varios espa?oles, entre ellos, Gonzalo Garc¨ªa (soberbio como Pr¨ªncipe Desir¨¦e en "Bella" y virtuoso en el Pas de Quatre del primer acto del "Lago"), Joaqu¨ªn de Luz y Antonio Carmena.
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