Cristina Grande cierra el cuento en cadena de Babelia
La escritora escribe el p¨¢rrafo final de 'Silla para alguien', un relato iniciado por Andr¨¦s Neuman y que hoy cerramos con gran ¨¦xito de participaci¨®n con aportaciones de todo el mundo.- Gracias a todos
'Una silla para alguien' ha terminado. El relato iniciado por Andr¨¦s Neuman como parte de la cobertura de Babelia para la Feria del Libro se ha cerrado con la aportaci¨®n final de la escritora Cristina Grande. Han sido casi dos semanas en las que Antonio Fraguas y Juan Carlos Galindo se han dejado las pesta?as leyendo cientos de de correos con las contribuciones enviadas por los lectores de EL PA?S desde medio mundo. Gracias.
Sin embargo, no ha sido una labor tan complicada como la que ten¨ªa delante Grande. "Ha sido dif¨ªcil. Siempre me dicen que termino mal mis propios cuentos", ha asegurado la autora a este diario tras terminar el relato. ?Tentaciones? "La de darle al final un giro humor¨ªstico y que al final fuera algo absurdo y delirante pero me pareci¨® una falta de respeto con el resto y esto era un trabajo en equipo" ha a?adido.
El segundo p¨¢rrafo fue determinante al dar un giro completo al relato de Neuman, m¨¢s abierto y sin rumbo fijo, como corresponde a un buen inicio. "La gente tiende a complicarlo todo mucho y yo a simplificarlo", resume la autora del p¨¢rrafo final sobre las dificultades que se ha encontrado a ra¨ªz de la deriva de este relato. Aqu¨ª tienen el resultado. Gracias de nuevo.
UNA SILLA PARA ALGUIEN
Esta es tu silla, ?ves? Por favor, ven, si¨¦ntate. Ahora despliego el respaldo, reviso las ruedas, les paso un trapo h¨²medo para que tus manos sigan tan blancas como siempre. Blancas, no inocentes: a ti y a m¨ª la inocencia no nos interesa demasiado. El color blanco s¨ª, porque es fruto del esfuerzo. Hay que cuidarlo, mantenerlo limpio. As¨ª que la preparo, como te promet¨ª. La he preparado, ?sabes?, durante meses, a?os, no me acuerdo bien. Eso me pasa con esta silla: me concentro tanto en ella que el calendario se pone a rodar y ya no s¨¦ qu¨¦ fecha es, ni hace cu¨¢nto te espero.
*
El joven Hobermann toma asiento. Un mando a distancia sobre la mesa parece decirle "pulsa mi tecla de ON y disfruta; no preocupaciones, no estr¨¦s, no m¨¢s all¨¢ de ese Take Five, Dave Brubeck Quartet". Hobermann y un mando a distancia sobre una gran mesa vac¨ªa, sin curvas, sin molduras torneadas; esto es puro racionalismo, esto es simple y llana sincron¨ªa con una Bauhaus que dej¨® seca a media Europa.
- ?Qu¨¦ me dice de ese mando a distancia? - pregunta Hobermann.
- ?Debo decirle algo?
- ?Qu¨¦ suceder¨¢ despu¨¦s?
- ?Dave Brubeck, Take Five? -responde el hombre de la kip¨¢ blanca.
*
- Ya. Entiendo ?Pero puedo hacerle una ¨²ltima pregunta?
- Dos.
- ?D¨®nde estoy?
- Querr¨¢ decir, ?d¨®nde estamos?
- S¨ª, eso.
- ?En el avi¨®n no le dijeron nada?
- Nada.
- Mucho mejor. Ya que lo he esperado tanto tiempo...
Se quedan en silencio, tratando de no mirarse.
-Voy a hacer una excepci¨®n -dice de repente el hombre de la kip¨¢ blanca. Empuja la silla de Hobermann hasta dejarla al lado de una diminuta rendija, ¨²nico punto por donde entra luz natural al recinto. Le entrega unos binoculares; casi enseguida se los retira. Camina hasta el armario y regresa con un telescopio peque?o.
-Mejor esto -le dice.
*
Mira a lo lejos, Hobermann, vislumbra. ?Por qu¨¦ te he esperado tanto tiempo? ?Por qu¨¦ las ¨²nicas referencias son tus manos blancas, tu silla y lo que veas por la rendija? Mira a lo lejos y comprende. Ay¨²dame a comprender... por ejemplo: ?Por qu¨¦ te hablo de usted?
-?Qu¨¦ ve? -pregunta el hombre de la kip¨¢.
-No mucho. ?Qu¨¦ se supone que debo ver?
-Usted pregunt¨® d¨®nde estamos.
-S¨ª, pero s¨®lo veo un campo vac¨ªo, un ¨¢rbol y un muro con un port¨®n a lo lejos.
-Ve el Sol, es de d¨ªa, ahora vea su reloj -a?ade el hombre de la kip¨¢.
*
Hobermann se desmoraliza. En su mu?eca s¨®lo queda una marca blanquecina.
- Lo siento. A veces olvido que no est¨¢n permitidos los objetos personales.
El hombre de la kip¨¢ empuja de nuevo la silla, no puede evitar bufar al comprobar que una de las ruedas chirr¨ªa. Le incomoda haber dejado pasar por alto esa clase de detalles, y tambi¨¦n haber parecido torpe al invitar a Hobermann a comprobar su reloj.
- S¨®lo le dir¨¦ que es un poco m¨¢s tarde del mediod¨ªa.
Deja a Hobermann frente a la mesa, extiende la mano y se?ala el mando a distancia.
- Le toca.
*
David Hobermann coge el mando a distancia y pulsa ON. La pantalla de televisi¨®n en blanco y negro relata una escena extra?a: Un hombre joven con una kip¨¢ blanca ayuda a un ni?o a montar una construcci¨®n. Lleva una bata blanca. El fondo sonoro es Take Five. En la sala, por todos lados, otros ni?os se mueven inquietos, todos llevan puesto una kip¨¢ blanca y parecen solos.
- No quiero ver m¨¢s, s¨¦ qu¨¦ es lo que pretende. No quiero volver.
*
- Veo que ya no le importa el pasado. Olvidar no es la mejor soluci¨®n, piense en lo que les sucedi¨® a los otros.
Hobermann permanece en silencio. No pensaba que caer¨ªan tan bajo. Aprieta sus manos con rabia hasta volver blancos sus nudillos. De repente, en la televisi¨®n uno de los ni?os se acerca a la pantalla y susurra una palabra indescifrable, parece triste, pero sus ojos reflejan unos rasgos humanos, una cara se ve con nitidez en su pupila negra.
- Antes dijo que pod¨ªa realizar dos preguntas - dice Hobermann.
- Creo que es justo. Adelante, pregunte.
*
Hobermann pulsa el bot¨®n de pause en el mando y el ni?o de la imagen se detiene.
- Necesito saber qu¨¦ pas¨®. Aquel experimento era perfecto, no hab¨ªa fisuras, ?por qu¨¦ sali¨® mal?
- Eso no es una pregunta, son varias.
- Lo s¨¦, pero antes de terminar con todo necesito esas respuestas.
El hombre de la kip¨¢ blanca se sienta en el borde de la mesa y mira a Hobermann.
- Yo soy uno de esos ni?os. Como ve, el experimento no sali¨® tan mal como quisieron hacerle creer.
- ?Malditos se¨¢is! grita Hobermann estrellando el mando a distancia contra el suelo...
*
Hobermann se sienta en la silla. Se tapa la cara con las manos. Guarda silencio.
El hombre de la kip¨¢ pr¨¢cticamente ni se inmuta. Se agacha despacio para recoger los fragmentos del mando a distancia. Lo hace con m¨¦todo, tom¨¢ndose su tiempo.
- Mi paciencia no es infinita, como no lo es el tiempo del que disponemos. Hay ciertas premuras. Urgentes. Y se har¨¢, por encima de usted si es preciso. Su ayuda para el experimento le cualifica, pero hay otras v¨ªas. Lo sabe ?verdad?
Deposita los trozos del mando en la mesa y se levanta.
- ?Quiere respuestas? Venga conmigo.
*
Bajo la fuerte luz el campo parece desgastado, blanquecino, el hombre de la kip¨¢ brilla mientras camina levantando con cada pisada una bocanada de humo, Hobermann le sigue d¨®cilmente, se dirigen hacia el port¨®n que descubri¨® antes con el telescopio. De pronto del ¨¢rbol se elevan dos cuervos gritando y el port¨®n comienza a abrirse lento y quejoso.
*
Ojal¨¢ todo fuera un sue?o, piensa Hobermann. Podr¨ªa interpretar los signos como ecuaciones sobre la arena: la silla blanca rodante, el mando a distancia, la kip¨¢ inmaculada, aquel saxof¨®n eterno en el Time Out del Dave Brubeck Quartet, un peque?o telescopio, las pisadas humeantes, los cuervos que huyen, el port¨®n que invita a entrar. Pero no es tiempo de sue?os, ambos lo saben.
- En respuesta a su segunda pregunta, cierre los ojos y cuente hasta diez. -ordena el hombre de la kip¨¢.
Hobermann cierra los ojos y cuenta mentalmente: "uno, cuatro, siete..."
*
"...diez". Sigue con los ojos cerrados y una mueca de crispaci¨®n que parece una sonrisa forzada. Tiene miedo. Ya sab¨ªa lo que le esperaba cuando se atrevi¨® a decir "No". De eso hace muchos a?os, y muchas veces se ha arrepentido.
-No, no -repite sin querer abrir los ojos.
Siente sobre su cabeza la mano leve, casi gaseosa, del hombre de la kip¨¢ blanca. Ahora sabe que su propia muerte y la de muchos otros que dijeron "No", que se sentaron en la silla blanca antes que ¨¦l, no es una fisura en el experimento. Eran parte del experimento, necesarios para quienes aceptaron alcanzar la inmortalidad. Abre los ojos y suelta una risotada. Habr¨¢ m¨¢s como ¨¦l. Con la mano derecha se agarra fuertemente la mu?eca adelgazada por el uso continuado de su reloj de pulsera. *
El primer p¨¢rrafo ha sido escrito por Andr¨¦s Neuman; el segundo, por ?lvaro Valiente; el tercero, por Juan Merino; el cuarto, por Edgar Pavia; el quinto, por ?ngela Medina; el sexto, por Charo Begu¨¦; el s¨¦ptimo, por Alejandro Mart¨ªnez; el octavo, por M? del Pilar Polo; el noveno, por V¨ªctor Briones; el d¨¦cimo, por Fernando L¨®pez del Hierro; el und¨¦cimo, por Javier Prats. El duod¨¦cimo y ¨²ltimo p¨¢rrafo de 'Silla para alguien' es obra de la escritora Cristina Grande. Tras un proceso de edici¨®n, en las pr¨®ximas semanas 'Babelia' publicar¨¢ en su edici¨®n de papel el cuento ¨ªntegro. Visita el blog de 'Babelia', Papeles perdidos, para disfrutar de la Feria del Libro de Madrid
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