El arte latinoamericano m¨¢s castizo
16.00h : Descalzo por La Habana
Empiezo la ronda con enchufe, y descalzo. Y a contramano: el Matadero, en Legazpi, pilla un poco lejos pero siempre compensa el viaje. Y he preferido hacer este viaje de un d¨ªa por VivAm¨¦rica desde la periferia al centro: siempre se aprende m¨¢s, por experiencia, movi¨¦ndose en ese sentido.
Ten¨ªa muchas ganas de ver la intervenci¨®n de Carlos Garaicoa dentro del ciclo Abierto por Obras. Manuela Villa, su comisaria, invita a artistas para que durante unos meses se pongan a sus anchas en el espacio de la antigua c¨¢mara frigor¨ªfica. Hasta ahora todos han estado a la altura de esta sala inmensa, llena de columnas, renegrida por un incendio, que puede resultar siniestra, acogedora o casi tr¨¢gica seg¨²n la voz que le da (y los ojos con que la mira) cada artista.
Lo malo es que el Matadero abre s¨®lo por las tardes: a primera hora de la ma?ana me he aprovechado un poco de la amistad con el director de todo este tinglado, Pablo Ber¨¢stegui, para que me abrieran la sala y prendieran las luces de la instalaci¨®n (amable por partida doble: me ha dejado luego trabajar como empotrado provisional en las oficinas. Escribo esto desde una de las mesas libres, y chupando wi-fi. En fin, el d¨ªa va a ser largo y se agradece).
Hasta ah¨ª el enchufe. Lo de descalzarse, m¨¢s que privilegio, es ya una parte obligatoria de la obra de Garaicoa. Como todo su trabajo, su intervenci¨®n es a la vez sencilla y algo perversa. Ha aprovechado el aire de mezquita del bosque de columnas de la sala para pedir a los espectadores que antes de nada se quiten los zapatos y los dejen a la puerta. Es curioso: basta descalzarse y pisar (literalmente) la obra para notar que no todo es cuesti¨®n de cabeza: uno tambi¨¦n puede empezar a apreciar un trabajo por los pies.
La sala est¨¢ cubierta de una moqueta negra, casi a oscuras, con focos muy pensados para mostrar a la mejor luz posible las grandes alfombras de colores que saltean el espacio. Son reproducciones s¨²per-realistas de viejos pavimentos de La Habana. A la puerta de las tiendas, durante todo el siglo XX, se instalaban mosaicos de terrazo con r¨®tulos que atrajesen a los clientes. Garaicoa los reproduce con tanta exactitud que da grima o v¨¦rtigo: ah¨ª est¨¢n las grietas en el pavimento, los chicles pisados, casi los escupitajos y las cacas de perro. Y a la vez los deforma: a?ade y quita palabras o letras para cambiar y atenuar con una sonrisa helada el mensaje optimista del original.
No es la primera vez que Garaicoa trabaja con r¨®tulos y retuerce su sentido. En un pa¨ªs empachado de esl¨®ganes y proclamas como Cuba, queda claro su mensaje: conviene leer dos veces y desconfiar, por principio, de lo que dicen entre l¨ªneas las propagandas.
Hace una semana, en la bienal de Sao Paulo, vi otro trabajo suyo: Las joyas de la corona. Eran maquetas reducidas, en plata y oro, de grandes monumentos de la arquitectura de la infamia mundial: La Escuela de Mec¨¢nica de Buenos Aires, la base de Guant¨¢namo, el Estadio de Santiago de Chile. Y ya antes me hab¨ªan interesado mucho sus maquetas de ciudades a base de edificios de cera con la mecha prendida, en pleno derretimiento. O fabricados en az¨²car y dentro de una vitrina en la que tambi¨¦n cab¨ªa un hormiguero: las vecinas diminutas que se paseaban por sus callecitas tambi¨¦n se la iban comiendo poco a poco.
Garaicoa, por supuesto, no tiene pelos en la lengua. Pero elige hablar de pol¨ªtica entre l¨ªneas, a la cubana: con ese humor ultra-seco y ese sarcasmo letal que el clima de la isla obliga a desarrollar por pura supervivencia. Uno se calza y sale de la sala. Y durante un buen rato todav¨ªa tiene la impresi¨®n de caminar por La Habana con los pies desnudos.
18H: Oreja avizor
De las afueras al puritito centro: aqu¨ª estoy en la bonita cafeter¨ªa de Casa Am¨¦rica, en pleno ambiente de pre-fiesta. Est¨¢n los cuentacuentos y los coordinadores de varios programas de actividades almorzando en las mesas de alrededor, y reverbera en la b¨®veda de cristal el barullo latino de carcajadas a grito pelado. Se hace m¨¢s llevadero en los o¨ªdos, claro, cuando la gente se r¨ªe en varios acentos de espa?ol.
Tambi¨¦n aqu¨ª me han recibido bien (y me vuelven a enchufar a la toma de tierra que mi port¨¢til, pobre, que est¨¢ ya muy mayor, necesita a todas horas como el comer). Israel, del departamento de comunicaci¨®n, no ha puesto ninguna mala cara cuando me ha visto aparecer justo cuando sal¨ªa para su hora del almuerzo. Me ha acompa?ado amabil¨ªsimo por las salas de la Casa que van a recibir las intervenciones de artistas y dibujantes y fot¨®grafos durante esta semana. Las paredes est¨¢n todav¨ªa v¨ªrgenes, y hay operarios dando martillazos de ¨²ltimo minuto: siempre me ha gustado el ambiente de loa museos durante los montajes, en las prisas de ¨²ltimo minuto antes de las inauguraciones, cuando parece que no se llega y al final todo sale.
Por otra parte, en algunas no hay ya mucho m¨¢s que hacer: por los pasillos de la Galer¨ªa de Guayasam¨ªn, a partir de esta tarde, se van a ir colgando las fotos que tomar¨¢ Rai Robledo. Parece que va a ir retratando de todos los que se acerquen a ver o participar en alguno de los actos programados. A falta de acentos, en las fotos habr¨¢ jaleo de colores y muchos tonos de moreno envidiable.
Y en las salas Diego Rivera y Frida Kahlo, aparte de un texto de presentaci¨®n de Jordi Costa, no hay nada m¨¢s que paredes negras. Hasta esta tarde no empezar¨¢n a pintarrajearlas los invitados a Bestiario 3.0. Van a dibujar, ni m¨¢s ni menos, el aspecto futuro de los animales que poblar¨¢n la Tierra cuando los b¨ªpedos parlantes que ahora nos creemos due?os vitalicios no seamos m¨¢s que un pintoresco recuerdo.
Yo ven¨ªa con much¨ªsimas ganas de ver trabajar en directo al inmenso, al colosal, al grand¨ªsimo Liniers, y me he llevado un disgusto cuando he sabido que no llegar¨¢ hasta ma?ana por la tarde (volver¨¦ seguro a que me firme alguno de sus libros o a que me tat¨²e algo en el brazo). Cuando viv¨ª en Buenos Aires aprend¨ª una buena costumbre de los porte?os y me hice adicto de por vida y fan fatal de su tira de prensa diaria, Macanudo. Es una de las verdaderas obras maestras del g¨¦nero, y sigo echando de menos -Que Forges me perdone- abrir el peri¨®dico todas las ma?anas y mojar el caf¨¦ en su p¨¢gina. Llena su tira de ping¨¹inos agobiados, de aceitunas parlantes, de bichejos con complejos. Y acaba armando una especie de metaf¨ªsica de la tira c¨®mica que merece colocarse al lado (o encima) de la Cr¨ªtica de la Raz¨®n Pura de Kant.
Quer¨ªa tambi¨¦n comprobar si tiene o no tiene finalmente las orejas de conejo de Pascua con que se autorretrata en sus dibujitos. Habr¨¢ que esperar hasta ma?ana.
19h: En el DF con el Doctor ATL
De La Habana a Buenos Aires fui esta ma?ana en metro. Y ahora llegu¨¦ al DF con s¨®lo cruzar la acera. Casi enfrente de Casa Am¨¦rica, al otro lado de Recoletos, el Instituto Cervantes tiene montada una exposici¨®n de c¨¢mara en su vest¨ªbulo de cine (entre Metr¨®polis y Gotham City). Ten¨ªa ganas de verla y aprovecho que viene al caso: M¨¦xico Ilustrado se dedica al dise?o gr¨¢fico y el cartelismo mexicano entre 1920 y 1950.
Vengo, la verdad, gracias a una recomendaci¨®n. Cenando ayer con Manolo Ram¨ªrez, de Pre-Textos, me dijo que no deb¨ªa perd¨¦rmela. Y la verdad es que a m¨ª me hab¨ªa pasado hasta ahora desapercibida. No es plan de hacerle la pelota al editor de uno, pero hace mucho tiempo que s¨¦ -como mucha otra gente y amigos de la casa, lectores y no lectores- que cualquier cosa que recomienden los Pre-Textos merecer¨¢ la pena.
Y s¨ª, claro, la merece y mucho. Entre los 30 y los 50, mientras Espa?a pasaba por uno de sus purgatorios peri¨®dicos, M¨¦xico viv¨ªa los a?os triunfales de su revoluci¨®n; pon¨ªa de moda sus tejidos y sus artesan¨ªas y sus playas; reivindicaba las artes ind¨ªgenas y el pasado precolonial; y al mismo tiempo acog¨ªa con una generosidad que no es f¨¢cil de olvidar a los exiliados de la Espa?a republicana: s¨®lo Brasil, a partir de los cincuenta, pudo igualar en toda Am¨¦rica ese impulso de reinvenci¨®n cultural colectiva.
Del gran cartelista Josep Renau, por ejemplo, est¨¢ aqu¨ª el afiche espl¨¦ndido de un dram¨®n de la carn¨ªvora Mar¨ªa F¨¦lix: La devoradora. El t¨ªtulo ya era un programa completo.
Llevar¨ªa el d¨ªa entero ver bien todo lo que hay. En cada vitrina y cada pared hay una o dos joyas impresionantes: est¨¢ la primera edici¨®n del Poeta en Nueva York, la primera del Espa?a, aparta de m¨ª este c¨¢liz de Vallejo, la primera del Canto general de Neruda, ilustrado por Rivera y por Siqueiros. Est¨¢n las tipograf¨ªas y las portadas ultramodernas y superpotentes de la m¨ªtica revista Horizonte. Est¨¢n los dise?os exc¨¦ntricos de uno de mis "raros" favoritos del arte americano (y eso que abundan): el Dr. Atl, que se llam¨® Gerardo Murillo antes de adoptar su seud¨®nimo (y su est¨¦tica) de supervillano.
Hubiera podido quedarme horas, y supongo que volver¨¦ a verlo todo con calma. Si tuviera que elegir algo para llevarme, ser¨ªa un maravilloso plano del Centro de DF pintado en los a?os 30 y pensado para plegar y regalar a los turistas gringos, que ven¨ªan escocidos tras la nacionalizaci¨®n del petr¨®leo mexicano y a los que hab¨ªa que ablandar con golosinas.
En realidad me lo llevo en versi¨®n reducida, porque a ¨²ltima hora un buen amigo y colega literario, Ernesto P¨¦rez Z¨²?iga, consigue escaparse de su oficina en los pisos de arriba del Cervantes, donde trabaja (mucho, pobre) cuando no est¨¢ escribiendo. Me ha tra¨ªdo de regalo el estupendo cat¨¢logo de la expo. Pesa una tonelada y todav¨ªa queda d¨ªa por delante. Pero me voy contento con M¨¦xico entero debajo del brazo.
20H: Chinchetas y Post-its
Aprovecho que estoy por el barrio para dar un par de vueltas por algunas galer¨ªas que me gustan en la zona (los americanos, que para todo tienen su frase y no soportan la existencia de nada sin nombre, llaman a esto gallery hopping). Con sus casta?os de indias ya de oto?o y las marquesinas de hierro y cristal, el patio interior al que se abre la galer¨ªa de Elba Ben¨ªtez parece salido del Village (o al menos de su versi¨®n en las pel¨ªculas de Woody Allen). Su programaci¨®n es de las m¨¢s serias y coherentes de entre las comerciales en Espa?a. Y sigo con M¨¦xico viniendo hasta aqu¨ª, porque hace poco ha inaugurado una colectiva armada por Magali Arriola, conservadora jefe del Museo Rufino Tamayo de M¨¦xico. Es una de las cabezas pensantes que conviene seguir en relaci¨®n al arte actual en Latinoam¨¦rica, y aqu¨ª ha reunido el trabajo de artistas cuyas obras no acaban de encajar bien en el cl¨¢sico cubo blanco.
Es una expo esquiva, casi secreta, de poca carne pero mucha sustancia. En realidad, a veces la obra es la ausencia (o casi) de obra: Mungo Thompson deja su sala vac¨ªa. O eso parece, porque al final uno encuentra su escultura: una chincheta cuidadosamente reproducida en porcelana y clavada en medio de la pared inmensa. Roman Ond¨¢k pega un post-it anunciando que se ha retrasado en el env¨ªo de su pieza. Y el muy interesante Mario Garc¨ªa Torres (es mexicano y joven, del 75) escamotea la obra de las salas y la esconde en el listado de obras y precios que en otras galer¨ªas se suele facilitar s¨®lo a los visitantes ricos (o con pinta y moh¨ªn de serlo).
20h: El aleph en Arg¨¹elles
Salgo ya, cansado pero feliz, del mejor sitio donde pod¨ªa acabar este paseo: escondido en la calle Galileo, en pleno Arg¨¹elles castizo, est¨¢ el Peque?o Museo del Escritor, un sitio secreto y lleno de tesoros literarios (de los que valen mucho y nada a la vez, seg¨²n y qui¨¦n los mire) que ense?a con l¨®gico orgullo y afabilidad ejemplar su due?o, el cult¨ªsimo librero y editor Claudio P¨¦rez M¨ªguez. Ha ido reuniendo una colecci¨®n muy particular: objetos personales de los grandes escritores latinoamericanos del siglo, "cargados" de la est¨¢tica de un pasado denso, de recuerdos y significados para quien sabe mirarlos, con car¨¢cter casi de iconos. Regalados por los herederos, comprados en subasta, ofrecidos por sus due?os en su d¨ªa: est¨¢n aqu¨ª, s¨ª, una de las pipas de Cort¨¢zar, dos elegantes sombreros del impecable Bioy, un Aleph en hebreo que Borges siempre llev¨® consigo (¨¦l, que no guardaba libros propios en casa), el retrato que Silvina Ocampo hizo de su nieta. Y para los admiradores fervientes de Onetti (entre los que me cuento), un verdadero fest¨ªn fetichista: las gafas inconfundibles de pasta gruesa que resumieron su figura p¨²blica, los ceniceros requemados de colillas con los nombres inscritos de dos de sus personajes recurrentes, Petrus y Larsen. Y m¨¢s, y m¨¢s impresionante: gran parte de los vol¨²menes de su biblioteca personal, firmados por la plana mayor del boom latinoamericano.
Volver¨¦, seguro, con tiempo por delante para explorar todos estos tesoros. Una especie de Aleph inesperado de la literatura en espa?ol de todo el siglo: no se me ocurre mejor forma de rematar la faena y de abrir una semana americana en Madrid.
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