Enrique de Melchor: dinast¨ªa y magisterio
Una semblanza del guitarrista sevillano ha fallecido hoy en Madrid a la edad de 61 a?os
Tristemente, se nos ha ido otro de los grandes, y tambi¨¦n de forma prematura. La guitarra flamenca, tan brillante y rica en nuestros d¨ªas gracias al incalculable legado de artistas como ¨¦l, se queda no solo triste, sino irremediablemente m¨¢s pobre. Porque Enrique era, por supuesto, un sonido, pero tambi¨¦n un icono: durante un tiempo prolongado, su presencia se multiplic¨® tanto junto a las m¨¢s se?eras figuras del cante que ¨¦l era el tocaor, el que siempre ve¨ªamos al lado del cantaor como muestra can¨®nica de lo que significaba el acompa?amiento al cante. Y no estaba ah¨ª por casualidad ni se hab¨ªa ganado la confianza por cuesti¨®n de nombre, hijo como era de un reconocido maestro. Enrique era garant¨ªa de solvencia por s¨ª mismo y porque hab¨ªa logrado ese dif¨ªcil equilibrio entre la necesaria discreci¨®n y la apreciada brillantez. Dif¨ªcil y no siempre valorado oficio este de acompa?ar al cante del que Enrique Jim¨¦nez Ram¨ªrez (Marchena, Sevilla, 1950) fue indiscutible maestro.
A ello lleg¨® como se tienen que hacer las cosas: poquito a poco y de abajo a arriba, que luego la composici¨®n y la guitarra de concierto habr¨ªan de venir solas y como resultado de lo anterior. Porque Enrique, hijo menor del maestro Melchor de Marchena, se fue con ¨¦l a Madrid cuando Manolo Caracol abri¨® el tablao Los Canasteros y llam¨® a su padre para que lo acompa?ara. Como Enrique era peque?o a¨²n para tocar, iba al tablao pero se quedaba detr¨¢s de las cortinas repitiendo todo lo que escuchaba. De esa manera, cuando el maestro Caracol le pregunt¨® si estaba preparado, el ya joven adolescente se sab¨ªa todo el repertorio. Debutar¨ªa en 1967 junto al jerezano Paco Cepero, pero antes hab¨ªa dejado registrada m¨¢s de una grabaci¨®n acompa?ando a figuras como Mar¨ªa Vargas, La Perla de C¨¢diz o Romerito de Jerez -habituales en ese escenario-, junto a su padre y otro guitarrista al que ¨¦l reconoce magisterio, Eugenio Ram¨ªrez, El Nani. De Los Canasteros, Enrique pasar¨ªa a Torres Bermejas y all¨ª se encontrar¨ªa con el cante de esos j¨®venes que ven¨ªan rompiendo: Pansequito, Caracol o Turronero. Con los a?os, la n¨®mina de cantaores a los que acompa?ar¨ªa -en actuaciones o en innumerables discos- abarca casi a dos generaciones: de Mairena, Caracol o Chano Lobato a Lebrijano, Fosforito y Jos¨¦ Menese; pero tambi¨¦n Fernanda y Bernarda, Juan Villar, Jos¨¦ Merc¨¦, Carmen Linares, Chiquetete... Fueron tantos los que le quisieron a su lado como desconocidos los que pusieron alguna objeci¨®n a que los acompa?ase.
Con el tiempo, la guitarra de Enrique floreci¨® en solitario. Y tambi¨¦n fue grande en su faceta creadora y de concierto. Sin abandonar por un momento su fidelidad a las ra¨ªces ni al toque de escuela marchenera que su padre represent¨®, Enrique se neg¨® a ser simple repetidor o clon. ?l ha sido un guitarrista de su tiempo, ortodoxo y a la vez moderno en su expresi¨®n, lo que le ha valido para ser faro y gu¨ªa de no pocos int¨¦rpretes de la siguiente generaci¨®n. De esta faceta suya queda buena muestra en grabaciones como Cuchich¨ª (1992), Bajo la luna (1996) y el imprescindible Arco de las rosas (1998), entre otras. Si a esta obra de Enrique se une su reconocida bonhom¨ªa y compa?erismo, el hueco que deja entre su familia, amigos y compa?eros de profesi¨®n se hace m¨¢s grande y doloroso.
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