'Black mirror': cuando la s¨¢tira no es parodia
El periodista y guionista brit¨¢nico Charlie Brooker vuelve a generar controversia con 'Black Mirror' su nueva miniserie para Channel 4
Tras ser nominado al BAFTA por Dead Set (2008), su aplaudida zombificaci¨®n medi¨¢tica de Gran Hermano, el periodista y guionista brit¨¢nico Charlie Brooker vuelve a generar controversia con su nueva miniserie para Channel 4. Partiendo del thriller pol¨ªtico, la ciencia ficci¨®n dist¨®pica y el relato de anticipaci¨®n, Black Mirror explora los inquietantes l¨ªmites de nuestra relaci¨®n con las nuevas tecnolog¨ªas. Y lo hace con rigor narrativo y af¨¢n provocador, conjugando la actualidad en presente imperfecto (por mucho que ¨¦sta se disfrace de pasado ma?ana) al m¨¢s puro estilo de las alegor¨ªas de Phillip K. Dick, J. G. Ballard y Michel Houllebecq.
Para Brooker no existe imagen m¨¢s perturbadora que la del propio espectador reflejado en la pantalla en negro de un televisor de plasma. Una intromisi¨®n casi bretchiana que alimenta su paranoia ante la amenaza latente bajo la superficie t¨¢ctil de nuestros dispositivos m¨®viles. La misma que cada d¨ªa se va abriendo paso a trav¨¦s de Facebook y Twitter, menoscabando nuestra intimidad y deformando la realidad.
No es la primera vez que el autor de How The TV Ruined My Life arremete contra las nuevas tecnolog¨ªas. ¡°Odio los Mac. Siempre he odiado los Mac¡±, escrib¨ªa hace un par de a?os en su columna para The Guardian. ¡°Odio a la gente que usa Mac. Incluso odio a la gente que no los usa porque a veces desear¨ªan hacerlo. Los Mac son como juguetitos de Fisher Price para adultos; ordenadores para pusil¨¢nimes incapaces de aprender c¨®mo funciona un ordenador de verdad; ordenadores para aquellos que creen fervientemente en el feng shui¡±.
Porque, llamemos a las cosas por su nombre, Brooker es, en esencia, un hater; un gru?¨®n propenso a la cat¨¢strofe anunciada. Un voceras amigo de la pol¨¦mica que lleva a?os dedicado en cuerpo y alma a condenar los vicios m¨¢s execrables de nuestra actual sociedad del espect¨¢culo. Demagogo por conveniencia, la lucidez de sus ataques queda empa?ada por sus habituales excesos de cinismo. Pero su indudable talento a la hora de ficcionar sus airadas cr¨ªticas le permite arrojarnos sus argumentos a la cara con sa?a, en un gesto provocador y autocomplaciente del que pocos como ¨¦l pueden salir indemnes.
Junto con Chris Morris (Brass Eye, Four Lions) y Armando Iannucci (The Thick of It), Brooker pertenece a una nueva generaci¨®n de cafres televisivos empe?ados en sacarle los colores a la sociedad brit¨¢nica. Una variante aut¨®ctona de mosca cojonera, en la l¨ªnea de los Swift y Sterne m¨¢s radicales, que han recuperado para la peque?a pantalla el demoledor poder de la s¨¢tira. Sin cortapisas ni eufemismos, jugando a la exageraci¨®n y abusando del sarcasmo; rasgos todos ellos muy presentes, por otra parte, en esa nueva vuelta de tuerca que es Black Mirror.
A primera vista, Brooker parece decidido a tomar el toro por los cuernos. Los guiones son oscuros, rompedores e inquietantes; de los que dejan mal cuerpo y abren el turno de debate. Para curarse en salud, invoc¨® a The Twilight Zone y Tales from Unexpected como fuentes de inspiraci¨®n del proyecto. ¡°En aquella ¨¦poca la bomba at¨®mica, la lucha por los derechos civiles, el McCarthysmo, los avances de la psiquiatr¨ªa y la carrera espacial eran las principales preocupaciones de Rod Serling. A d¨ªa de hoy escribir¨ªa sobre el terrorismo, la crisis econ¨®mica, los medios de comunicaci¨®n, la privacidad y nuestra relaci¨®n con la tecnolog¨ªa¡±. Sin embargo, las similitudes de Black Mirror con sus referentes cl¨¢sicos se limitan a la naturaleza autoconclusiva de sus cap¨ªtulos y la relectura metaf¨®rica de las convenciones del g¨¦nero. Y poco m¨¢s porque, mientras Serling abogaba por el intercambio de perspectivas y la moraleja final, un mis¨¢ntropo como Brooker no deja resquicio alguno para la esperanza.
Pero asumiendo sus ambiciones dram¨¢ticas, la miniserie funciona a¨²n mejor como subterfugio sat¨ªrico. Que los ¨¢rboles no les impidan ver el bosque, porque tener sentido del humor no implica ser necesariamente gracioso. Tomemos como ejemplo la bilis que derrocha el gui¨®n de su primer episodio, The National Anthem, gracias a una transgresora premisa argumental que conviene no desvelar. Lo que arranca como una exc¨¦ntrica perversi¨®n de 24 y El Ala Oeste de la Casa Blanca, degenera en un enfermizo y humillante comentario a costa de la moralidad de la clase pol¨ªtica y la Casa Real, la presi¨®n de los medios de comunicaci¨®n en la toma de decisiones de Estado y la manipulaci¨®n de la voluble opini¨®n p¨²blica a trav¨¦s de las redes sociales.
El cap¨ªtulo tira de referentes reales malintecionadamente reconocibles. La princesa Susannah (Lydia Wilson) se convierte as¨ª en un trasunto de Catherine Middleton, la actual duquesa de Cambridge y tras la brillant¨ªsima interpretaci¨®n de Rory Kinnear como el Primer Ministro Callow se adivinan los ecos de la mortificaci¨®n p¨²blica de Gordon Brown. El resultado es un sofisticado entramado de irreverencia y causticidad sin parang¨®n en nuestro pacato panorama televisivo. Ya solo por eso, conviene pasar por alto las fallas de un gui¨®n que incluso se permite la licencia de arrojar un dardo envenenado final a Damien Hirst.
En comparaci¨®n, el segundo cap¨ªtulo, 15 Million Merits, pierde en impacto y frescura. Con todo, su relectura de los presupuestos orwellianos para la generaci¨®n de la Wii no resulta en absoluto despreciable. Tomando prestados elementos de Un mundo feliz, Cube (Vincenzo Natali, 1998), Thirteen to Centaurus (Peter Potter, 1965) y The Year of Sex Olympics (Michael Elliot, 1968), Brooker y su co-guionista, Kanaq Huq (ex-presentadora de la versi¨®n brit¨¢nica de Factor X), orquestan una farsa maniquea y algo tramposa. El exceso de pompa de su realizaci¨®n le hace un flaco favor al sobado discurso sobre la integridad, el culto al ¨¦xito y el decadente circuito de los reality-shows, que podr¨ªa haber dado m¨¢s de s¨ª de haber ca¨ªdo en las manos adecuadas. Destaquemos, eso si, a un caricaturesco Rupert Everett en un registro cercano al de Risto Mejide y un oportuno n¨²mero musical: Anyone Who Knows What Love Is (Will Understand), original de Randy Newman para Irma Thomas.
La sutileza no es precisamente uno de los puntos fuertes de la serie, eso est¨¢ claro. Pero hay que reconocer que con The Entire History of You Brooker y su equipo han sabido guardarse lo mejor para el final: un imp¨²dico relato de celos e implantes cibern¨¦ticos firmado por Jesse Armstrong, que le enmienda la plana a Olv¨ªdate de mi (Michel Gondry, 2004) en el contexto de Minority Report (Steven Spielberg, 2002). Narrado con elegancia y sentido de la mesura, arriesga m¨¢s all¨¢ de la pirotecnia visual y el trazo grueso. Aqu¨ª no hay puntada sin hilo y el soterrado sentido del humor pasa inc¨®modamente desapercibido: nuestra memoria concebida como un perif¨¦rico que parece surgido de los sue?os tecn¨®cratas de Steve Jobs. Es una l¨¢stima que no exista antivirus conocido contra el sentimiento de culpa.
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