Matta el travieso
El autor chileno Ariel Dorfman recuerda la visi¨®n salvadora del artista, de cuyo nacimiento se han cumplido 100 a?os
Antes de que me hiciera amigo de Roberto Matta, mucho antes de que hubiese visto siquiera un p¨¦talo zigzagueante de color en uno de sus cuadros, este pintor genial me ca¨ªa especialmente bien. Fue en el a?o 1955 que por primera vez o¨ª su nombre. Ten¨ªa yo a la saz¨®n trece a?os de edad y hab¨ªa llegado a Chile hace unos diez meses y fuimos convidados a la costa a pasar una temporada con unos amigos de mis padres.
La invitaci¨®n era a Cachagua que ahora es un balneario donde se concentran los pol¨ªticos, tecn¨®cratas e intelectuales que lideraron la lucha contra Pinochet y ya en democracia decidieron asentar sus reales en una de las m¨¢s espl¨¦ndidas playas del Pac¨ªfico. Pero en esa ¨¦poca era un antro de comunistas y en las noches, bajo el mando del informal ¡°alcalde¡± del pueblito, Diego Sutil, se dedicaban los d¨ªscolos veraneantes a hablar mal de Zapallar, vecina y aristocr¨¢tica y dotada de una bah¨ªa magn¨ªfica que era la envidia de todos los que llegaban al litoral. En las conversaciones nocturnas surg¨ªa una y otra vez la figura del tr¨¢nsfuga Roberto Matta que, habiendo nacido entre lo m¨¢s rancio de la oligarqu¨ªa chilena y descendiente de varios presidentes ilustres, se hab¨ªa distinguido, ya de adolescente (debe haber sido hacia 1929 o 1930), por una rebeld¨ªa perpetua, mortificando especialmente al sacerdote de Zapallar y llevando a cabo, con sus compinches, un¨¢nimemente simpatizantes de la revoluci¨®n bolchevique, todo tipo de diabluras y fechor¨ªas, incluyendo unos murales que hab¨ªa pintarrajeado en el frontis de¡ no estaba claro si era la iglesia o el ¨²nico hotel o a la entrada de una hacienda, instando a los campesinos a la desobediencia. Al parecer, poco despu¨¦s de eso el joven Matta hab¨ªa partido a Par¨ªs donde se inmiscuy¨® con Breton y los surrealistas, se hizo amigo de Picasso y del grupo de la revista Minotaure y fue descubriendo los vericuetos de un paisaje mental y emocional ¨²nico en la pintura contempor¨¢nea.
Aunque en los a?os que siguieron no llegu¨¦ a conocer personalmente a Matta (ni siquiera cuando vino a Chile varias veces a apoyar la revoluci¨®n democr¨¢tica de Salvador Allende), fui entrando, cada vez que pod¨ªa, en la intimidad de su pintura e ideas, y siempre encontraba, tal vez por influencia de esas primeras historias sobre sus barrabasadas, algo juguet¨®n y risue?o en sus im¨¢genes, aun las que evidenciaban un tr¨¢gico caos de colores.
Fue, desafortunadamente, la ca¨ªda de Allende y mi propio exilio lo que facilit¨® que llegara a conocer al ser humano detr¨¢s de esas picard¨ªas de Zapallar y esas maravillas que colgaban en las galer¨ªas del mundo. Ocurri¨® una noche de marzo de 1974 en Roma, donde hab¨ªa llegado yo para asistir al Tribunal Russell que Lelio Basso hab¨ªa armado para juzgar a Pinochet. El primer d¨ªa estuve dedicado a repartir material sobre esos cr¨ªmenes que le hab¨ªan llegado a la Resistencia Chilena desde el interior del pa¨ªs y en la noche, agotado por la larga jornada, estuve a punto de irme a dormir a la casa de un amigo cuando Cort¨¢zar y Garc¨ªa M¨¢rquez insistieron en que los acompa?ara a cenar a un restaurant de la Piazza Navona donde acudir¨ªan una serie de figuras legendarias, Glauber Rocha, Rafael Alberti y su mujer Mar¨ªa Teresa de Le¨®n y, claro, Roberto Matta. Mientras devoraba unos divinos raviolis, me deten¨ªa de vez en cuando para pincharme, a ver si estaba so?ando, pero no, no estaba preso en un delirio de ese pintor ni ning¨²n otro: todo era cierto. Y Matta result¨® tan travieso en la realidad cotidiana como lo hab¨ªa sido en su juventud en Zapallar. En cierto momento, discutiendo sobre el exilio y el retorno y el fascismo y otras yerbas, Mar¨ªa Teresa se par¨® y jur¨® que cuando Franco se muriera, ella entrar¨ªa por la Puerta del Sol, con el pelo suelto y absolutamente desnuda, montada en un caballo blanco, pero oye, hombre, tiene que ser blanco entero de la cola hasta las orejas, y tengo que estar desnuda; y Matta se par¨® y dijo, yo tambi¨¦n, yo tambi¨¦n voy a entrar en el mismo caballo y tambi¨¦n desnudo. Y al final de la noche, el gran generoso Roberto me invit¨® a que lo visitara en Tarquinia por unos d¨ªas, junto a Cort¨¢zar y la que era su mujer entonces, Ugn¨¦ Karvelis, editora insigne de Gallimard y amante de todas las causas latinoamericanas.
Era un convite al que no me pod¨ªa negar y le debo una de las experiencias m¨¢s memorables de Matta y su genio. No fue recorrer con ¨¦l decenas de sus cuadros en ese monasterio que hab¨ªa convertido en su hogar; no fue descender con ¨¦l a las tumbas etruscas cercanas y calibrar sus ideas sobre el erotismo y la muerte mientras analizaba las figuras en la Tomba della Fustigazione; ni siquiera fue presenciar el amor cotidiano y trastornante que le profesaba a su mujer Germania. Lo que m¨¢s me apasion¨® entonces y me sigue apasionando ahora, casi cuarenta a?os m¨¢s tarde, ocurri¨® la segunda, y ¨²ltima, ma?ana de nuestra estad¨ªa cuando Matta me llev¨® al jard¨ªn que quedaba detr¨¢s de su extendida casona y me mostr¨® una¡ supongo que la puedo llamar una escultura, pero era m¨¢s que eso: era un excusado / lavabo que el artista hab¨ªa forjado de un viejo tacho de basura. ¡°Un trono¡±, me dijo Matta, y habl¨® durante varias horas acerca de c¨®mo hab¨ªa que usar, para construir el nuevo mundo que so?¨¢bamos ¨¦l y yo y Cort¨¢zar y todos los artistas y todos los revolucionarios, c¨®mo era imprescindible usar los materiales viejos y desechables si hab¨ªa de crearse el mundo del ma?ana hoy mismo. Fue la primera vez que yo hab¨ªa vislumbrado la ecolog¨ªa ¡ªya no recuerdo si emple¨® la palabra precisa¡ª como un desaf¨ªo, la relaci¨®n con los escombros de la sociedad industrial como algo que incid¨ªa en el subconsciente y la pobreza y otro modo de vivir la vida de todos los d¨ªas.
Mi amistad con Matta sigui¨® durante los a?os que resid¨ª en Par¨ªs y luego en encuentros fugaces, como una tarde en que visitamos juntos las ruinas del gueto de Varsovia y Buchenwald y los esfuerzos conjuntos que hicimos para ayudar a los artistas chilenos y latinoamericanos perseguidos en sus tristes pa¨ªses, y tantas otras conspiraciones, pero lo que me queda de ¨¦l, lo que quiero recordar es ese trono que ¨¦l hab¨ªa esculpido de despojos y sobras, esa travesura tan seria en que su sentido del humor se cruzaba con una visi¨®n tan penetrante de lo que nos hace humanos, lo que nos tiene encadenados, lo que nos podr¨ªa salvar.
Con eso me quedo de Matta hoy, pr¨®ximo a¨²n el centenario de su nacimiento: la certeza de que el hombre que me mostr¨® aquellas obras ecol¨®gicas, el hombre que deslumbr¨® al mundo con sus p¨¢tinas de locura y que todav¨ªa nos deja boquiabiertos en tantos museos, ese hombre, al final de cuentas, segu¨ªa teniendo adentro el adolescente revoltoso que no quiso aceptar las reglas del juego cuando era joven y que las rompi¨® una y otra vez y otra vez m¨¢s hasta el ¨²ltimo d¨ªa de su vida ind¨®cil y danzante.
Ariel Dorfman (Buenos Aires, 1942, de nacionalidad chilena) es autor de la obra teatral Purgatorio, que se ha representado en las Naves del Espa?ol-Matadero, de Madrid.
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