Fot¨®grafo de guardia
Nueva York celebra el genio de Weegee con una selecci¨®n de sus m¨ªticas fotograf¨ªas de sucesos. Las im¨¢genes fueron tomadas entre 1935 y 1946
Quisiera uno imaginar c¨®mo era la mirada del ni?o Usher Fellig cuando vio por primera vez Nueva York, despu¨¦s de la traves¨ªa del Atl¨¢ntico en la bodega de un barco lleno de emigrantes pobres de Europa, despu¨¦s de haber abandonado su ciudad natal, Lvov, que entonces pertenec¨ªa al Imperio Austroh¨²ngaro y ahora es parte de Ucrania, en ese territorio que el historiador Timothy Snyder llama con acierto sombr¨ªo The Boodlands, las tierras de sangre asoladas por los genocidas nazis y los genocidas sovi¨¦ticos. El ni?o Usher Fellig viajaba a Nueva York con su madre y sus hermanos para encontrarse con su padre, que hab¨ªa emigrado unos a?os antes. Lo que uno quiere imaginar se parece inevitablemente al comienzo de una de las grandes novelas americanas de la emigraci¨®n, Ll¨¢malo sue?o, de Joseph Roth, que empieza con el encuentro del ni?o reci¨¦n llegado con su padre al que no recuerda, pero sin duda tiene mucha menos amargura. Nada m¨¢s llegar, y cuando todav¨ªa solo hablaba y¨ªdish y hebreo, a Usher Fellig sus padres le cambiaron el nombre para que sonara algo menos jud¨ªo y m¨¢s americano. Ahora se llamaba Arthur, pero sus ojos viv¨ªsimos y oscuros, su pelo turbulento, sus rasgos exagerados, no enga?ar¨ªan nunca a nadie acerca de su origen, ni siquiera cuando se hizo c¨¦lebre y volvi¨® a cambiar de nombre para llamarse Weegee, Weegee The Famous, o cuando recibi¨® una oferta de Hollywood y abandon¨® la mugre y la prisa de Nueva York para instalarse en California.
Su padre era un hombre piadoso que aspiraba a convertirse en rabino y se ganaba la vida vendiendo fruta en un carro ambulante por las calles pobres del Lower East Side. Con quince a?os el hijo no ten¨ªa la menor vocaci¨®n religiosa. Se coloc¨® muy pronto como ayudante de fot¨®grafo, haciendo recados, aprendiendo a revelar. Con una c¨¢mara de segunda mano y un pony alquilado sal¨ªa los d¨ªas de fiesta a hacer fotos a los hijos de los emigrantes, montados en el pony. Las saturaba de claridad al revelarlas, porque los emigrantes, jud¨ªos, italianos, polacos, quedaban m¨¢s contentos cuanto m¨¢s blancos salieran sus hijos en las fotograf¨ªas.
Pero el pony era muy caro de mantener y en la casa no hab¨ªa dinero para mantener a tantos hijos. El padre viv¨ªa tan embebido en sus devociones que descuidaba el triste negocio de la venta ambulante. A los 17 a?os Arthur Fellig se march¨® de casa y trabaj¨® en lo que fuera, fregando platos, barriendo suelos de tabernas, buscando una oportunidad para dedicarse de nuevo a la fotograf¨ªa. Dorm¨ªa en albergues para indigentes, en bancos de parques, en las estaciones de tren. Si a partir de mediados de los a?os treinta supo retratar con tanta verdad las vidas de la gente extraviada y marginada fue porque hab¨ªa sido uno de ellos. El cuarto en el que viv¨ªa durante la ¨¦poca de sus mejores fotos nocturnas parec¨ªa el de un indigente, o uno de esos lugares a los que ¨¦l mismo llegaba cuando acababa de suceder una desgracia o de cometerse un crimen.
Weegee era un Caravaggio de las fotos con ¡®flash¡¯, un tenebrista de la mala vida
Weegee era un Caravaggio de las fotos con flash, un tenebrista de la mala vida. En el International Center of Photography puede verse su gran c¨¢mara negra como un artefacto funerario y junto a ella un pu?ado de bombillas fundidas de flash. La exposici¨®n de Weegee que se inaugur¨® hace unas semanas lleva un t¨ªtulo que invent¨® y us¨® ¨¦l mismo, Murder Is My Business. Im¨¢genes muy familiares de malhechores, cad¨¢veres y escenas de crimen son lo que espera uno encontrar, pero lo que distingue al talento es que siempre desconcierta o desborda nuestra expectativa.
Ni a Weegee ni a ning¨²n gran artista hay que darlos por sabidos. Despu¨¦s de haber visto tantas veces sus fotograf¨ªas solo hoy me he dado cuenta de la compasi¨®n que hay en ellas, de un fondo confesional que se vuelve evidente cuando se comprende que esas calles por las que Weegee corr¨ªa queriendo llegar a la escena de un crimen antes que los dem¨¢s fot¨®grafos y hasta la polic¨ªa eran las de su mismo barrio, y que la gente que aparece en ellas, los muertos, los testigos, los transe¨²ntes que se vuelven un momento a mirar, los curiosos que se asoman a una ventana o a una terraza, son emigrantes pobres como ¨¦l. El cine de gangsters ha a?adido un lustre mentiroso al crimen. La est¨¦tica del cine negro le debe tanto a Weegee como a las pel¨ªculas del expresionismo alem¨¢n, pero Weegee, cuando se observan sus fotos con algo de atenci¨®n, es el reverso de esas negruras lacadas de Hollywood. Los asesinatos que ¨¦l retrata son asuntos de poca monta en los que la v¨ªctima suele ser un desgraciado, un cualquiera, un apostador sin ¨¦xito, un tendero de barrio que vende chucher¨ªas y cigarrillos sueltos, y que quiz¨¢s no pag¨® a tiempo una peque?a deuda. Un cad¨¢ver yace en la acera sucia medio tapado con unos peri¨®dicos, y se ve que ten¨ªa los bajos del pantal¨®n deshilachados, los calcetines cortos, los zapatos muy viejos. La pistola que tir¨® el asesino a sueldo al marcharse es una cosa irrisoria, casi como un llavero, una tosca imitaci¨®n de pistola.
Y los ladrones, los asesinos reci¨¦n detenidos, no son menos lamentables en su penuria. Son como esos borrachos antiguos que llevaban la ropa en desorden y el pelo sucio y quiz¨¢s se hab¨ªan reventado el labio o la nariz al caerse al suelo. Se les ve en las caras que vienen de la miseria y que van camino de la silla el¨¦ctrica, y que mientras tanto sirven de cebo para un titular de primera p¨¢gina o ni siquiera eso, para un suelto en la cr¨®nica de sucesos.
Esas calles eran las de su mismo barrio, y la gente que aparece en ellas son emigrantes pobres como ¨¦l
En sus autorretratos, con su palidez nocturna y su pelo tan oscuro imposible de peinar, con la corbata floja, con el traje arrugado, con el cigarro barato y salivoso en la boca, Weegee se parece a esa gente: alguna vez, por burla, se dej¨® fotografiar esposado, o de frente y de perfil delante de una cinta m¨¦trica, con un n¨²mero de detenido colgando del cuello. Parte de su talento consist¨ªa en mirar lo que no era obvio, en estar atento a las posibilidades del azar. Delante de un cine, polic¨ªas y curiosos rodean el cad¨¢ver de alguien que ha muerto en un accidente de tr¨¢fico, y Weegee retrocede para incluir en el plano la marquesina en la que se ve el t¨ªtulo de la pel¨ªcula, The Joy of Life. Un edificio arde y en mitad de la fachada, entre el humo y los chorros de agua de los bomberos, se ve un anuncio de salchichas: "A?adir solo agua hirviendo".
Y siempre hay gente que mira, gente asomada a todas las ventanas de una calle para ver el cad¨¢ver de ese tendero sin fortuna, rodeando a la v¨ªctima de un accidente, o a un gangster reci¨¦n ejecutado, acerc¨¢ndose para ver mejor a alguien que lleva unas esposas, gente pobre fascinada por el espect¨¢culo barato y accesible de la desgracia ajena, con esa avidez de las personas gastadas por el trabajo y la necesidad que no tienen muchas distracciones en la vida. Nadie ha retratado esas miradas codiciosas mejor que Weegee. Eran iguales a la suya.
Weegee: Murder Is My Business. International Center of Photography. Nueva York. Hasta el 2 de septiembre. www.icp.org.
antoniomu?ozmolina.es
Babelia
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