El grito del grito del grito
Siempre me pareci¨® bastante malo el famoso cuadro de Munch y tambi¨¦n peor que buena parte de su obra mejor conocida. No digamos ya si nos referimos al grueso del expresionismo alem¨¢n posterior a ¨¦l del que fueron autores los componentes del grupo llamado Die Br¨¹cke (El Puente). Pero resulta que, por unas u otras razones, El grito ha pasado de ser un cuadro a ser pasqu¨ªn y de ser una pintura al pastel a una postal amarga.
Nadie estaba m¨¢s amargado que el propio autor. Sus padres, muertos tempranamente de tuberculosis y ¨¦l, constipado cr¨®nico. La explicaci¨®n de las obras halla siempre la base m¨¢s firme en el genio y la salud del autor y no tanto en la genialidad o la finura del alma. De ah¨ª el br¨ªo y la fecundidad de Picasso, por ejemplo.
Hasta el 2 de mayo de 2012 el cuadro m¨¢s caro vendido en una subasta era uno de Pablo Picasso, pero ahora, en plena crisis, el r¨¦cord lo marca un psic¨®tico. Precisamente, mientras en el primer caso la puja es, en buena parte, por un lienzo estructurado, en el segundo es por un ejemplar deshilachado.
Pero no dir¨¦ nada m¨¢s de un cuadro que siempre me pareci¨® tanto una estampa de consultorio m¨¦dico como un raro logro escolar. En esa pinza de las manos tapando los o¨ªdos se desarrolla toda esta obra que, parad¨®jicamente, grita sin gritar nada de nada.
?Buscaba proveerse de este efecto el comprador o qu¨¦ buscaba exactamente el multimillonario de los 91 millones de euros? Sin duda buscaba el poder que el cuadro encierra, convertido tanto en un bien de cambio superlativo como en una leyenda cultural (incluso a pesar de su fe¨ªsimo marco) pero perseguir¨ªa tambi¨¦n adue?arse de una coartada.
El cuadro muestra una angustia y un pavor al modo del p¨¢nico que sufre la mayor¨ªa de nuestra sociedad ante la Gran Crisis. Esta angustia ser¨ªa ya similar a la n¨¢usea que en el Apocalipsis se atribuye a carnes blandas y tibias que, si han perdido su valor suculento, han ganado la catadura de mollas agonizantes. La temperatura no ha desaparecido del todo y queda all¨ª como testigo de su padecimiento. Este ser entibiado apenas puede quejarse y menos todav¨ªa gritar. Y, ciertamente, El grito conmueve viendo c¨®mo alguien que trata de chillar queda paralizado en su impotencia.
Pero, ?se tapa los o¨ªdos para no o¨ªr la hecatombe exterior? Desde esta opci¨®n, el cuadro no permitir¨¢ o¨ªr nada y es as¨ª, gracias a su afasia, como la pintura gana fama. La fama del ¨²ltimo grito.
Tambi¨¦n como en el caso de Dios, la voz no se oye. Su grandeza es tanta que Dios resultar¨ªa rid¨ªculo si se hiciera o¨ªr. Porque, ?qu¨¦ timbre posee la voz de Dios? Sencillamente la Voz de Dios es el Verbo y el Verbo no se expresa. No se verbaliza puesto que todo cuanto quepa pronunciarse pronunciado est¨¢. A los tiempos socialmente duros que caracterizaron el fin del siglo XIX (el cuadro fue pintado en 1893) corresponden los tristes momentos actuales de afon¨ªa en la revoluci¨®n.
La ciudadan¨ªa grita desesperadamente pero ya no es posible resumir su profundidad. El grito se convierte en un hoyo cuyo sonido basal no alcanza a la superficie. De la misma manera, el personaje de Munch es el de alguien (dicen los ex¨¦getas) que asiste a un espect¨¢culo tan horrendo que no puede aguantarse con todos los sentidos.
Justamente, el terror descrito en el Apocalipsis de San Juan llega a abrazar a esta ¨²ltima noticia de Sotheby¡¯s centrada en el grito sin sonido. Grito petrificado y puerilizado en el trazo que ya se halla dentro de la caja fuerte de un magnate.
En el Apocalipsis, el color amarillo-verdoso presente en el cuadro evoca al jinete de la muerte. Dentro de la caja fuerte se ha encerrado herm¨¦ticamente la enfermedad fatal y su relincho. ?Para que no termine nunca de vibrar? Efectivamente.
Acaso para que esta maldita enfermedad del mundo capitalista se prolongue todav¨ªa m¨¢s. Para que se desarrolle, quiz¨¢s, indefinidamente y, al cabo, ante el borde del abismo, no haya otro recurso que dejarse llevar por las vaharadas de sus aguas, cenagosas, falaces y corrompidas.
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