Cuando el juego es el Diablo
'Picas', primera parte de la incipiente saga de doce horas 'Juego de cartas' de Robert Lepage, es un fresco deslumbrante sobre el mundo de la ludopat¨ªa
Robert Lepage ha reinventado una manera de contar. Antes que sus comedias, escritas junto a sus actores (ayudados por un dramaturgo), nos sorprende la manera en que las pone en pie: nadie combina tan certeramente tecnolog¨ªa punta y trucos teatrales de siempre, que de puro antiguos y olvidados parecen nuevos. Picas, primera parte de su incipiente saga de doce horas Juego de cartas, es un fresco deslumbrante sobre el mundo de la ludopat¨ªa y de los juegos de azar, protagonizado por una pl¨¦yade de personajes que coinciden en un enorme hotel casino de Las Vegas el d¨ªa en que George Bush hijo le declar¨® la guerra a Sadam.
JUEGO DE CARTAS 1: PICAS
Dramaturgia: P. Bjurman sobre textos de los actores, el director y de Carole Faisant. Luz: L-X. Gagnon-Lebrun. Escenograf¨ªa: Jean Hazel. Direcci¨®n: Robert Lepage. Madrid. Circo Price. Del 9 al 13 de mayo.
Sobre un escenario circular registrable, de cuyas entra?as los actores emergen como por ensalmo para ser tragados de nuevo insospechadamente, Lepage y compa?¨ªa entretejen un d¨¦dalo de dramas protagonizados por ejecutivos, parejas en luna de miel, amantes reencontrados, prostitutas de hotel y sirvientes hispanohablantes sin papeles explotados hasta la extenuaci¨®n. En semejante dispositivo esc¨¦nico, el director quebequ¨¦s crea secuencias puramente cinematogr¨¢ficas con una variedad inusual de encuadres: la de la piscina, por ejemplo, donde se nos muestra a los actores solo de cintura para arriba, sumergidos en un hueco rectangular repentinamente abierto bajo las tablas.
Ese escenario port¨¢til, que Lepage y compa?¨ªa se llevar¨¢n por circos de todo el mundo a trav¨¦s de la Red 360 Grados de Espacios Esc¨¦nicos Circulares, es una variante prodigiosa de otros que le hemos visto, por ejemplo, a Philippe Genty: un inframundo del que emergen Hades y Proserpinas renovados, una chistera de la que sale un zorro con el conejo en la boca. Manejarse sobre ¨¦l es tarea que complica doblemente el inmenso trabajo de un sexteto de actores mutantes, que se multiplican aqu¨ª por cinco sin que el p¨²blico adivine la escasez de su n¨²mero ni el prodigioso ejercicio de fregolismo que protagonizan fuera de plano, encogidos debajo del escenario de apenas medio metro de altura, en medio de un barullo formidable y ordenad¨ªsimo de tramoyistas y utileros reptantes.
Hay en Picas historias centrales magn¨¦ticas, como la de Jeff, cuya boda con Marie-Eve es oficiada en la segunda escena por un grotesco clon de Elvis Presley, y la de Mark, creativo brit¨¢nico adicto al juego, que acaban enfrent¨¢ndose en una partida de naipes durante una escena muda genial donde se recrea con brillo el ambiente pulcro, tenso y un punto siniestro de una gran sala de juegos; otras subtramas, como las protagonizadas por el servicio del hotel, apenas esbozadas, ponen un contrapunto necesario. Alguna de ellas alcanza su final, otras lo apuntan solamente o quedan en el aire, esperando un desarrollo que no llega. Picas dura m¨¢s de tres horas que se pasan volando, aunque hay escenas de varios minutos que podr¨ªan resolverse en escasos segundos, como la de las dos cantantes de revista. Con unos recortes precisos en lugares evidentes, esta obra podr¨ªa ser uno de los arcos mejor tensados de Robert Lepage.
Pegas aparte, el espect¨¢culo tiene magia sobrada para mantenernos clavados en las butacas hasta el ¨²ltimo segundo y un valor a?adido: ahora que un multimillonario for¨¢neo con apoyos internos pretende aprovechar la crisis financiera para endosarnos un suced¨¢neo de Las Vegas, Picas ilustra de manera elocuente en que consiste el negocio propuesto y el tipo de consecuencias que traer¨¢.
El momento de los saludos nos brinda todav¨ªa un par de sorpresas. La primera es que donde cre¨ªamos que hab¨ªa un batall¨®n de actores solo hay seis, proteicos, infatigables y multiling¨¹es: Sylvio Arriola, N¨²ria Garc¨ªa, Tony Guilfoyle, Martin Haberstroh, Sophie Martin y Roberto Mori, que se desenvuelven por igual en ingl¨¦s, castellano y franc¨¦s, est¨¢n mejor en unos papeles que en otros, pero hacen un trabajo global tit¨¢nico y sobresaliente. La segunda sorpresa es la aparici¨®n inesperada del invisible coro de tramoyistas y utileros demiurgos que, tumbados sobre carras, dieron una vida prodigiosa al m¨¢gico bosque animado del escenario sin que intuy¨¦ramos su presencia siquiera.
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