Su Sarit¨ªsima
Si los cronistas de sociedad de hoy no entienden que una actriz se plante libre y deslenguada en el ¨²ltimo acto de su vida ?qu¨¦ tipo de personajes quieren?
Cuando la Montiel entra en el restaurante P¨¢mpano, todos los clientes saben que una celebridad ha hecho acto de presencia. Una vieja gloria latina, quiz¨¢ cubana, quiz¨¢ mexicana, una mujer con una gran historia marcada en el rostro. Nueva York es el mejor h¨¢bitat para mujeres que, a pesar de sus ochenta y tantos, no renuncian a un acaracolado pelo rojizo ni a pintarse los ojos como si en cualquier momento fueran a cantar cupl¨¦s o lucir tantas joyas como dedos se tienen en las manos.
En un primer momento, cuando Javier Rioyo, director del Instituto Cervantes en esta ciudad, me cede amablemente la silla al lado de la artista, me impresiona su mirada perdida, aunque ella misma me ofrece una explicaci¨®n: una operaci¨®n en la m¨¢cula le ha dejado grandes dificultades de visi¨®n, tantas como para tener que escuchar textos en vez de leerlos. Idas y vueltas en la vida de una mujer que hasta los 21 a?os no supo leer y se aprend¨ªa los papeles escuchando los textos. Fue Miguel Mihura, su primer amor, quien comenz¨® a ense?arle las letras en una cartilla. M¨¢s tarde, un pedag¨®gico Le¨®n Felipe decidi¨® terminar la faena en Puerto Rico: no soportaba que Antonia padeciera las limitaciones del analfabetismo.
Una operaci¨®n en la m¨¢cula ha causado a la actriz manchega grandes dificultades de visi¨®n
Es extraordinario c¨®mo van surgiendo de su boca nombres de gente ilustre a la que am¨® o trat¨®. No hay rasgo de vanidad en su relato. Tiene la seguridad de haber sido una diva deseada por muchos hombres: ¡°Mira que es dif¨ªcil llamar la atenci¨®n en Nueva York, pues yo tengo fotos que me hicieron por la calle en las que se ve c¨®mo la gente se daba la vuelta para mirarme¡±. Aqu¨ª, en esta ciudad que le gusta tanto como Madrid, vivi¨® el a?o 1954, y conoci¨® al que ser¨ªa el gran amor de su vida, Severo Ochoa, ¡°un caballero¡±. Un dandi al que le gustaba vestir como tal, disfrutaba con coches caros, dry martinis y mujeres como Sara. Hablaron por vez primera en la Embajada mexicana y el cient¨ªfico hizo cuanto pudo por propiciar un segundo encuentro que acab¨® (o empez¨®) a las cuatro de la ma?ana en la puerta del hotel Warwick.
Parece mentira preguntar a una actriz y que te responda sin reservas. Es, desde luego, una estrella de otros tiempos en los que las celebridades pod¨ªan disfrutar de una vida privada sin sentir su intimidad vulnerada a cada momento. Eso hizo de aquellas divas mujeres m¨¢s vividoras y menos medrosas a la hora de compartir recuerdos. Los suyos est¨¢n poblados de personajes brillantes, Ochoa, Mihura, Billie Holiday, Anthony Mann, Celia Cruz, Le¨®n Felipe o el mismo Pl¨¢cido Domingo, socio del restaurante mexicano en el que nos encontramos. Una Antonia de 16 a?os, que apenas hab¨ªa aparecido en el cine, iba todas las tardes al teatro Coliseo a escuchar a los padres de Pl¨¢cido cantar zarzuela. La compa?¨ªa advirti¨® su tozuda presencia y en adelante le dejaron una butaca reservada para ella.
Antonia, como todas las estrellas, ten¨ªa una madre. Una madre a la que pod¨ªa confiarle el tipo de vida que entonces no pod¨ªa permitirse una mujer normal en la Espa?a franquista. Una madre que, aun comprendiendo que las actrices estaban hechas de otra pasta, no dud¨® en marcarle en ciertos momentos unos r¨ªgidos l¨ªmites morales: se neg¨® a que Severo Ochoa se divorciara para casarse con su hija.
Jennifer L¨®pez ha mostrado inter¨¦s en llevar al cine la vida de Antonia Abad, la ni?a pobre de Montiel
Sara Montiel fue una excepci¨®n al puritanismo franquista. Su voluptuosidad, sus escotes, la lentitud provocadora con que abr¨ªa los labios cantando cupl¨¦s o boleros subi¨® la temperatura de un pa¨ªs que padec¨ªa una sensualidad precaria. Estas fueron las razones por las que un profesor de la Universidad de Cincinnati, Israel Rol¨®n-Barada, sentado tambi¨¦n a la mesa, pens¨® en integrar su figura en una investigaci¨®n sobre las mujeres de la posguerra. De acuerdo, nos explicaba, tenemos a Laforet, a Rosa Chacel, a Mart¨ªn Gaite, pero por qu¨¦ no a la primera actriz espa?ola que tuvo presencia internacional. Su imagen de mujer racial, integrante de esa nacionalidad inconcreta en la que nos agrupan a los hablantes de espa?ol, fue, sin duda, tan ic¨®nica como para aparecer en la c¨¦lebre careta de presentaci¨®n de la serie Mad Men. As¨ª que no es de extra?ar que en estos d¨ªas, de la mano de este acad¨¦mico la Montiel haya llenado las aulas de la Universidad de Cincinnati o los Cervantes de Chicago y Nueva York. Ha soltado, c¨®mo no, alguna perlilla impertinente y pertinente contra la prensa amarilla, que le ha respondido con alguna groser¨ªa referente a su edad y su extravagancia. Si los cronistas de sociedad de hoy no entienden que una actriz se plante libre y deslenguada en el ¨²ltimo acto de su vida, ?qu¨¦ tipo de personajes quieren? Nueva York est¨¢ lleno de viejas glorias enjoyadas que a los ochenta comienzan su almuerzo con un Margarita. Cabr¨ªa responder como hizo Cervantes a los ataques de Avellaneda, que lo llam¨® manco y viejo ¡°como si hubiera estado en mi mano haber detenido el tiempo¡¡±.
Lo que Montiel se merece es algo que en Espa?a escasea, un bi¨®grafo que se convierta en su sombra e investigue con seriedad esta vida ins¨®lita. Qui¨¦n sabe si su historia no se convertir¨¢ en pel¨ªcula antes de que esto suceda. Jennifer L¨®pez, la chica pobre del Bronx, ha mostrado inter¨¦s en llevar al cine la vida de Antonia Abad, la ni?a pobre de los campos de Montiel. Ser¨ªa un gran ep¨ªlogo para quien alcanz¨® el tratamiento de Su Sarit¨ªsima.
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