Supremo
Viviendo permanentemente en la incertidumbre y la duda, con el desasosiego y la inseguridad que ello provoca, sent¨ª un alivio grandioso cuando un monarca, condici¨®n opulentamente terrenal que obedece a un infalible designio de Dios, nos revel¨® en un discurso navide?o y torrencialmente humanista, que la justicia era igual para todos. Viniendo esa afirmaci¨®n de boca tan sabia y ecu¨¢nime despejaba para siempre no solo el enraizado escepticismo de la plebe o la c¨ªnica confirmaci¨®n de los poderosos de que la justicia ha tenido, tiene y tendr¨¢ distintos y l¨®gicos criterios al dictar sentencia sobre los delitos que cometen los ricos (aunque sus neuronas deben de ser ¨ªnfimas, cosa de pringaos, si se ven obligados a que les juzgue un tribunal) y los pobres. La frase del monarca tambi¨¦n niega esa sentencia transmitida a trav¨¦s de m¨²ltiples generaciones, esa ordinariez maximalista de que la sentencia siempre depender¨¢ del humor, los intereses o los caprichos del muy humano juez que te haya tocado en el juicio. Como si eso fuera una vulgar loter¨ªa, desconfiando de la sagrada objetividad y el anhelo de verdad que resulta inherente a la condici¨®n de juez.
Y puedes entender que los jueces normales se equivoquen alguna vez. O que sirvan ejemplarmente a sus due?os. O que su presunta ingenuidad facilite la huida de Espa?a del jefe de la Camorra Antonio Bardellino, el pobrecito en libertad bajo fianza. O que prescindan del odioso corporativismo para arruinar la carrera de Garz¨®n. Por exhibicionista, por chulo, por empe?arse en actuar como El Llanero Solitario contra una excesiva variedad de rufianes todopoderosos.
Pero lo que verdaderamente nos acojona al vulgo es el papado de la justicia, ese t¨ªtulo tan grandioso y con presumibles atributos divinos de presidente del Supremo y del Poder Judicial. Y aunque nuestra imaginaci¨®n tienda al delirio, no puede concebir que Yav¨¦h se haya pringado en algo tan lumpen como cargar a los ciudadanos las facturas de veinte viajes de sus vacaciones y a?adidos los gastos de su celoso s¨¦quito. Y los eternos malpensados y su ansia de alarma social creer¨¢n que si la justicia suprema se corrompe con esa migajas, tampoco desde?ar¨¢ que le ofrezcan tesoros. Que Dios se apiade de procer tan piadoso.
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