Ellas tambi¨¦n hicieron las Am¨¦ricas
El Nuevo Mundo no solo fue cosa de hombres Tras?las?huellas de Col¨®n viajaron mujeres ¨¦picas que han sido engullidas por el olvido Miles de espa?olas emigraron en el siglo XVI para explorar estas tierras
Isabel Barreto. La ¨²nica almiranta de Felipe II y su nombre no dice nada. Aventurera a la altura de Magallanes y Orellana. So?adora capaz de ajusticiar a un marinero desobediente y avisar a navegantes: ¡°Se?or, matadlo o hacedlo matar¡ y si no, lo har¨¦ yo con este machete¡±. Una de tantas mujeres que protagonizaron gestas ¨¦picas en el Nuevo Mundo y olvidos legendarios en el Viejo. Am¨¦rica no solo fue cosa de hombres. Pisando los talones de Col¨®n se movilizaron un tropel de pioneras como Isabel Barreto, recordadas en una exposici¨®n en el Museo Naval de Madrid cuyo t¨ªtulo lo dice todo: No fueron solos.
En 1595, tras enviudar, Isabel Barreto asumi¨® el mando de la expedici¨®n que hab¨ªa partido de Per¨² en busca de las islas Salom¨®n, donde ella y su marido, ?lvaro de Menda?a y Neira, ubicaban Ophir, un reino de oro y piedras preciosas, otro Eldorado de los tantos de la ¨¦poca. Ni le intimid¨® la idea de cruzar el Pac¨ªfico ni le atemoriz¨® hacerse cargo de una tripulaci¨®n de h¨¦roes y villanos a partes iguales, que conspiraban para amotinarse cada dos por tres, que a la m¨ªnima amenazaban con beber en la calavera del pr¨®jimo, que malviv¨ªan a fuerza de agua con cucarachas podridas y tortitas amasadas con el mar.
Barreto se puso a la altura de aquellos marinos que navegaban con la muerte enrolada entre ellos. ¡°Apenas hab¨ªa d¨ªa que no echasen a la mar uno o dos [cad¨¢veres], y d¨ªa hubo de tres y cuatro¡±, escribi¨® Pedro Fern¨¢ndez de Quir¨®s, piloto y cronista de la traves¨ªa. A ¨¦l debemos esta descripci¨®n de su jefa: ¡°De car¨¢cter varonil, autoritaria, ind¨®mita, impondr¨¢ su voluntad desp¨®tica a todos los que est¨¢n bajo su mando, sobre todo en el peligroso viaje hacia Manila¡±. En su b¨²squeda de las Salom¨®n se toparon con las desconocidas islas Marquesas, donde fondearon. No cabe duda de que Isabel Barreto desconoc¨ªa el desaliento. Con 7.000 millas n¨¢uticas a sus espaldas, el descontento de la tripulaci¨®n sopl¨¢ndole en el cogote y un marido reci¨¦n fallecido, orden¨® zarpar hacia Filipinas. Pocos discutir¨ªan sus cargos (almiranta, gobernadora de Santa Cruz y adelantada de las islas de Poniente) cuando avistaron Manila. All¨ª se casar¨ªa con Fernando de Castro, al que contagi¨® su arrebato y embarc¨® en otra enfebrecida traves¨ªa hacia las Salom¨®n.
No fue Barreto la ¨²nica protagonista de aquellos d¨ªas de choque de civilizaciones. Sin embargo, fuera del circuito acad¨¦mico apenas han trascendido sus historias. ¡°Mucho se ha hablado y escrito de la participaci¨®n del hombre, del caballo e incluso del perro en la conquista del Nuevo Mundo. Muy poco, sin embargo, acerca de la participaci¨®n de la mujer y de su important¨ªsima labor en todos los aconteceres de lo que supuso el descubrimiento, conquista y colonizaci¨®n de las tierras americanas¡±, escribe el historiador de la Universidad de Vermont Juan Francisco Maura en el libro Espa?olas de ultramar en la historia y la literatura, publicado por la Universidad de Valencia.
?Cu¨¢ndo fueron las primeras? De la mano de Col¨®n. En el tercer viaje del almirante (1497-1498) iban a bordo 30 mujeres a petici¨®n de los reyes Isabel y Fernando, aunque en los ¨²ltimos a?os, seg¨²n Maura, se ha constatado la presencia de embarcadas en el segundo (1493) y alg¨²n historiador sostiene que podr¨ªan haber participado en el primero (1492). Se desconoce con exactitud cu¨¢ntas partieron hacia Am¨¦rica porque muchas no figuran en los registros y otras viajaron ilegalmente, pero entre 1509 y 1607 se han contabilizado, seg¨²n la investigadora de la Universidad de Alicante Mar Langa Pizarro, 13.218 pasajeras. Emigraron muchas ¨Cel 36% de los inscritos¨C, y entre ellas, algunas poderosas. Mar¨ªa de Toledo, nuera de Crist¨®bal Col¨®n ¨Cse cas¨® con su hijo Diego¨C, fue virreina de las Indias Occidentales entre 1515 y 1520, aunque no le concedieron el permiso para dirigir la Armada y colonizar tierra firme despu¨¦s de la muerte de su esposo. Mar¨ªa sufri¨® prejuicios sexistas (no se libr¨® pese a sus redes familiares: era sobrina de Fernando de Arag¨®n) y practic¨® prejuicios raciales (en una carta da poderes para que le lleven a las Indias ¡°300 piezas de esclavos negros¡±). Bueno, en puridad hist¨®rica, no fueron tales, aclara el catedr¨¢tico de Historia Moderna Carlos Mart¨ªnez Shaw: ¡°En la ¨¦poca no hab¨ªa prejuicios racistas, simplemente los europeos ve¨ªan la esclavitud de los negros como la cosa m¨¢s natural del mundo¡±.
Una de las razones por las que se ha borrado la presencia femenina es mal¨¦vola: ¡°Para presentar a los espa?oles como una panda de piratas que solo buscan sexo y oro. Las mujeres humanizan el proceso¡±, expone Juan Francisco Maura, que achaca el silenciamiento al gran peso de la historiograf¨ªa anglosajona para contar la aventura americana hispana. ¡°En general presentan a los anglosajones como colonos, sin el matiz violento de la conquista, mientras que dibujan a los espa?oles como saqueadores y violadores que quer¨ªan hacerse ricos¡±, contrasta. Desde luego, subraya, las pioneras en llegar a Am¨¦rica no iban en el Mayflower en 1620. Hac¨ªa d¨¦cadas que miles de espa?olas de todo pelaje hab¨ªan recomenzado su vida al otro lado del oc¨¦ano. ¡°Y no solo en un segundo plano como muchos quieren pensar, sino a la vanguardia de una sociedad naciente¡±, aclara Maura.
En menos de un siglo emigraron 13.218 mujeres de variada clase. Todas se Iban "a valer m¨¢s", seg¨²n P¨¦rez Canto
Hubo armadoras como la sevillana Francisca Ponce de Le¨®n, que fleta su nao San Telmo a Santo Domingo 17 a?os despu¨¦s del descubrimiento; gobernadoras como Beatriz de la Cueva, que rigi¨® los destinos de Guatemala; innovadoras como Mar¨ªa Escobar, la primera en importar y cultivar trigo en Am¨¦rica; empresarias como Menc¨ªa Ortiz, que funda una compa?¨ªa para enviar mercanc¨ªas a las Indias en 1549, o feroces conquistadoras como la extreme?a In¨¦s Su¨¢rez, que embarc¨® en 1537 como servidora de Pedro de Valdivia y acab¨® siendo su amante y guerreando contra los araucanos en Chile, a cuyos caciques (presos) decapit¨® sin contemplaciones. No eran tiempos de convenciones que defendiesen derechos de prisioneros de guerra.
Parte del trasiego hacia Am¨¦rica se debe a una orden de la Corona (1515), que pronto oblig¨® a todos los cargos y empleados p¨²blicos a embarcarse con sus esposas. ¡°Las mujeres segu¨ªan a sus maridos, padres o hermanos o un alto funcionario con s¨¦quito o servicio, pero esto enmascara muchas situaciones, y a partir de 1550, m¨¢s o menos, muchas viajaron solas buscando el c¨®nyuge que no siempre encontraron o llevadas por otros bajo f¨®rmulas muy distintas, criadas, amigas, institutrices. Todas, fuera cual fuera su posici¨®n, llegaron a Am¨¦rica a valer m¨¢s¡±, sostiene Pilar P¨¦rez Canto, catedr¨¢tica de Historia y coordinadora, junto a Asunci¨®n Lavr¨ªn, del volumen La historia de las mujeres en Espa?a y Am¨¦rica Latina (C¨¢tedra).
El sue?o transoce¨¢nico contagi¨® a toda la poblaci¨®n. Las solteras no se arredraron: fueron el 60% de las que emigraron. Ricas, pobres, religiosas, prostitutas o aventureras con certificado de buena conducta, imprescindible para viajar legalmente. Las trabas migratorias no son un invento moderno: en una real c¨¦dula de 1549 se prohib¨ªa el viaje de ¡°jud¨ªos y moros conversos, reconciliados con la Iglesia, hijos y nietos de quemados por herej¨ªa, extranjeros nacidos fuera de los territorios del imperio espa?ol y esclavos blancos y negros sin licencia especial¡±. Tampoco los subterfugios ni los burladores de la ley son modernos¡ ni masculinos (en exclusiva). Francisca Brava hizo las Am¨¦ricas sin dejar tierra firme. En un documento del Archivo de Indias se da cuenta de su negocio: ¡°Quien quiera comprar una licencia para pasar a las Indias, v¨¢yase entre la puerta de San Juan y de Santiesteban, al camino que sale a Tudela, cabo de una puente de piedra, y all¨ª pregunte por Francisca Brava, que all¨ª se la vender¨¢¡±.
Lo que las une a todas, seg¨²n Carolina Aguado, comisaria de la exposici¨®n del Museo Naval de Madrid, son sus narices. ¡°Eran mujeres de armas tomar. Abandonan un pa¨ªs en el siglo XVI y una sociedad donde la mujer era un cero a la izquierda y se meten en un barco cuando esos viajes eran terror¨ªficos, con riesgo de pirateo y naufragio para llegar a una sociedad que no conoc¨ªan¡±. A la comisaria le impresiona la peripecia de Menc¨ªa Calder¨®n, que viaja con sus tres hijas y toma las riendas de la expedici¨®n al fallecer su marido, Juan de Sanabria: ¡°Tardan seis a?os en llegar a Asunci¨®n, afrontan una tempestad, les atacan piratas y luego los indios tupis, ella pierde a una hija, y cuando en Brasil no les dejan volver a embarcar, se pone al frente del grupo que cruza el Mato Grosso. Del medio centenar de mujeres que hab¨ªan zarpado llegan solo diez¡±. La gesta de Calder¨®n se ha popularizado en los ¨²ltimos a?os gracias a la novela de Elvira Men¨¦ndez El coraz¨®n del oc¨¦ano (Temas de Hoy), que ha inspirado una serie que emitir¨¢ Antena 3, con Ingrid Rubio, Clara Lago y Hugo Silva en el reparto.
Cada d¨ªa de la expedici¨®n que dirigi¨® Isabel Barreto "echaban uno o dos cad¨¢veres al mar"
Uno de los testimonios femeninos m¨¢s notables en la conquista americana fue narrado en primera persona por Isabel de Guevara, una de las fundadoras de Asunci¨®n y Buenos Aires, en una carta enviada a la princesa Juana, hermana de Felipe II, el 2 de julio de 1556, que se conserva en el Archivo Hist¨®rico Nacional. En ella detalla las penalidades sufridas por los 1.500 hombres y mujeres del grupo que encabez¨® Pedro de Mendoza hasta el r¨ªo de la Plata. ¡°Al cabo de tres meses murieron mil, esta hambre fue tama?a que ni la de Jerusal¨¦n se le puede igualar, ni con otra ninguna se puede comparar. Vinieron los hombres en tanta flaqueza, que todos los trabajos cargaban de las pobres mujeres, as¨ª lavarles las ropas, como curarles, hacerles de comer lo poco que ten¨ªan, limpiarlos, hacer centinela, rondar los fuegos, armar las ballestas cuando algunas veces los indios les vienen a dar guerra (¡), dar arma por el campo a voces, sargenteando y poniendo en orden los soldados (¡). Si no fuera por ellas, todos fueran acabados; y si no fuera por la honra de los hombres, muchas m¨¢s cosas escribiera con verdad y los diera a ellos por testigos¡±.
La investigadora Mar Langa, que ultima el libro Mujeres de armas tomar, que editar¨¢ Servilibro en Paraguay, cree que ¡°probablemente¡± lo que omite es el canibalismo, detallado por testigos que sobrevivieron a la hambruna. En Viaje al r¨ªo de la Plata (1567), el b¨¢varo Ulrico Schmidl narr¨® lo siguiente: ¡°Tres espa?oles se robaron un roc¨ªn y se lo comieron sin ser sentidos, mas cuando se lleg¨® a saber los mandaron prender e hicieron declarar con tormento; y luego que confesaron el delito los condenaron a muerte en la horca (¡). Esa misma noche, otros espa?oles se arrimaron a los tres colgados en las horcas y les cortaron los muslos y otros pedazos de carne (¡) para satisfacer el hambre¡±.
Los archivos espa?oles tutelan historias similares. Maura destaca que son un territorio inexplorado, ¡°formidable pero sin catalogar¡±. No sabemos lo que no sabemos. Una cosa s¨ª: cada documento deteriorado (y sin digitalizar) esparce una nube de amnesia sobre el pasado. Gracias a los archivos conocemos cu¨¢ndo se fundaron el primer convento y el primer prost¨ªbulo, aunque no lo hicieran precisamente en este orden. Cuatro beatas que hab¨ªan viajado con Hern¨¢n Cort¨¦s abrieron las puertas del primer monasterio femenino (en el que acabar¨ªan ingresando dos nietas del emperador Moctezuma) en Ciudad de M¨¦xico en 1540. Para entonces la primera ¡°casa de mujeres p¨²blicas¡± autorizada por la corona espa?ola era ya una instituci¨®n consolidada en la ciudad de Santo Domingo, desde que el rey aprob¨® su construcci¨®n en agosto de 1526, ¡°por la honestidad de la ciudad y mujeres casadas de ella y por excusar otros da?os e inconvenientes¡±.
Tras compartir 11 meses ag¨®nicos, Ana de Ayala enterr¨® a Orellana junto al Amazonas
Viajaron rameras, pero no todas las aventureras eran meretrices como a veces algunos interpretan. Alfonso D¨¢vila, director del Archivo General de la Administraci¨®n, investig¨® la biograf¨ªa de la sevillana Ana de Ayala, esposa de Francisco de Orellana, para una exposici¨®n sobre la exploraci¨®n del Amazonas. ¡°Es una de las grandes inc¨®gnitas de la historia de Espa?a, unos la convierten en noble y otros en prostituta que vive amancebada con Orellana en Sevilla mientras prepara la segunda incursi¨®n en el Amazonas, debi¨® de ser una mujer de clase media, de grandes reda?os, porque se cas¨® en contra de todos con Orellana¡±, explica D¨¢vila.
Orellana y Ayala zarparon en 1544 a pesar de las ¨®rdenes de cancelar la traves¨ªa. La flota, que sali¨® con 400 hombres y cuatro capitanes, se diezm¨® nada m¨¢s llegar a Cabo Verde, ¡°posiblemente por el agua corrompida y la falta de provisiones¡±. Orellana desoy¨® todos los presagios que anticipaban el desastre y dividi¨® el menguado grupo en dos lanchas con las que embocaron el Amazonas. Surcaron el gran r¨ªo durante 11 meses, perdidos, extingui¨¦ndose uno tras otro, incluido Orellana, al que Ana de Ayala enterr¨® en la orilla izquierda, bajo la sombra de un ¨¢rbol. Sobrevivieron 44 personas, entre ellas la sevillana, que tuvo la valent¨ªa de afear al rey que la falta de medios les hab¨ªa precipitado al fracaso.
Quiz¨¢ la ¨²nica trayectoria que se impuso al olvido fue la de Catalina de Erauso, la singular monja alf¨¦rez. Su asombrosa vida se transmiti¨® y agrand¨® en diversas obras, que es la v¨ªa m¨¢s directa para abrirse un hueco en la eternidad. Erauso, novicia en un convento espa?ol, zarp¨® para Am¨¦rica, donde luch¨® vestida de soldado en un sinf¨ªn de combates que acabaron granje¨¢ndole el respeto de compa?eros y superiores. Todas sus vulneraciones de la norma fueron toleradas. Incluida su sexualidad, porque Erauso jam¨¢s ocult¨® sus preferencias: ¡°A pocos d¨ªas me dio a entender que tendr¨ªa a bien que me casase con su hija, que all¨ª consigo ten¨ªa; la cual era muy negra y fea como un diablo, muy contraria a mi gusto, que fue siempre de buenas caras¡±. Lo dej¨® escrito en sus memorias hace casi cuatrocientos a?os, poco antes de coger de nuevo otro barco para Am¨¦rica.
La exposici¨®n ¡®No fueron solos¡¯ podr¨¢ visitarse en?el?Museo Naval de Madrid desde el 21 de mayo hasta el 30 de septiembre.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.