El pintor que congeló el vacío de la vida urbana
El museo Thyssen acoge una gran exposición sobre el artista estadounidense
Es el pintor de la arquitectura, de la melancolía, del erotismo de lo desconocido, de la complejidad de las relaciones interpersonales, del Nueva York de la Gran Depresión. Autor de una obra indisolublemente ligada al cine, a la fotografía y a la literatura del siglo XX, Edward Hopper (Nyack, 1882-Nueva York, 1967) es el gran ilustrador de la vida cotidiana en Estados unidos. El Manhattan de entreguerras, los bungalós de Cape Cod, la soledad compartida en la habitación de un hotel, las mujeres de mirada perdida son algunos de los temas más conocidos de un artista que alcanzó el reconocimiento pleno solo al final de su vida. Tan amado como desconocido en Europa, son contadas las exposiciones que se le han dedicado hasta el momento. Gracias a una laboriosa coproducción entre los Museos Nacionales de Francia y el Thyssen puede verse la retrospectiva titulada simplemente Hopper, con 40 óleos (pintó 100) prestados por instituciones públicas y privadas de todo el mundo junto a una docena de grabados y treinta acuarelas. El Thyssen cuenta en su colección permanente con una de las pinturas más importantes del artista, Habitación de hotel (1931) [arriba, en la foto]. También se incluye un paisaje marino propiedad de Carmen Thyssen, El Martha Mckeen de Wellfleet (1944).
La exposición arranca con uno de sus escasos autorretratos (1925-1930). Entre marrones y azules, Hopper mira de manera distante y esboza una sonrisa congelada. Sus biógrafos le describen como un hombre alto, desgarbado, parco en expresión y de principios irreconducibles. Las fotografías de la época le muestran siempre son un cigarrillo en la mano, vestido con trajes anchos y luciendo sombrero. Contra viento y marea mantuvo su realismo pictórico al margen de modas y presiones de galeristas o directores de museos. Con poco más de treinta a?os, en 1913, logró vender una acuarela, Velero, de 1911. Un a?o después, vendió otro, La mansarda, al museo de Brooklyn. Hasta que cumplió los 43 a?os, no volvió a vender nada más. Los coleccionistas que luego matarían por contar con algo suyo, todavía no se habían fijado en él. Sobrevivió casi tres décadas como ilustrador de revistas y carteles. Mientras, siguió pintando una obra que John Updike, el gran cronista de la clase media norteamericana califica de estoica, luminosa, clásica, calmada.
De Rembrandt estudió el tratamiento de la luz para modificar atmósferas en sus grabados
Tomàs Llorens, comisario de la exposición junto a Didier Ottinger, director adjunto del Pompidou, (Hopper se exhibirá en París en oto?o) ha organizado la muestra en función de las etapas creativas del artista. Explica que han sido tres a?os de ingentes gestiones para conseguir los préstamos y que al final cuentan con casi todo lo que necesitaban. Una gran ausencia es Nighthawks (1942), sin duda su obra más célebre, inspiradora de películas como El final de la violencia, de Win Wenders. Pero el museo de Chicago no ha querido desprenderse de ella, pese a la mediación del embajador de Estados Unidos en Espa?a.
La primera parte de la exposición se vuelca en los inicios como pintor y en su interés temprano por la arquitectura y los escenarios teatrales y cinematográficos. Su forma de entender el realismo moderno la aprende en el estudio del también pintor Robert Henri, inspirador del movimiento Ash Can, de artistas interesados en contar la vida cotidiana de las calles de Nueva York con el máximo realismo (George W. Bellows es una de sus grandes figuras). Son los a?os en los que viaja en tres ocasiones a Europa. En París permanece durante un a?o y Degas y Monet se convierten en sus auténticos maestros. "Pero también Rembrandt y Velázquez", explica Llorens. Del holandés estudia el tratamiento de la luz para modificar atmósferas en los grabados. "Es de los grandes maestros de los que aprende a dotar al cuadro de un punto de fuga que da a sus composiciones un enfoque totalmente cinematográfico".
Los grabados
Los grabados forman una de las partes más impactantes del recorrido. En ellos, acentúa los contrastes entre luces y sombras recurriendo a las tintas más densas sobre los papeles más blancos, y le sirven para adelantar sus grandes temas posteriores: las mujeres melancólicas Viento de tarde, de 1921; la fea arquitectura victoriana de comienzos de siglo (La casa solitaria, 1922) o sus personales encuadres (Sombras nocturnas, 1921). Las casas victorianas son también el tema que desarrolla en sus primeras acuarelas.
Pero la fascinación por los impresionistas, de los que aprenderá a resolver las formas con gruesas pinceladas, técnica que suma a lo adquirido en la escuela de Robert Henri, hace que sus compatriotas le consideren un punto afrancesado, algo que en el periodo de entreguerras era indigerible para el americano medio. La participación de EE UU en la Primera Guerra Mundial provoca tan reacción antifrancesa que los artistas optan por lo políticamente correcto y por plasmar victoriosos desfiles en sus telas.
Para conseguir los préstamos han sido necesarios tres a?os de gestiones
Cada crítico o historiador puede se?alar cual es, según él, la obra con la que Hopper se convierte en Hopper. Llorens tiene dos opciones. Una es Soir Bleu (1914), prestada por el Whitney Museum, en la que en un ambiente circense, Hopper se autorretrata e introduce a Van Gogh en el cuadro. El pintor holandés es en ese momento su dios creativo. La otra obra, bien posterior, es Casa junto a la vía del tren (1925), el inquietante caserón que Alfred Hitchcock recreó para alojar la locura de Norman Bates en Psicosis. Este mismo cuadro fue el origen de la colección de arte contemporáneo del MoMa de Nueva York, gracias a la donación del mecenas multimillonario Stephen Clark. Curiosamente, Clark insistió en Hopper porque quería que el conjunto tuviera una base esencialmente americana, pero quienes a él le conmovían eran los franceses, sobre todo Renoir.
La etapa de madurez prosigue con los desoladores paisajes urbanos de Manhattan. Edificios como moles en los que la presencia humana se limita una leve cabecita en una ventana. Toda su vida, desde 1910, vivió en Washington Square, en una casa que solo abandonaba en vacaciones o fines de semana para descansar en Nueva Inglaterra, en Cape Cod, en un edificio blanco con tejado de pizarra, profusamente retratado. En 1924 se casó con Josephine Nivison. La pareja no tuvo hijos. Jo fue su modelo en la mayor parte de sus obras y también su biógrafa y administradora.
Sigue luego una especie de apoteosis de sus cuadros más celebrados, muchos de ellos reproducidos hasta la saciedad. El Loop del puente de Manhattan (1928), Dos en el patio de butacas (1927), Sol de ma?ana (1952), Hotel junto al ferrocarril (1952), Gente al sol (1960), Oficina en Nueva York (1962)... La exposición acaba con su última obra, Dos cómicos (1966). Sobre el escenario, Pierrot y Pierrette inclinan sus cabezas despidiéndose de los espectadores. Los actores son él y su mujer. Cuando termina de pintar el cuadro, reingresa en el hospital neoyorquino del que había salido para terminar su trabajo y muere. Comienza entonces el auténtico reconocimiento mundial del artista que supo pintar como nadie la América de la Gran Depresión.
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