Juan Luis Galiardo se despide de ustedes
Para el fallecido actor, nada personal importaba salvo el arte
La ¨²ltima vez que Juan Luis Galiardo actu¨® en p¨²blico fue la noche del 30 de enero, en el Olivar de Castillejo, un hermoso jard¨ªn casi clandestino de Madrid. Yo acababa de publicar un libro de poemas, Nostalgia de Odiseo, y un mes antes le hab¨ªa llamado para pedirle que lo leyera en la presentaci¨®n.
Me cit¨® en su casa el 25 de diciembre, a las 10 de la ma?ana. Me abri¨® la puerta vestido con un albornoz rosa, cruzado en torno a su pecho poderoso de nadador, del que sobresal¨ªan las piernas desnudas. Chist¨¢ndome para no despertar a su mujer, pues la noche anterior hab¨ªan estado en la misa del gallo y se hab¨ªan acostado tarde, me llev¨® al sal¨®n y me habl¨® de religi¨®n, de pol¨ªtica, de cultura, de su familia, de mi padre, a quien ¨¦l adoraba, de V¨ªctor y Ana Bel¨¦n, que viv¨ªan muy cerca, de su trabajo como actor, del c¨¢ncer que cre¨ªa haber superado. Finalmente, abri¨® el libro y comenz¨® a leer. Entonces todo desapareci¨® y reson¨® una voz m¨¢s grande que ¨¦l, m¨¢s grande que nosotros, y todo adquiri¨® sentido: el piso, la hora, el albornoz, mi confusi¨®n... Y yo escuch¨¦ lo que hab¨ªa escrito como si nunca lo hubiera o¨ªdo.
Juan Luis acept¨®, con enorme generosidad, leer en la presentaci¨®n y tan solo me pidi¨® que invitara a tres hermanos suyos que viven en Madrid: Vivi, Juan Arturo y Sole. Lleg¨® la noche de la lectura y, antes de salir a la sala donde nos esperaban, entre otros, sus hermanos, se retir¨® conmigo a una habitaci¨®n contigua, me hizo cerrar los ojos y, sujet¨¢ndome las manos, dijo que la lectura que ¨ªbamos a realizar era un acto de generosidad en el que no ten¨ªan cabida los egos, en el que solo ¨¦ramos mensajeros de algo m¨¢s grande, en el que nada personal importaba salvo el arte. Luego abri¨® los ojos y exclam¨®: ¡°?Vamos!¡±.
Tan pronto sali¨®, brome¨® con los asistentes, reconvino a una persona a quien le son¨® el m¨®vil y luego comenz¨® a leer y su voz inmensa sali¨® de la sala y reson¨® entre los olivos como si invocara a Pen¨¦lope, mientras todos le mir¨¢bamos hipnotizados. Si exist¨ªa una voz capaz de resucitar a los muertos, era la suya.
M¨¢s tarde me enter¨¦ de que aquella misma ma?ana hab¨ªa ido al onc¨®logo para una revisi¨®n y hab¨ªa escuchado lo que nunca hubiera querido o¨ªr.
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