G¨®tico sure?o
William Faulkner estaba convencido de que tan creativo debiera ser el trabajo del lector como del escritor. El viernes se cumplen 50 a?os de su muerte
En el verano de 1996, y tras varios meses de minuciosa preparaci¨®n, emprend¨ª con mi mujer un viaje inolvidable. La meta era Oxford (Misisipi), pero nuestro objetivo era recorrer, lo m¨¢s minuciosamente posible, la geograf¨ªa f¨ªsica y espiritual de las novelas de Faulkner. Siempre he sido un poco mit¨®mano con los escritores que me gustan, sobre todo con los muertos (con la mayor¨ªa de los vivos, cuyos m¨¦ritos literarios no siempre consigo disociar de su comportamiento como personas, me he llevado abundantes chascos). En cuanto a mi pasi¨®n literaria por Faulkner, supongo que se debe a que, despu¨¦s de DeFoe y Cervantes, a quienes le¨ª (por ese orden) en mi adolescencia, ha sido el escritor a quien m¨¢s he identificado con la gloria de la novela como g¨¦nero mestizo, proteico e inclasificable.
Sobre aquel viaje publiqu¨¦ en la Revista de Occidente un peque?o travelogue que, m¨¢s tarde, Javier Mar¨ªas decidi¨® generosamente incluir en Si yo amaneciera otra vez (Alfaguara, 1997), su libro-homenaje al autor de Mississippi. He vuelto a leer aquel relato y recordado lo mucho que me sorprendi¨® entonces el llamativo olvido en que sus conciudadanos adoptivos (hab¨ªa nacido en la vecina New Albany) manten¨ªan al que sin duda es su hijo m¨¢s ilustre (Premio Nobel en 1949). En 1996, un a?o antes de que el mundo conmemorara su centenario, Faulkner era all¨ª casi un desconocido, una especie de nebuloso icono local cuya casa (Rowan Oak) era visitada ¨²nicamente por algunos admiradores y profesores extranjeros. Recuerdo que, salvo un peque?o callej¨®n que llevaba su nombre, no encontr¨¦ placas ni monumentos conmemorativos. Y que, cuando averig¨¹¨¦ (gracias al se?or Parks, el peluquero local) que estaba enterrado en el cementerio de St. Peter, me cost¨® dar con su tumba, desprovista de toda especial indicaci¨®n o referencia.
Siempre he cre¨ªdo que la mejor novela de Faulkner es El ruido y la furia (1929), a la que el escritor, consciente de las dificultades que ofrec¨ªa su estructura, calific¨® en alguna ocasi¨®n de ¡°espl¨¦ndido fracaso¡±. La empez¨® a escribir en 1928, cuando ya hab¨ªa publicado sus dos primeras novelas y varios editores hab¨ªan rechazado la tercera (Banderas en el polvo, luego transformada en Sartoris). Aquel rechazo actu¨® como est¨ªmulo para que el joven Faulkner, admirador de Cervantes y Dickens, pero tambi¨¦n de los modernistas Eliot, Joyce y Woolf, se decidiera a tirar por la calle del medio, desentendi¨¦ndose felizmente de las imposiciones y consejos de los publishers: ¡°Tuve la sensaci¨®n de que se hab¨ªa cerrado una puerta entre m¨ª y los editores y las listas de libros. Y, me dije, ¡®ahora puedo escribir¡±.
En El ruido y la furia est¨¢ todo Faulkner. Esa magn¨ªfica historia de ruina y desolaci¨®n de una familia disfuncional y decadente es quiz¨¢s el m¨¢s acabado ejemplo de lo que se ha llamado ¡°g¨®tico sure?o¡±, un espec¨ªfico subg¨¦nero en el que han brillado escritores como Eudora Welty, Carson McCullers, Tennessee Williams, Flannery O¡¯Connor, Erskine Caldwell, Truman Capote o, m¨¢s cerca, Cormac McCarthy. El Sur militar y moralmente derrotado al que no hab¨ªan sabido adaptarse sus antiguas familias patricias es el marco en el que Faulkner sit¨²a a sus desolados personajes de fin de raza. Los cuatro diferentes puntos de vista, las vertiginosas elipsis, los saltos temporales y espaciales a trav¨¦s de los que nos va contando una historia inmortal no son vacuos ejercicios de virtuosismo literario, sino opciones literarias e, incluso morales (como los travellings para Godard), de un modernista convencido de que tan creativo debiera ser el trabajo del lector como el del escritor. En una ¨¦poca en la que la narratividad parece mayormente secuestrada en historias literariamente ancladas (en el mejor de los casos) en el siglo XIX, aquel ¡°espl¨¦ndido fracaso¡± sigue abriendo caminos y mostrando las posibilidades de la novela no solo como g¨¦nero, sino tambi¨¦n como instancia imprescindible del conocimiento humano. Como todos lo cl¨¢sicos, El ruido y la furia tiene la virtud de seguir revel¨¢ndose a cada nueva lectura. Y a cada generaci¨®n de lectores.
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