Barojiana 2012
A?o de Londres y de Dickens. A menos de 10 d¨ªas de la inauguraci¨®n de los Juegos Ol¨ªmpicos, los primeros que alberga la capital brit¨¢nica desde los muy austeros de 1948, cuando todav¨ªa estaban presentes los destrozos y las heridas de la guerra, no me resisto a recordarles la m¨¢s londinense de las novelas de nuestro autor m¨¢s dickensiano: La ciudad de la niebla.
Baroja la public¨® en 1909, como segunda parte de lo que ser¨ªa la trilog¨ªa de La raza. Hab¨ªa ¡°rodado exteriores¡±, es decir, tomado nota de ambientes y personajes, en el viaje que realiz¨® a la capital brit¨¢nica en 1906, movido, entre otras cosas, por su entusiasmo hacia la literatura inglesa, ¡°especialmente por las novelas de Dickens¡±. En la secci¨®n correspondiente de sus memorias Desde la ¨²ltima vuelta del camino, Baroja deja constancia, a su modo sentimentalmente minimalista, de la impresi¨®n que le produjo aquella monstruosa urbe (¡°la mayor y m¨¢s grande de la tierra¡±, como la defini¨® Conrad en El coraz¨®n de las tinieblas, 1902) en la que se daban la mano el lujo extremo y la tremenda miseria de los slums obreros. El Londres eduardiano prefiguraba en el imaginario de las gentes lo que ser¨ªan las megal¨®polis del futuro: impresionantes muelles a los que llegaban mercanc¨ªas de todos los lugares de la tierra, gigantescos hoteles para acoger a visitantes de todo el mundo, cicl¨®peos almacenes (Harrod¡¯s, Whiteley¡¯s) rebosantes de toda clase de productos, trenes subterr¨¢neos, calles resplandecientes de luz el¨¦ctrica, cinemat¨®grafos, tranv¨ªas, tr¨¢fico infernal en las calles. Una moderna Babilonia en la que pod¨ªan ambientarse todas las historias.
Baroja tom¨® nota de ambientes y personajes en un viaje a Londres, movido por su entusiasmo hacia la literatura inglesa
Baroja guard¨® buen recuerdo de todo lo que vio y lo plasm¨® posteriormente en La ciudad de la niebla. Sus protagonistas ¡ªel radical, pero cobarde doctor Aracil y su intr¨¦pida hija Mar¨ªa¡ª han recalado all¨ª tras una complicada peripecia que se inicia en La dama errante (1908), primera parte de la trilog¨ªa. Son tr¨¢nsfugas de un Madrid en el que la polic¨ªa a¨²n investiga las complicidades del frustrado regicida Mateo Morral. Mar¨ªa y su padre viven primero en un hotelito de Bloomsbury, un barrio que todav¨ªa carec¨ªa del aura de glamour escandaloso que le conferir¨ªan Virginia Woolf y sus amigos. Luego, cuando el ego¨ªsta Aracil la abandona, Mar¨ªa se traslada a la hoy desaparecida Little Earl Street, muy cerca de la actual plazuela de Seven Dials, en uno de los extremos del Soho. Desde all¨ª, deambula por ese Londres (iluminado ¡ªen el mejor de los casos¡ª, por un ¡°disco p¨¢lido y acatarrado¡±) y se relaciona con una abigarrada galer¨ªa de personajes, incluyendo una abundante porci¨®n de difusos conspiradores y pintorescos anarquistas, lo que le permite a Baroja mostrar la evoluci¨®n (pesimista) de una de sus hero¨ªnas m¨¢s independientes y, de paso, bosquejar con muy pocos trazos una estupenda n¨®mina de tipos dickensianos, entre los que destaca el exc¨¦ntrico Samuel Cobb, el anarquista Baltasar, el jud¨ªo Jon¨¢s o el ¡°quijotesco¡± criado Percy Damby.
Adem¨¢s de por su inter¨¦s literario, la novela todav¨ªa puede leerse como una gu¨ªa muy personal de aquel Londres parcialmente sepultado por sucesivas remodelaciones urbanas, pero en el que a¨²n subsisten no pocos de los rincones dickensianos que busc¨® y, luego, plasm¨® Baroja. Si pueden permitirse el lujo de viajar estos d¨ªas a la capital del T¨¢mesis y olvidar por un rato los bochornosos recortes veraniegos, no olviden incluir la novela de Baroja en su equipaje.
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