En viaje de estudios
En un paisaje de horizonte limpio se ve el edificio que Pedrosa y Paredes idearon para cubrir las ruinas de la villa romana de La Olmeda. En el interior de su edificio de principios del siglo XXI, la villa del siglo IV parece preservada como dentro de un cofre
Yendo con gente que sabe, uno aprende a mirar. Viajo en coche, Castilla arriba, con una pareja de arquitectos. Vamos a ver una villa romana del siglo IV que est¨¢ cerca de Palencia, pero desde la salida de Madrid ya me est¨¢n induciendo a ejercer la facultad de mirar de una cierta manera, prestando atenci¨®n a cada detalle del paisaje, si es que esa palabra puede aplicarse todav¨ªa a una gran parte de lo que se ve viajando por Espa?a, a esas afueras indeterminadas en las que se disgregan las ciudades. Salir de Madrid es adentrarse o alejarse en una proliferaci¨®n que ya no es la ciudad pero que tampoco es el campo, y que re¨²ne extra?amente dos formas de desolaci¨®n que parecer¨ªan incompatibles, la de la abusiva presencia humana y la del desierto, la de la novedad sin talento y la ruina sin nobleza. Sobre un p¨¢ramo sin ¨¢rboles ni m¨¢s presencia vegetal que las malezas secas en los arcenes de la autopista se levantan con su mon¨®tona vulgaridad las cuatro torres que ser¨¢n el legado m¨¢s visible de los a?os del delirio y la quiebra: en la ma?ana caliente de julio se parecen m¨¢s a¨²n a esas torres insensatas de cristal que se hacen construir los jeques en el desierto de Arabia. Carreteras, rotondas, v¨ªas de servicio, cruzan el territorio como cicatrices sobre un cuerpo devastado por la cirug¨ªa. El t¨¦rmino ¡°ordenaci¨®n del territorio¡± cobra por estos parajes del extrarradio de Madrid un sarcasmo macabro, muy adecuado a la cala?a de los figurones pol¨ªticos de esperpento que lo administran.
En medio de alg¨²n desmonte queda alguna casa rural con la techumbre hundida. Ahora que ha terminado en colapso la era de prosperidad sostenida en la nada, en la mentira y la codicia, se ve que una gran parte del pa¨ªs ha quedado sumergida bajo una maciza inundaci¨®n de fealdad: por encima de hect¨¢reas de muros de ladrillo y tejados aplicadamente pintorescos, de naves industriales cerradas y atroces restaurantes de carretera amenizados por tinajas, se distingue apenas un campanario austero en el que anidan cig¨¹e?as, alguna muestra casi siempre abandonada de lo que fue la arquitectura popular espa?ola.
El arquitecto, Ignacio Pedrosa, quita una mano del volante para indicar alg¨²n nuevo horror. En el asiento de atr¨¢s, ?ngela Garc¨ªa de Paredes, que comparte con ¨¦l el estudio y la vida, mira igual de atentamente, como un segundo vig¨ªa. Pasado el t¨²nel de Guadarrama el paisaje se ensancha y el cielo parece que se vuelve mucho m¨¢s alto. A Josep Pla, con su mirada catalana, le llamaban mucho la atenci¨®n los cielos muy altos y despejados de Castilla. Aprovecho que mis dos compa?eros de viaje son arquitectos para preguntarles por qu¨¦ hay tanta fealdad en Espa?a. Stendhal habla de un despotismo minucioso: en Espa?a, en cualquier ciudad, en cualquier calle, en medio del campo, lo asalta a uno una fealdad que es desp¨®tica y tambi¨¦n minuciosa, y que siendo el resultado de una gran variedad de decisiones independientes entre s¨ª acaba teniendo una asombrosa coherencia.
En un paisaje de horizonte limpio se ve el edificio que Pedrosa y Paredes ideraon para cubrir las ruinas de la villa romana? de La Olmeda
Se ve que Ignacio ha pensado mucho en el asunto. Me dice que en las ¨²ltimas d¨¦cadas pasamos con demasiada brusquedad de la pobreza extrema a la abundancia, y que por lo tanto no hemos tenido el sosiego que s¨ª disfrutaron otras sociedades para encontrar un equilibrio razonable entre lo viejo y lo nuevo, entre lo que est¨¢ bien cambiar y lo que merece ser preservado. Est¨¢ convencido de que a los espa?oles nos espolea m¨¢s eficazmente el talento y la escasez de medios que la abundancia, y me pone por ejemplo los m¨¦todos y las soluciones de la arquitectura popular. Y como las perspectivas profesionales se vuelven cada vez m¨¢s oscuras, ¨¦l y ?ngela fantasean con un proyecto para el que le ofrezco mi apoyo inmediato: terminada en desastre la era de las empresas constructoras, ¨¦l ve viable una empresa destructora, que se aplique con racionalidad y eficacia al derribo de muchos de los horrores innecesarios que se han levantado a lo largo de todos estos a?os, que recicle los materiales, que ayude a restaurar los paisajes arruinados y despeje solares en los que levantar por fin edificios bellos, simples, austeros, habitables, lugares p¨²blicos en los que pueda suceder una robusta vida civil. Y eso me hace acordarme de algo que descubr¨ª viajando por Alemania el oto?o pasado: la extraordinaria calidad de mucha de la arquitectura que se hizo all¨ª en los a?os cincuenta y sesenta, para sustituir las viviendas y restaurar el tejido de las ciudades destruidas durante la guerra.
No har¨ªa falta tomar partido en ninguna disyuntiva entre lo viejo y lo nuevo, aunque eso sea lo m¨¢s f¨¢cil en un pa¨ªs tan propenso al pensamiento binario: el s¨ª o el no, los unos o los otros, los puros y los impuros, etc¨¦tera. Entre nosotros suele ocurrir que solo se preserva lo peor del pasado, y que lo peor de lo nuevo se construye a expensas de lo que merec¨ªa perdurar. En un pueblo de Palencia, ya cerca de nuestro destino, Ignacio y ?ngela me piden que me fije en una colonia compacta de chalets adosados: la mirada se pierde en todas direcciones en una anchura despoblada, pero los constructores prefirieron ocupar el huerto de un monasterio medieval.
En el interior de su edificio l¨ªmpido de principios del siglo XXI, la villa del siglo IV parece reservada como dentro de un cofre
La fealdad es siempre invasora: quiz¨¢s lo propio de la belleza es presentarse con una cierta discreci¨®n, resaltar con naturalidad y hasta algo de cortes¨ªa en vez de imponerse tir¨¢nicamente o caprichosamente sobre lo que la rodea. En un paisaje de horizonte limpio que ya va teniendo los verdes f¨¦rtiles del Norte se ve, alzado apenas en un mont¨ªculo, sobre la tierra de labor y contra un fondo de chopos, el edificio que Ignacio Pedrosa y ?ngela Garc¨ªa de Paredes idearon para cubrir las ruinas de la villa romana de La Olmeda. Sobre muros claros de hormig¨®n una alta celos¨ªa rodea y revela a medias una nave que vista desde el interior tendr¨¢ algo de la estructura flotante de un hangar de zepelines. El edificio protege las ruinas, los mosaicos deslumbrantes con escenas de cacer¨ªas y leyendas mitol¨®gicas, los rastros de una vida complicada y opulenta que debi¨® de durar hasta los tiempos del derrumbe de la civilizaci¨®n romana, en esas tierras que ya estaban en los l¨ªmites del imperio. Ese pasado remoto se muestra con la probidad meticulosa de la arqueolog¨ªa, que prefiere no rellenar con invenciones los espacios en blanco, dejar constancia, junto a cada hallazgo tangible, de la amplitud de todo lo que no se sabe. En el interior de su edificio l¨ªmpido de principios del siglo XXI, la villa del siglo IV parece preservada como dentro de un cofre, emergiendo de la tierra y a la vez suspendida en el tiempo en una jaula transl¨²cida. Lo m¨¢s antiguo y lo m¨¢s nuevo coexisten sin confusi¨®n en una doble temporalidad simult¨¢nea. Al llegar a ¨¦l y luego al alejarse el edificio, desde las ventanillas del coche, se alza en el horizonte y al mismo tiempo se agrega a la l¨ªnea que forman, en planos sucesivos, la tierra desnuda, los chopos, la serran¨ªa lejana. Si es tan factible y hasta tan evidente la belleza, tan simple, tan ¨²til, uno se pregunta por qu¨¦ tiende a ser m¨¢s com¨²n la fealdad.
Villa Romana La Olmeda. Palencia. www.villaromanalaolmeda.com. Paredes Pedrosa arquitectos, 2009. www.paredespedrosa.com.
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