El cantante act¨²a y el actor canta

Lo llaman la maldici¨®n del envidioso: ¡°La hierba del vecino siempre luce m¨¢s verde¡±. O puede que responda a esa peligrosa sensaci¨®n de omnipotencia de la superestrella: si he triunfado en lo m¨ªo, puedo repetir la jugada en lo que me apetezca. El impulso del cambio funciona en las dos direcciones: hemos visto en demasiadas ocasiones como las figuras del pop lo tiran todo por la borda si surge una oportunidad de trabajar en el cine; al otro lado, los actores se apuntan a cantar y grabar a la m¨ªnima ocasi¨®n. Para ellos, tiene pleno sentido el pluriempleo: frente al tedioso proceso de elaborar una pel¨ªcula, la m¨²sica ofrece satisfacciones m¨¢s r¨¢pidas; un disquito o una gira pueden rellenar los tiempos muertos entre un rodaje y otro. Y se podr¨ªa a?adir que, por lo menos durante algunas d¨¦cadas, el rol de rock star tuvo mayor cach¨¦ cultural.

Las discogr¨¢ficas tienden a fichar a cualquiera que ya goza de un nombre en el cine o en la televisi¨®n. Otro asunto es dar contenido a esa afici¨®n. En Francia, contaban con el prodigioso Serge Gainsbourg, maestro en confeccionar repertorio a medida para Brigitte Bardot, Ana Karina, Catherine Deneuve, Isabelle Adjani o su querida Jane Birkin. En el viejo Hollywood se esperaba de los actores que fueran capaces de cantar y algunos se permitieron curiosas aventuras, como la incursi¨®n del gran Robert Mitchum en el calipso caribe?o. Los s¨ªmbolos sexuales del calibre de Marilyn Monroe, Jayne Mansfield o Diana Dors grababan discos ad hoc.

Hoy, contratar a un actor ya instalado conlleva ciertos riesgos: un Hugh Laurie puede gastarse un presupuesto serio en trabajar con la crema del rhythm and blues de Nueva Orleans pero se resiste a hacer promoci¨®n, con lo que todo el proyecto adquiere cierto aire de capricho de famoso. Let them talk ha sido un ¨¦xito en algunos pa¨ªses pero, seg¨²n Warner, sus ventas pudieron multiplicarse. No conviene, sin embargo, minusvalorar el poder de unas caras famosas vendiendo m¨²sica potente: los c¨®micos John Belushi y Dan Aykroyd relanzaron el soul de los sesenta. El de los Blues Brothers fue un caso extraordinario. Normalmente, fuera de la curiosidad inicial, los actores que cantan no se comen un col¨ªn. Piensen en Kevin Costner, Jamie Foxx, Russell Crowe, Billy Bob Thornton, Eddie Murphy, Bruce Willis... algunos de sus discos han hecho ruido pero nada comparable a los n¨²meros uno de Lee Marvin o Richard Harris en los sesenta.

Pero el mundo de la m¨²sica desconf¨ªa de los intrusos. Por cada Juliette Lewis que parece tomarse tremendamente en serio su papel de rock chick, hay un humorista tipo Jack Black dispuesto a re¨ªrse de todo el circo. En general, se sospecha que los actores tienen m¨¢s tablas que sentimiento. Aparte, no sufren demasiado por su arte. Aunque tambi¨¦n aqu¨ª hay grados: no tiene la misma acogida una distra¨ªda Scarlett Johansson que aterriza en la m¨²sica de manera imperial ¡ªcon la bendici¨®n de David Bowie¡ª que Zooey Deschanel, aparentemente m¨¢s implicada con el proyecto She and Him, muy segura en su amor por el pop sesentero. Se tolera, eso s¨ª, a los que tienen pasiones esot¨¦ricas: Steve Martin, dominador del banjo, o Joe Pesci, amante del jazz vocal. Sin pasarse, desde luego: intimida un Kevin Spacey, capaz de cantarse todo el repertorio de Bobby Darin para su pel¨ªcula Beyond the sea.