Sesteando en la heroica ciudad
Los fines de semana mi barrio adquiere el aspecto de una zona en cuarentena. No se ve un alma y, a mi alrededor, todo parece tohu y bohu, es decir, extra?eza y vac¨ªo
Los fines de semana mi barrio adquiere el aspecto de una zona en cuarentena. No se ve un alma y, a mi alrededor, todo parece tohu y bohu, es decir, extra?eza y vac¨ªo, como los que dice el G¨¦nesis que hab¨ªa cuando a¨²n no hab¨ªa nada y el esp¨ªritu de Yahv¨¦ surfeaba aburridamente sobre el caos. A lo mejor se ocultan en los s¨®tanos de sus casas, siempre m¨¢s fresquitos, mientras yo sue?o con una playa en la que me aguarda mi sill¨®n de orejas protegido por una sombrilla. Los m¨¢s ricos se habr¨¢n ido a su isla desierta o, en su defecto, a esa tan exclusiva de Hainan que los multimillonarios poscomunistas chinos han elegido como destino favorito para codearse con los de su clase y esquivar las contradicciones en el seno del pueblo, sobre las que tanto medit¨® el Gran Timonel. Otros estar¨¢n descansando en su caba?ita en la monta?a, como aquella Hutte de la Selva Negra, desprovista de luz el¨¦ctrica y de dif¨ªcil acceso, que le regal¨® Elfride Heidegger a su marido en 1922, y en la que el fil¨®sofo perge?ar¨ªa buena parte de Ser y tiempo e ir¨ªa acomodando su esp¨ªritu a los tiempos pardos. Yo tambi¨¦n a?oro, como Te¨®crito, un locus amoenus, una escenograf¨ªa arc¨¢dica donde descansar y olvidarme del mundo, de sus calores y de sus flatulencias financieras. Mientras lo encuentro, me concentro con envidia en el funcional habit¨¢culo (h¨ªbrido de cueva y residencia de verano) que cre¨® para su refugio y solaz el pobre Robinson Crusoe, quien, desobedeciendo prudentes consejos paternos, se ech¨® al mar para huir del tedio que le embargaba en la industriosa ciudad de Hull, y que por ello fue castigado a vivir en soledad hasta que Viernes entr¨® en su vida y pudo divertirse haci¨¦ndole putadas y coloniz¨¢ndolo, igual que hab¨ªa hecho Pr¨®spero con Calib¨¢n. Releo ahora su historia en la estupenda traducci¨®n de Enrique de H¨¦riz (Edhasa), que ocupa bastantes m¨¢s p¨¢ginas que la vibrante (pero expurgada) de Julio Cort¨¢zar. La pasada noche, despu¨¦s de terminar sus aventuras, so?¨¦ que Robinson, en su lejan¨ªsima soledad, hab¨ªa escrito una novela de ciencia ficci¨®n (avant la lettre) en la que un personaje muy parecido a m¨ª se despertaba una ma?ana de s¨¢bado en un barrio desierto y caluroso de una ciudad monstruosa y comprobaba que la gente hab¨ªa huido: unos para viajar a su isla desierta o, en su defecto, a la de Hunan; otros para refugiarse en su Hutte de la sierra. Y so?¨¦ tambi¨¦n que esa historia, imaginada por el protagonista de otra, se convert¨ªa en el superventas del verano. Cuando despert¨¦, Robins¨®n Crusoe segu¨ªa all¨ª, abierto por la ¨²ltima p¨¢gina.
Pasiones
Como le advierte Benvolio a Mercutio (Romeo y Julieta, III-I), ¡°en los d¨ªas de bochorno hierve la fren¨¦tica sangre¡±, as¨ª que m¨¢s vale quedarse en casita y no dar ocasiones al diablo meridiano, siempre dispuesto a armar bronca. De modo que mientras mi heroica ciudad tambi¨¦n intenta dormir la siesta (como la Vetusta de Clar¨ªn: nueva edici¨®n de La Regenta en Siruela), arrullada por el infinito runr¨²n de las m¨¢quinas de aire acondicionado, me entretengo en ojear y anotar los cat¨¢logos con las ¡°apuestas¡± editoriales para una rentr¨¦e que, tal como est¨¢ el consumo libresco, no se presenta como para aplaudir con las orejas. Buena parte del mainstream narrativo sigue rebosante de historias de amor, sufrimiento y redenci¨®n protagonizadas por mujeres fuertes y obstinadas, y dirigidas impl¨ªcitamente a mujeres (la mayor¨ªa del lectorado) que desean identificarse con los modelos propuestos. La mayor¨ªa de esas historias gozar¨¢n de ef¨ªmera vida: en el mejor de los casos permanecer¨¢n unas semanas en las mesas de novedades, y luego emprender¨¢n su camino de vuelta a los almacenes editoriales, para ser finalmente destruidas como maculatura o saldadas en los baratillos a una cuarta parte de su precio original. O enviadas como saldos a Am¨¦rica Latina, nuestro principal destinatario de libros invendidos. Pero los editores persisten en su fuga hacia adelante, empe?ados en mantener su facturaci¨®n contra viento y marea. De ah¨ª la desenfrenada b¨²squeda (siguiendo la t¨¢ctica de ¡°prueba y repite¡±) en pos de lo que se empe?an en llamar, un tanto pat¨¦ticamente, ¡°best seller de calidad¡±, es decir, ese mirlo blanco (o, m¨¢s a¨²n, verde), literariamente excepcional y capaz de interesar a miles de lectores y hacer caja millonaria. Entre la programaci¨®n septembrina de Ediciones B me llama la atenci¨®n, por ejemplo, La masai blanca, de Corinne Hofmann, una novela que ha vendido ¡°m¨¢s de cuatro millones de ejemplares¡±, y que cuenta el apasionado amor de una ejecutiva suiza con un guerrero de la tribu de los samburu, durante sus vacaciones en Mombasa, ¡°en la costa m¨¢s glamurosa de Kenia¡±. En fin, en la l¨ªnea de La pasi¨®n turca, del maestro Gala (y, antes, en la tradici¨®n de Romeo y Julieta) pero un paso m¨¢s all¨¢ en exotismo: romance, diferencias culturales, una ¡°historia de aventuras apasionante y de pasi¨®n sin fin¡±. Los peritextos editoriales se me antojan como esos tr¨¢ilers que te permiten descartar para siempre la pel¨ªcula que anuncian a cuenta de la impresi¨®n de d¨¦j¨¤ vu. Y todo por s¨®lo 20 euros, como la mayor¨ªa de las historias de su g¨¦nero. Al menos, mientras aguanten en el circuito de las novedades.
Nueva York
Dudo mucho de que, tal como vienen dadas, estos d¨ªas las lenguas espa?olas se est¨¦n escuchando con la intensidad habitual de cada verano en la abigarrada y despechugada (?qu¨¦ ordinario es el verano!) multitud que abarrota 21Century, Marshall¡¯s, Filene¡¯s Basement o cualquiera de los templos de consumo a precio de saldo que abundan en Manhattan. Con el d¨®lar disparado, los (¡°inevitables¡±) recortes rajoyanos y el miedo a lo que vendr¨¢, estos son tiempos de austeridad, y no de viajes con los ni?os a Nueva York y p¨®ngame tambi¨¦n dos de estos (give-me-two), que est¨¢n tan baratos. Lo que no lleva trazas de acabarse, sin embargo, es la fascinaci¨®n que la capital econ¨®mica del imperio ejerce sobre los espa?olitos de toda laya, que parecen llevar impreso en su ADN cultural el mandato de la peregrinaci¨®n a la ciudad al menos una vez en la vida y aunque sea en agosto. Incluyendo a los poetas, como muestra de forma instructiva la Historia po¨¦tica de Nueva York en la Espa?a contempor¨¢nea (C¨¢tedra), un estudio diacr¨®nico y tem¨¢tico de Julio Neira en el que se examina la relaci¨®n de nuestros poetas con Manhattan. Una atracci¨®n que, sin embargo, puede revestir la forma de fascinado repudio (Garc¨ªa Lorca) o de complicidad te?ida de melanc¨®licas referencias a quienes antes la cantaron (Garc¨ªa Montero). De JRJ a L¨®pez Vega o a Javier Rodr¨ªguez Marcos (de quien, por cierto, se incluye en el ap¨¦ndice un espl¨¦ndido poema in¨¦dito), pasando por Alberti, Guill¨¦n, Garc¨ªa Lorca, Fenollosa o Jos¨¦ Hierro, en el libro figuran (casi) todos los poetas espa?oles que han cantado a Nueva York en castellano. Probablemente no sea el Baedecker o el Lonely Planet apropiado para los fl?neurs / fl?neuses manhattianos, pero les aseguro que ver la ciudad con los ojos po¨¦ticos de otros contribuye a renovar la propia mirada.
Babelia
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