Profec¨ªas (1984, 2001, 2019)
El a?o se?alado por George Orwell en su novela, el que titula la pel¨ªcula de Stanley Kubrick y la fecha en la que transcurre 'Blade Runner' anticipaban realidades que solo se han cumplido en parte. No obstante, todas han dejado una huella indeleble

Recuerdo que cuando el calendario nos introdujo en 1984 algunos nos preguntamos qu¨¦ se hab¨ªa cumplido y qu¨¦ no de las visiones descritas por George Orwell en la novela que llevaba por t¨ªtulo ese a?o. El balance era desigual. Por un lado parec¨ªa relajarse el clima de la guerra fr¨ªa que hab¨ªa marcado, tres d¨¦cadas antes, la escritura del texto. De hecho, poco despu¨¦s, caer¨ªa el muro de Berl¨ªn y, oficialmente, se dar¨ªa por terminada una etapa nacida en la Segunda Guerra Mundial. Como le suced¨ªa a Un mundo feliz, de Aldous Huxley, 1984 estaba completamente moldeado por el terror al totalitarismo que se hab¨ªa despertado en muchos escritores tras descubrir la deriva sanguinaria del estalinismo. El mismo Orwell hab¨ªa experimentado en carne propia esta amarga revelaci¨®n durante su estancia en Espa?a como combatiente republicano en la contienda civil. Al llegar el a?o 1984 el mundo parec¨ªa alejarse velozmente del fantasma comunista profetizado por Marx y convertido por Stalin en un carnicero.
Por otro lado, sin embargo, una vertiente fundamental de las advertencias de Orwell s¨ª estaba plenamente en vigor. El poder operativo del Gran Hermano crec¨ªa sin cesar, en gran parte gracias al descomunal esfuerzo de vigilancia y tutela universales que signific¨® la guerra fr¨ªa. Los ej¨¦rcitos y polic¨ªas hab¨ªan generado mecanismos de control sin precedentes. Con todo, en el a?o 1984, todav¨ªa no ¨¦ramos capaces de imaginar la sofisticaci¨®n que adquirir¨ªa el ojo orwelliano a principios del siglo XXI. Si entonces se nos hubiera sugerido que entr¨¢bamos en una existencia atravesada por miles de c¨¢maras que espiar¨ªan todos nuestros pasos, habr¨ªamos considerado tal hecho como un totalitarismo peor que el expuesto por Orwell y Huxley. No intu¨ªamos en absoluto que al llegar el a?o 2012 nuestras vidas estar¨ªan controladas con tanta minuciosidad como lo est¨¢n, no s¨®lo por imposici¨®n exterior ¡ªcomo preve¨ªa Orwell¡ª sino por concesi¨®n propia, voluntariamente expuesta nuestra intimidad a trav¨¦s de artefactos y sistemas de comunicaci¨®n apenas vislumbrados por la ficci¨®n. Resulta elocuente que ni Internet ni el tel¨¦fono m¨®vil fueran realmente esbozados, como testigos del futuro, por los escritores-profetas. El siniestro programa televisivo Gran Hermano ¡ªde origen holand¨¦s, creo, y de perdurable ¨¦xito en multitud de pa¨ªses¡ª no deja de ser un negro homenaje a la perspicacia de Orwell.
Cuando el calendario nos introdujo en el a?o 2001 algunos nos acordamos de la pel¨ªcula de Stanley Kubrick basada en el relato de Arthur C. Clarke. Tambi¨¦n en este caso era fascinante calibrar por d¨®nde hab¨ªan ido los aciertos y los desaciertos. Lo m¨¢s llamativo era el progresivo desinter¨¦s popular por la carrera espacial. 2001. Una odisea del espacio hab¨ªa sido rodada bajo el influjo de las grandes aventuras de los a?os sesenta. El vuelo de Yuri Gagarin no quedaba lejos y la llegada a la Luna del primer hombre era una imagen familiar. Como Ulises, en la obra de Homero, el h¨¦roe moderno se lanzaba a un periplo lleno de expectativas y peligros. Pero, al llegar la fecha que daba t¨ªtulo a la c¨¦lebre pel¨ªcula, la pasi¨®n por el viaje espacial se hab¨ªa enfriado notablemente. La humanidad, m¨¢s ensimismada, comprend¨ªa mejor la traves¨ªa del cuerpo humano que la del cosmos. La gen¨¦tica o la neurolog¨ªa han sustituido a la astrof¨ªsica en las preferencias de los esp¨ªritus inquietos, no demasiado numerosos y bastante acobardados ante la indiferencia general. En 2012 resulta dif¨ªcil encontrar j¨®venes que muestren un m¨ªnimo inter¨¦s por los viajes espaciales.
Es probable, en cambio, que esos mismos j¨®venes, si tienen la paciencia de adentrarse en la pel¨ªcula de Kubrick, sientan mayor curiosidad por el destino del ordenador Hal, y casi encuentren natural que ¨¦ste, sin conformarse con su fr¨ªo mecanicismo, tenga emociones y sentimiento. Al fin y al cabo en 2012 ya habitamos un mundo en que muchos otorgan m¨¢s realidad al ¨¢mbito virtual que a lo que Clarke y Kubrick, en su ¨¦poca, hubiesen considerado perteneciente a la esfera de lo real. Aqu¨ª s¨ª hubo una fuerte intuici¨®n del porvenir, menor, no obstante, a la demostrada por Ray Bradbury en El hombre ilustrado, conjunto de cuentos en los que se escenifica, sobre todo en el denominado ¡®La pradera¡¯, una aut¨¦ntica inversi¨®n, a trav¨¦s del poder¨ªo de las pantallas, entre realidad y virtualidad.
Resulta elocuente que ni Internet ni el m¨®vil fueran realmente esbozados, como testigos del futuro, por los escritores-profetas
Tras dejar atr¨¢s estas fechas simb¨®licas ya falta poco para alcanzar 2019, el a?o se?alado en Blade Runner, con su metr¨®poli en el fr¨¢gil equilibrio de lo sofisticado y lo apocal¨ªptico. Cuando llegue ese a?o tambi¨¦n se discutir¨¢ sobre lo que se cumple y no se cumple en la pel¨ªcula de Ridley Scott y en la narraci¨®n ?Sue?an los androides con ovejas el¨¦ctricas?, de Philip K. Dick, que le sirve de base. Siete a?os antes, en 2012, ya podemos presagiar algunos resultados de la futura discusi¨®n. A la perspectiva espacial de Blade Runner le ocurrir¨¢ lo mismo que a 2001. Una odisea del espacio. Es dif¨ªcil que el p¨²blico de 2019, por lo que ahora podemos comprobar, se conmueva con los recuerdos de los replicantes cuando rozaron Ori¨®n o cruzaron las puertas de Tanh?user. S¨®lo algunos espectadores selectos ¡ªque ser¨¢n considerados extravagantes¡ª participar¨¢n de la delicia que es el mon¨®logo final de Roy, del mismo modo que casi nadie, hoy, quiere entrar en la met¨¢fora nietzscheana compuesta por Kubrick para el desenlace de su pel¨ªcula.
Sin embargo, el Blade Runner interiorizado en una ciudad tenebrosa en la que el hombre experimenta sus l¨ªmites biol¨®gicos y en la que el sentido de la libertad est¨¢ dram¨¢ticamente sometido a la eficacia del espect¨¢culo, ese decorado abstracto y barroco al mismo tiempo, ese mundo claustrof¨®bico s¨ª puede despertar adhesi¨®n y complicidad en p¨²blicos amplios. Nuestro escenario no est¨¢ en absoluto lejos de lo que puede ser el de 2019, incluso en su dimensi¨®n desesperanzada y apocal¨ªptica, tras el abandono de las utop¨ªas.
1984, 2001, 2019: las profec¨ªas no se cumplen. Aunque en cierto sentido s¨ª se cumplen, y marcan nuestros d¨ªas.
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