Educaci¨®n en serie
La primera serie televisiva de mi vida la vi en el cine. Eran las trepidantes aventuras del vaquero Kit Carson y como la televisi¨®n a¨²n no hab¨ªa llegado a Espa?a ¡ªo al menos a San Sebasti¨¢n, que es donde pas¨¦ mi infancia¡ª se proyectaban tres episodios de media hora seguidos como si fuesen una pel¨ªcula. Por entonces la f¨®rmula me pareci¨® estupenda: ?tres gestas emocionantes por el precio de una! Despu¨¦s, ya en Madrid y ante la peque?a pantalla reci¨¦n descubierta, llegaron mis primeras series propiamente dichas: Investigador submarino, la preferida, protagonizada por el gran Lloyd Bridges como Mike Nelson, pero tambi¨¦n El ¨²ltimo mohicano, David Crockett, la misteriosa Cinco dedos (que era de esp¨ªas) y desde luego Dimensi¨®n desconocida. Esas las ve¨ªamos sobre todo los menores de la familia, pero cuando lleg¨® Perry Mason no faltaba nadie a la cita, ni mayores ni peque?os. Como no hab¨ªa mas que un canal y en todas las casas despertaba similar entusiasmo, al d¨ªa siguiente tanto en el cole como en la oficina se hablaba del episodio de la noche anterior. Perry Mason o El Santo serv¨ªan para unir a los espa?oles en un imaginario compartido. Ahora solo pasa con la selecci¨®n nacional de f¨²tbol y pronto ya ni eso: cada cual por su lado y pidiendo su pacto fiscal¡
Adem¨¢s de entretenidas y bien realizadas, algunas series actuales tienen valores a?adidos de orden digamos pegag¨®gico, aunque la palabra suene intimidatoria. No me refiero ahora a la desafortunada Luck, que tanto ense?aba sobre los intr¨ªngulis del complejo mundo de las carreras de caballos. Supongo que esa cuesti¨®n no es de inter¨¦s m¨¢s que para algunos pocos fan¨¢ticos, entre los que me cuento. Pero El ala oeste de la Casa Blanca, que para muchos ¡ªentre los que tambi¨¦n me cuento¡ª sigue permaneciendo insuperada, fue un curso aut¨¦ntico de la asignatura de Educaci¨®n para la Ciudadan¨ªa bien entendida. Con programar esa serie en las aulas, seguida de comentarios y debates adecuados que hubieran acercado las circunstancias pol¨ªticas norteamericanas a las variantes de nuestras instituciones, la tan controvertida como indispensable materia hubiera estado acad¨¦micamente bien servida. Pero, claro, es pedir demasiada imaginaci¨®n a nuestras autoridades educativas¡
De las que hoy siguen activas, la que me parece m¨¢s estimulante intelectualmente es una de las menos mencionadas en el r¨¢nking de preferidas por el gusto general: Harry¡¯ s Law. Probablemente esta relativa postergaci¨®n se debe a que se trata de una creaci¨®n m¨¢s inteligente que sofisticada¡ y ya sabemos que la sofisticaci¨®n es aceptada con m¨¢s facilidad y gusto que la inteligencia. Su eje es un bufete de abogados, encabezados por una vieja dama indigna interpretada con la excelencia previsible por la gran Kathy Bates (la Judi Dench del cine americano), del que forman parte un elenco de ambos sexos y diversas edades, enredados entre s¨ª y con la sociedad por una amplia gama de conflictos. Cada uno de los episodios muestra dos o hasta tres tramas paralelas, en las que se mezclan el humor y el drama: son problemas no solo legales sino tambi¨¦n morales que aciertan a tocar gran parte de las perplejidades de nuestras sociedades democr¨¢ticas en materia de garant¨ªas sociales, costumbres, educaci¨®n, etc¨¦tera. No siempre los abogados protagonistas salen triunfantes, a veces su interpretaci¨®n de la ley es rechazada por unos jueces casi siempre cachazudos e ingeniosos. Y en ocasiones, sencillamente, los dilemas son insolubles en el estado actual de las instituciones humanas¡Todo de lo m¨¢s pedag¨®gico, como pueden imaginar.
¡®El ala oeste de la Casa Blanca¡¯ fue un curso de Educaci¨®n para la Ciudadan¨ªa bien entendida
Si yo tuviese treinta a?os menos, lo que probablemente resultar¨ªa grato por m¨¢s de un motivo, destinar¨ªa al menos una clase semanal de mi asignatura de ¨¦tica a ver y debatir episodios de Harry¡¯s Law. No resultan menos divertidos que aquellos de Kit Carson de mi infancia, pero ofrecen mayor rentabilidad acad¨¦mica¡
Babelia
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