El viejo en el olivar
En el Mediterr¨¢neo. Retirado del teatro y el cine, a sus 82 a?os, el protagonista de ¡®El marido de la peluquera¡¯ regresa de la mano de Fernando Trueba en ¡®El artista y la modelo¡¯.
Conocer a Jean Rochefort es uno de esos lujos que solo suceden una docena de veces en la vida. ¡°Es la empat¨ªa autom¨¢tica¡±, dice el actor, ¡°y es una de las mejores cosas que existen: conoces a alguien y es como si fueras ¨ªntimo desde hace 25 a?os¡±. Estamos en el maravilloso islote mediterr¨¢neo de Porquerolles, en la casa del eminente actor, director, guionista y jinete Jean Rochefort. El protagonista de El marido de la peluquera, que estrena estos d¨ªas en Espa?a El artista y la modelo, de Fernando Trueba, ha cambiado a ¨²ltima hora el lugar de la entrevista desde Par¨ªs a este paradisiaco lugar de vacaciones. Cuando el barco llega a puerto al mediod¨ªa, ah¨ª est¨¢, como un clavo y vestido de blanco. El pelo y el bigote gris, pero casi tan blancos como la camisa, los pantalones y las deportivas; la extrema delgadez, el cuello firme y una risa grave y contagiosa (un ¡°oh, oh, oh¡± que viene de muy dentro), la voz como si saliera de un ¨®rgano y los ojos azul¨ªsimos y muy vivos.
¡°He llegado pronto porque tengo la culpa de haberles hecho venir hasta aqu¨ª¡±, se justifica. Luego nos invita a subir en el carrito el¨¦ctrico, ¨²nicos veh¨ªculos autorizados en esta isla, famosa su agua cristalina, sus olivos, sus pinos y sus palmeras verd¨ªsimas. Por el camino da los buenos d¨ªas a todo el mundo con una amabilidad exquisita. Nadie dir¨ªa que tiene 82 a?os. Mira, oye y se mueve con notable agilidad.
El carrito-huevo nos lleva hasta la hacienda que, seg¨²n contar¨¢ m¨¢s tarde, pertenece a la familia de su segunda mujer, Fran?oise Vidal, hija del arquitecto, ingeniero e inventor de origen espa?ol Henri Vidal, que hizo muchas carreteras por el mundo y compr¨® aqu¨ª un inmenso olivar. ¡°El viejo en el olivar no es mal t¨ªtulo¡±, dir¨¢ Rochefort m¨¢s tarde, al posar para las fotos all¨ª. Al otro lado de la sencilla casa est¨¢n el jard¨ªn y la piscina, y en un minuto, estamos en el porche comiendo unos maravillosos tomates de la huerta, aguacates con mango, mel¨®n con jam¨®n y una exquisita ratatuille (un pisto franc¨¦s), acompa?ados por su mujer y sus cu?ados. Rochefort apenas come un trozo de hinojo y un huevo duro. Y mientras tanto empieza a contar an¨¦cdotas, unas hilarantes y otras tr¨¢gicas. No parar¨¢ de hacerlo hasta tres horas despu¨¦s.
La apertura de mente, los matices de su inteligencia, su arte para fijarse en los peque?os detalles, su bondad adobada con gotas de iron¨ªa, su manera de mover las manos sin afectaci¨®n y su calidad humana convierten a este se?or en un espect¨¢culo admirable, sobre todo porque es absolutamente humilde.
El encuentro ha sido organizado (y financiado) por la productora de Trueba, que estos d¨ªas estrena El artista y la modelo, una de las cintas que lucha por representar a Espa?a en los Oscar. El guion es de Trueba y Jean-Claude Carri¨¨re, y seg¨²n Rochefort fue este, que es amigo suyo desde los buenos tiempos de Bu?uel (hizo un papel en El fantasma de la libertad), quien aconsej¨® su contrataci¨®n.
Rochefort parece encantado con la pel¨ªcula y su papel. Es un regalo inesperado para el actor de El tambor de hojalata o Un viaje raro, que se despidi¨® del teatro el a?o pasado con una larga gira que acab¨® en Par¨ªs, y que en cine apenas ha hecho papeles largos desde que hace una d¨¦cada se parti¨® una v¨¦rtebra al caerse del caballo en el rodaje del Don Quijote de Terry Gilliam, un director que, seg¨²n recuerda, ¡°solo estaba pendiente de sus efectos especiales¡±.
¡°He hecho m¨¢s de cien pel¨ªculas ¨Cquiz¨¢ 150¨C y la inmensa mayor¨ªa son aut¨¦nticas mierdas, puramente alimenticias, que hice porque me gustaban mucho los caballos y es un vicio caro. Esta es una obra acabada, podr¨¢ gustar m¨¢s o menos, pero es una obra. Y Aida Folch es extraordinaria, muy buena persona. Ten¨ªamos que hacer una escena er¨®tica, mucho m¨¢s de lo que finalmente sale en la pantalla. Yo llego a la cama. Se ve mi mano que le acaricia el muslo, luego la cadera y la espalda. Cuando el plano vuelve a m¨ª, ella me coge la cara y me mira como si fuera el hombre m¨¢s guapo del mundo. Entonces se ven mis l¨¢grimas cayendo. Eran l¨¢grimas m¨ªas, no del personaje. Me emocion¨¦ de verdad¡±.
No se dejen enga?ar. El alma de Rochefort es esencialmente burlona, y su especialidad es desmitificar. Si se le pregunta por Mayo del 68 propone este breve resumen: ¡°Tuve una vida sexual intens¨ªsima. Llevaba siempre el Libro Rojo de Mao bajo el brazo y no fallaba. Pero el d¨ªa que me dejaba el libro en casa no hab¨ªa nada que hacer¡±.
Su esposa y madre de tres de sus seis hijos ¨Ctuvo otros tres con su primera mujer¨C, reclama datos y nombres. ¡°Solo me acuerdo de ti desnuda¡±, bromea ¨¦l. Y a?ade: ¡°Todos quer¨ªamos ser comunistas. Hasta que conoc¨ª al director checo Milos Forman y me dijo: ¡®?Dese¨¢is todo aquello de lo que nosotros huimos!¡±.
Rochefort recuerda adem¨¢s ¡°el esnobismo de la gente del cine. Se pusieron de moda las pel¨ªculas pornogr¨¢ficas y se exhib¨ªan en la salas m¨¢s off de Cannes. Un d¨ªa voy y veo a una chica haciendo sexo oral a un tipo que parec¨ªa llevar doce horas rodando. Aquello ten¨ªa una horizontalidad precaria, as¨ª que me carcaje¨¦ en mitad de la escena. Cuando sal¨ª me encontr¨¦ a Godard y Truffaut, y me rega?aron: ¡®?No has entendido el mensaje!¡±.
Se nota que le encanta hacer re¨ªr. ¡°Soy l¨²cido y estoy deliciosamente desesperado. El humor ayuda a mantener la distancia necesaria para ser esc¨¦ptico¡±, explica. Y a continuaci¨®n relata sus andanzas romanas con Lee Van Cleef, estrella del spaghetti western, rasgos duros y mirada penetrante. ¡°Yo pasaba mucha verg¨¹enza rodando aquellas pel¨ªculas tan raras. Un d¨ªa se lo dije a Lee y me contest¨®: ¡®Raras¡ ?por qu¨¦?¡¯. Lo descubri¨® Sergio Leone, ten¨ªa una cara inconmovible y extremadamente inquietante, y una mujer obesa con un perrito yorkshire. A ¨¦l le gustaba presumir de f¨ªsico y se alquilaron una villa en la costa para que pudiera pasear en ba?ador. Pero en la playa estaban prohibidos los perros y la se?ora se negaba a ir. As¨ª que Lee, un caballero, se pasaba los d¨ªas en casa sin salir¡±.
¡°Marcelo Mastroianni era como mi hermano¡±, a?ade, ¡°el ¨²nico que me entend¨ªa. Si me ve¨ªa por los pasillos me gui?aba un ojo para no avergonzarme. Lo conoc¨ª el d¨ªa que le dej¨® Catherine Deneuve, estaba destrozado. Esa noche se fue a dormir a casa de Flora, su primera mujer, que era como su madre. A cada novia le pon¨ªa un piso en Roma, ten¨ªa la ciudad llena de casas, pero la mamma era la mamma¡±.
Madame Rochefort le pide que cuente la an¨¦cdota del enano, su preferida. ¡°En los p¨¦plums (las pel¨ªculas de romanos) los leones sol¨ªan merendar cristianos. Siempre hab¨ªa tres o cuatro cristianos atados esperando a que viniera el le¨®n. El plano ten¨ªa que rodarse muy deprisa para que no se notara que el le¨®n era falso. Cuatro t¨¦cnicos met¨ªan al enano en una piel de le¨®n y cada uno sujetaba una pata. Entonces el director gritaba ¡®leone, vieni subito¡¯ (le¨®n, ven r¨¢pido) y sal¨ªan corriendo. ?Lo grande es que el enano se llamaba Leone!¡±.
Antes de eso, Rochefort se gradu¨® en el Conservatorio de Artes Esc¨¦nicas, la cantera cl¨¢sica de la Com¨¦die Fran?aise. ¡°Belmondo y yo terminamos la escuela con Bruno Cremer y Anne Girardot, y nos toc¨® cambiar la forma de hacer teatro y cine. El abanderado inconsciente de la cuasi revoluci¨®n fue Belmondo. En 1952, como Marlon Brando, ya anunciaba lo que ser¨ªa. Una bomba. Belmondo, James Dean y Brando cambiaron el mundo sin querer, con su presencia y su mirada. Nos dieron lo que todos est¨¢bamos esperando, esa libertad. Brando llegaba al rodaje en bici y con vaqueros y cada vez que alguien le dirig¨ªa la palabra contestaba: ¡®Ask my agent¡¯ (preg¨²ntele a mi agente). ?Genial!¡±.
¡°Belmondo hac¨ªa teatro en las aldeas, quer¨ªa recitar a Moli¨¨re en vaqueros. Era el mejor sin discusi¨®n, pero estaba aterrorizado de su cuerpo, y para curarse iba a ver a una prostituta tres veces por semana¡±, recuerda. ¡°Era muy morena y con trenzas. Belmondo vivi¨® con ella. Los otros ¨ªbamos a ver a las free lance cerca de La Madeleine, donde la sala Olympia. A m¨ª me dijeron que no entrar¨ªa en la Com¨¦die porque vest¨ªa fatal. Eso me traumatiz¨®, pero ahora s¨¦ que aquellas noches y aquella bohemia fueron la preparaci¨®n de la Nouvelle Vague. Cocinamos ese movimiento. Desnudarse, salir, ligar era importante. La revoluci¨®n empezaba en la vida. La verdadera bomba fue ? bout de souffle, de Godard. Un acontecimiento¡± Le preguntamos si est¨¢ escribiendo ya sus memorias con todo ese material. ¡°Tengo pasi¨®n por las palabras, pero solo llevo cinco o seis p¨¢ginas. Me gustar¨ªa contar esa ¨¦poca, hablar de Belmondo, de Jeanne Moreau, de Yves Robert¡¡±.
?Usted no se incluye? He hecho una carrera muy an¨¢rquica, en parte por mi f¨ªsico y en parte por mi car¨¢cter. Cuando rod¨¦ con Brigitte Bardot, en la alfombra roja de Cannes la gente gritaba: ¡°Brigitte, ?qui¨¦n es ese tan feo?¡±. Y ella me dec¨ªa al o¨ªdo: ¡°No hagas caso, Jean, no hagas caso¡±.
?Y se arrepiente de algo? De no haber sido m¨¢s valiente, m¨¢s emprendedor. He hecho algunos espect¨¢culos escritos por m¨ª, pero siempre he sido demasiado inseguro. Una vez Belmondo estaba haciendo un Cyrano y me dijo: ¡°Ven a dirigirlo t¨², este es un in¨²til¡±. Me lo pens¨¦ tres d¨ªas y al final no fui. Siempre he sido medroso.
Freud dir¨ªa que eso viene de la infancia. Mi hermano era un almirante muy austero. Mi padre ven¨ªa de un padre analfabeto pero era muy listo. Con 12 a?os se fue a Par¨ªs y en 1935 aprovech¨® la gran explosi¨®n del petr¨®leo para convertirse en uno de los m¨¢s altos ejecutivos de la Shell. Mi madre era una mujer t¨ªmida y sensible, siempre estaba en casa encerrada en su cuarto leyendo. Se re¨ªa mucho conmigo aunque mi padre era un Mastroianni, un conquistador. El d¨ªa que cumpl¨ª 18 a?os me dijo: ¡°Como eres tan mediocre, te voy a enviar a estudiar contabilidad¡±.
?Y usted qu¨¦ dijo? Era 1948. ?l estaba comiendo un entrecot y yo me levant¨¦ de la mesa y le dije que me iba a Par¨ªs porque quer¨ªa ser actor. Tras un largo silencio, sin dejar los cubiertos, ¨¦l repuso: ¡°La guerra lo arreglar¨¢ todo¡±.
?Pensaba que a¨²n no hab¨ªa terminado? Quiz¨¢ esperaba que hubiera otra, no s¨¦. Era un fach¨° (un facha), un petainista como hab¨ªa tantos entonces. Era tan antisemita como Louis Ferdinand C¨¦line, ten¨ªa un odio cerval a los jud¨ªos. Un d¨ªa dijo que los alemanes no hab¨ªan quemado a suficientes jud¨ªos. Me fui y en 15 a?os no volv¨ª a verle. C¨¦line era un hombre generoso y amable, mi padre era un colaboracionista convencido. Cuando perdimos esa pat¨¦tica guerra de tres semanas con los alemanes, en la que ellos llevaban botas y los franceses alpargatas, decidi¨® que nos fu¨¦ramos a Vichy con el Gobierno. Pas¨¦ all¨ª mi infancia y primera adolescencia.
Imagino que no ser¨ªa muy agradable. Los ni?os ve¨ªamos todo lo que pasaba. En 1941 o 1942 unos vecinos denunciaron a unos jud¨ªos que viv¨ªan en el piso de abajo porque ten¨ªan ba?era: para quedarse con su apartamento. Cuando se lo reprocharon, dijeron: ¡°?Cuesti¨®n de higiene!¡±. Tras la liberaci¨®n, los adultos tiraban piedras a ni?as de 16 a?os acus¨¢ndolas de haberse acostado con alemanes. A las que ten¨ªan hijos con ellos, adem¨¢s de dejarlas calvas, las sacaban desnudas a la plaza y cogiendo al beb¨¦ por las piernas, como una gallina, dec¨ªan: ¡°Este es el fruto del amor prohibido¡±.
?Cree que los franceses han asumido esa historia? Los franceses somos estupendos contando las cosas 50 a?os despu¨¦s de que sucedan. En el cine tambi¨¦n. Yo escrib¨ª un guion sobre unos padres que iban a Argelia a buscar sus ra¨ªces y me pas¨® una cosa muy francesa: no encontr¨¦ un franco para rodarla. Siempre nos ha gustado m¨¢s la propaganda que ense?ar lo que pas¨® de verdad. Hemos tenido ¨¦pocas en que hemos sido homo sapiens poco sapiens.
Hace rato que el almuerzo ha terminado y que la familia se ha ido a dar un paseo. El actor no ha dejado de hablar, con ese humor imposible de imitar. Tras la sesi¨®n de fotos titulada El viejo en el olivar no queda rastro de la formalidad que suele presidir estas citas. Todo son tuteos, exaltaci¨®n de la empat¨ªa y bromas. Habla de su amor por los caballos, que le llev¨® a comentar en televisi¨®n las pruebas de equitaci¨®n de los Juegos de 2004 tras la ca¨ªda en La Mancha, una sorpresa que muchos franceses recuerdan por su gracia en los juegos de palabras.
Antes de despedirnos, cuenta que el rodaje de la pel¨ªcula en Girona fueron ¡°siete semanas de fraternidad¡± ¨Cvisita de Pep Guardiola incluida¨C, y que pens¨® que Trueba le iba a despedir un d¨ªa que, ensayando en esta casa, ¡°una amiga sali¨® de la habitaci¨®n con la cara embadurnada de crema y una braguita y se sent¨® frente a ¨¦l dici¨¦ndole: ¡®Estoy preparada para la guerra¡±.
Por cierto, ?quiere contarnos c¨®mo es el sexo a los ochenta? Si hoy tuviera que hacer una escena er¨®tica de verdad, har¨ªa falta un enorme largometraje¡ El mes que tengo una erecci¨®n, me hago una foto y se la mando a mis amigos. No, ahora en serio, me qued¨® un trauma en la v¨¦rtebra cuando la ca¨ªda y la libido se retrae porque duele.
?Y qu¨¦ ilusi¨®n queda? Escribir, me hace ilusi¨®n pensar que tengo cosas interesantes que contar. Los viejos somos como bibliotecas. Espero poder contar una historia, que no sea todo un bla, bla, bla.
?Sabe que ha sido un actor muy querido? En realidad, solo te acuerdas de las pel¨ªcu?las que has hecho cuando se ha dado una gran fraternidad con el director. Y eso pasa muy pocas veces, solo diez o doce de cada cien sales contento y orgulloso. Lo normal es que suceda algo que lo fastidie todo. Una vez tuve un gran papel: un periodista de Paris Match, a?os setenta, un t¨ªo muy bo-bo (burgu¨¦s bohemio) que va a Lisboa y se enamora de la hija de su asistenta. Un tipo deportivo: salgo de la ducha con la toalla en la cintura y el torso desnudo. Cuando voy a llamar a mi amante, veo que el tel¨¦fono es verde, gris y amarillo. Me paro y le digo al director: ¡°No puede ser¡±. Y me dice: ¡°Es mi tel¨¦fono personal, lo he tra¨ªdo para que nos d¨¦ suerte¡±. Ah¨ª dije: ¡°Se acab¨®, adi¨®s pel¨ªcula¡±.
Y ya ni verla ni leer las cr¨ªticas, claro. De las cr¨ªticas me cur¨¦ con mi primera funci¨®n: 23 a?os, una angustia insoportable; salgo a comprar el peri¨®dico, lo abro temblando. Eran tres l¨ªneas: ¡°Cuando el obispo le dijo al monaguillo ¡®v¨¢monos hijo m¨ªo, no nos quedemos aqu¨ª¡¯, poniendo la mano sobre la espalda del protagonista, aprovech¨¦ para salir¡±.
?El cr¨ªtico se march¨®? S¨ª, ja, ja, ?tras mi ¨²nica frase!
?Cree en algo m¨¢s que en Belmondo? Hace dos a?os volvi¨® a hacer cine, aunque estaba paralizado. Le pregunt¨¦ por qu¨¦ y me dijo: ¡°No puedo vivir sin los maquinistas y los t¨¦cnicos¡±. ?l es as¨ª. Sobre la religi¨®n, me quit¨¦ hace tiempo, pero voy a la iglesia de vez en cuando para estar en silencio y mirar la arquitectura. Me relaja. Hace poco un grupo me quiso catequizar, fui a verles y una se?ora cont¨® que cuando su hija vio al Papa en Roma entr¨® en trance. Me largu¨¦ corriendo.
As¨ª acaba la entrevista. Rochefort arranca su propio papam¨®vil y lleva a los periodistas hasta el barco. Se mete en el muelle hasta la puerta, y se queda esperando a que la nave se vaya. Cuando lo hace, todav¨ªa se queda m¨¢s de un minuto agitando la mano, diciendo adi¨®s.
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